GATOS


Me confieso gatófila, gatofílica (aunque suene a enfermedad venérea) o, simple y llanamente, amante de los gatos. Unos buenos amigos (excelentes y que me conocen bien) me han regalado un hermoso libro de Andrew Edney, titulado Gatos y otros felinos. Se trata de una recopilación de más de cuatrocientas obras de arte, citas literarias, y otros textos, dedicados a estos singulares seres, de los que tanto podemos aprender. Los gatos saben cómo disfrutar de la vida, exprimirla, olvidarse de ella incluso. Un gato es un ser individual, independiente, de convicciones firmes, gestos altivos y audaces, o movimientos lentos y parsimoniosos. Los gatos convierten en liturgia cualquier acto cotidiano: el aseo, la siesta, la observación, la caza y la nada más absoluta. Miren a un gato, fíjense en cómo se enrosca plácidamente y cómo duerme, no malgasta energía alguna en actividades simultáneas, cuando duerme pues duerme, cuando come pues come, y cuando simplemente observa, dedica toda su atención a captar cualquier actividad sísmica, social o del todo cotidiana que ocurra a su alrededor. El gato registra cada suceso, lo analiza y aplica lo aprendido. Su principal dedicación es, sin duda alguna: él mismo. Y nosotros aquí agotados, estresados, comiendo mientras vemos la televisión, en una mano el tenedor, en la otra el móvil, los ojos fijos en la pantalla y la cabeza en lo que queda de día y de futuro. Las neuronas corren de un lado a otro como si fueran los Hermanos Marx gritando: “Más madera, más madera”. Y aún con todas las extremidades ocupadas en algún instrumento o aparatejo, moveremos los pies bajo la mesa como si de un tic nervioso se tratase puesto que creemos que quizá así quememos las calorías que estamos ingiriendo vía cordero con patatas. Y mientras buscamos más guarnición para la ingesta masiva de calorías que provoca la ansiedad y que a diario llevamos a cabo, soltamos el tenedor y decidimos acercarnos un segundo a consultar el correo electrónico y como los pies siguen con su tic escandaloso nos tropezamos al levantarnos de la silla, el cordero se nos cae sobre la cabeza, las patatas se colocan alrededor de la mano que sujeta el móvil y nosotros lo apretamos pese a saber que el aceite derramado nos creará ciertas interferencias, aún así, preguntamos al interlocutor: ¿Sigues ahí?. El gato nos observa bajo la silla de enfrente como observa cualquier otro acontecimiento incluso más ridículo que éste. En un momento dado se estira, se vuelve a quedar quieto, nos mira fijamente y pasa a nuestro lado mirándonos con una mezcla de desdén y compasión infinita. Sí, eso sienten los gatos por nosotros, compasión por nuestra torpeza vital. Pero ellos nunca lo confesarán, saben que la mejor manera de vivir en armonía es hacerle creer al otro que es más inteligente y que casi siempre lleva la razón. Qué sabemos realmente del minino que dormita en nuestra cama y ronronea sin sentido aparente en los momentos más variopintos: nada, son absolutos desconocidos, seres superiores… “Cuando juego con mi gata, ¿quién sabe si no me utiliza ella para pasar el rato más que yo a ella?”, nos advertía Montaigne. Mucho, mucho camino por recorrer todavía nos queda a los humanos…Bellas palabras dedicadas a los felinos escribió Baudelaire: “Toman al soñar las nobles actitudes de grandes esfinges alojadas al fondo de las soledades, que parecen adormecerse en un sueño sin fin”. Y para mí, una de las lecciones primordiales que pueden enseñarnos y que deberíamos aplicar es la importancia que cobra en sus vidas el descanso, el descanso tras la batalla (que nosotros llamamos rutina, trabajo, problemas…) Leo en este precioso libro: “Los gatos, como los guerreros, deben aprovechar toda oportunidad para descansar”. Si nosotros vivimos en constante guerra con el mundo que nos rodea por qué corremos hacia el centro del huracán, en vez de pararnos a descansar tras la batalla cruenta que supone levantarse cada día. Mi gata ha comenzado a roncar…

Ana Vega