SWING


Swing, dijo ella. Bailemos Swing. El hombre pareció sorprendido. La agarró por la cintura, la enredó entre sus brazos, le dio media vuelta y la lanzó a la pista. ¡Swing!-gritó ella, soltando una estrepitosa carcajada. Ella comenzó a contonearse en el centro de la pista, él la siguió. Ella se movía rápido, él lento, muy lento, junto a ella. De repente la música cesó, un hombre alto y desgarbado entró en la sala. Se escuchó un disparo. La chica cayó al suelo. Bailemos swing, susurró mientras la sangre inundaba su boca. Él pensó que ya no podría invitarla a la fiesta del sábado en el centro de la ciudad. Tendría que llamar a Beth.
"Quien ha rechazado a sus demonios nos marea con sus ángeles"

Henri Michaux
"Una mujer que escribe: los hombres no lo soportan. Es cruel, para un hombre. Es difícil para todos"

Marguerite Duras
Porque en tus ojos sin tiempo
se reflejan mil abismos de amor
del pasado,
porque desnuda sin pies, ni manos,
ni cintura, suplico a la noche
la quietud de tu piel
para convertirte en mármol,
porque me hieren labios y bocas
que se disfrazan de ti
para olvidarte,
porque moldeada por tus manos,
aliento de tu aliento,
arcilla y tierra, ceniza de tus deseos,
con el cáliz de tus besos
te sobrevivo,
porque yo, carne y sangre de tu vida,
guardo la memoria de tu adiós
en mi regazo,
yo,
tu criatura hecha verbo.

WHITESNAKE.HERE I GO AGAIN

"Podía sentir la demoníaca vinculación de un hombre por su única mujer"

Sam Shepard. Crónicas de motel.

ZEM

Hasta las sociedades más primitivas tienen un respeto innato por los locos...

La ley de la calle. F.F. Coppola
"Más de uno escribe, sin duda como yo, para perder el rostro"

Maurice Blanchot
UNA MUJER APALEADA ES UNA MUJER PELIGROSA



Una mujer apaleada es una mujer peligrosa, dijo Sam. Como todas, contestó el camarero con una sonrisa medio torcida. Sam bebía tequila, uno tras otro; masticaba la corteza del limón seco que quedaba, una manera como otra cualquiera de avivar la herida, de rebelarse. El camarero seguía con el mismo vaso en la mano, no conseguía quitar una diminuta mancha de barra de labios que se resistía al agua, al jabón, y a sus manos expertas tras años detrás de la barra. Qué estúpida, susurró Sam, y pidió otro tequila. Cuando el camarero se acercó, él le agarró el brazo con fuerza y mirándole a los ojos, le dijo: Esa rubia no volverá a engañarme. El camarero no soltó el vaso, cuando le dejó libre fue a buscar su décimo tequila. Le dejó la botella al lado y siguió limpiando el vaso. Sam le llamó. Cuando se acercó, vio como los ojos de Sam estaban enrojecidos, coléricos. Sam le agarró la cabeza con ambas manos, como en una extraña plegaria o súplica. Le empujó hacia atrás. El vaso calló al suelo, brillante, sin marca alguna ya. Sam dijo: Las mujeres apaleadas son peligrosas. Se levantó y se dirigió a la puerta. Entonces el camarero pudo ver cómo al alejarse su pierna izquierda dejaba un rastro de sangre.
En el vértice de tu forma,
a cuerpo abierto,
te voy adivinando.
En el lugar menos propicio hallo
la consistencia brutal,
el esqueleto mismo,
la respuesta al hombre, la piel,
esa tenue sugerencia íntima
a la anarquía.
Y te repaso, y te comparo,
y te huyo dos pasos
porque así, despierto,
te ves, de veras, grande.
No sé si mirar
o cerrar las puertas,
si alejarme
o caer despacio.