IV


Hay un árbol donde no anidan pájaros,
que en ninguna estación ofrece frutos,
y cuyas ramas tiemblan si no hay viento.
Hay un árbol que no tiene señales
de dos enamorados en el tronco,
y en cada envés de hoja hay un misterio.
Hay un árbol que ya no da cobijo
a ningún animal desde aquel día
en que colgaron de él a un hombre bueno.




El libro de la discordia
Pelayo Fueyo

con las manos cargadas de tierra ciegos los ojos seco el corazón camino desnuda con pies que gimen a cada paso olvidando cómo dejar caer las lágrimas sobre el agua y convertirlas en saliva misma





dedos que no alcanzan nunca a escribir la respuesta que necesito, la que me salve





pesa la conciencia como un buitre hambriento y no quedan restos bajos los ojos tan sólo recuerdos tan sólo recuerdos tan sólo







hueco que deja la lluvia en el asfalto caliente el humo que desaparece al instante por el calor extremo de las miradas que se unen frente al abismo, que se concentran para alejarse de tanta ciudad amargura de verse sitiado por edificios de ladrillo y hombres con el corazón de hierro obstruido, herrumbre

punto álgido punto cero entre los dos cuando la nada quiebra el aire tan sólo jadeo intenso respiración que huye a la boca del otro cuerpo latiendo al máximo de su potencia sólo un último beso antes de arrancar tus raíces de entre mis piernas

A Miguel Galano





Hay tantos paisajes en mi memoria,

tantos recuerdos salvados

de algún modo

de la hoguera

del desengaño que toda vida

implica,

tantos gestos dulces y rostros amables,

tierras que me vieron crecer

y que ahora descubro

de nuevo

en un cuadro,

alguien que me rescata

del olvido

y me devuelve al origen:

aquélla que fui

y que tanto he buscado

en este árido asfalto.

















Hay un cementerio que visito

cada año,

una tumba que siempre

tiene flores frescas.

Pocos o nadie, quizá,

sepan, que ahí

vive

el único amor

de mi vida.

Curioso el destino.

El origen y el fin

unidos en un mismo lugar,

aquél que yo siempre consideré

paraíso íntimo,

a mía terra,

a terra de os meus bolos,

a terra tamén del meu amor

morto y enterrado

en el más bello cementerio

del mundo

desde el que se divisa

el cielo más infinito

y profundo

que nadie haya podido

imaginar nunca.

Tierra que siento en los pies

con cada paso

y tierra que protege

a mi amor,

la que guarda el anillo

que compró

para mí

y que sigue esperando

a la novia que no llega

ni llegará nunca

al altar

de la misma capilla

de la boda

muerta

antes de nacer

incluso.

Pero mi amor

es eterno

como la tierra

y sus raíces.












Las casas

se protegen del invierno

mirando hacia

otro lado.

Tan sólo el humo

de la chimenea

puede atestiguar

que hay alguien dentro.












La tierra que conozco

es una tierra dura, pero fértil,

veo cómo los hombres sonríen

mientras el sudor desciende

por sus mejillas,

veo a las mujeres

con tanto peso

dentro,

sobre,

encima,

que mi propia sonrisa

se convierte en mueca.

Veo el corazón de estas gentes

en sus ojos, su expresión,

cada palabra

que dirigen al viento

y tan sólo encuentro

esperanza

a miles de kilómetros

de la ciudad.

Donde el ser humano

aún permanece

junto a la hierba.

Si cierras los ojos

podrás escuchar

el susurro del río…











Cada vez que teño a impresión

de irme al suelo

y cayer redonda como si nada

miro os montes

que creceron junto a mín,

sinto esa marea infinita e imparable

que é a naturaleza

intacta.

Cementerios

ÁRBOL MUERTO

Crecen entre las lápidas, dos árboles que parecen anudarse, elevarse juntos. Sus raíces dicen se dan la mano bajo tierra. A ambos lados dos tumbas, la del hombre y la mujer que ahora logran ver el fruto de su amor dirigirse al cielo, permanecer sellado para siempre pero vivo.






CEMENTERIO

Quizá los cementerios guarden secretos inconfesables. Tal vez este reposo último implique una especie de redención. O más bien lo contrario, y la muerte arranque a la vida a la única posibilidad de justicia, convirtiendo este lugar donde el silencio anida, en guarida de culpas y remordimientos.

Cada mañana, en la misma tumba, una mujer golpea de forma brutal con pies y piernas, más tarde manos, uñas, hasta quedar sin piel, la lápida del muerto que le destrozó la vida y que la muerte se llevó sin dolor alguno. La impunidad del golpe se refleja en el llanto rabioso de ésta. No hay descanso para los vivos.







SILENCIO

Tras la valla, un árbol sin apenas encanto alguno, flaco, desnudo, firme pese a todo. Cuando decidieron trasladar los muertos al cementerio nuevo nadie pensó en el árbol. Señal inequívoca del silencio que reinó algún día en esa parte del mundo. Bajo tierra, junto a él, recuerdos de muchas vidas anclados en sus raíces.



A Xosé Miguel

Condo era pequena
pensaba que se quedaba
parada, inmóvil
dentro da casa de meu bolo
nunca podería pasarme nada.
Eran as súas maos,
os sous contos,
úa especie de fronteira
que me defendía del mundo.
Pasóu el tempo
y demostróume a vida
que nun me engañaba o que sintía
y que na casa da mía infancia,
dos meus bolos,
eu taría a salvo sempre.