INSTINTO



Más allá de toda lógica del corazón o el cerebro, de sus instrucciones más precisas, y en tantas ocasiones absurdas, existe un lugar intermedio, a media luz, donde se cobija el instinto. A veces el corazón engaña por pasión, por simple ceguera, por exceso de fe en lo invisible y el cerebro instaura su dictadura de emociones frías, de reglas, normas y códigos que han de seguirse al pie de la letra según todo tipo de condicionamientos sociales, afectivos, o aquellos establecidos por cobardía incluso. Justo entonces se impone el instinto en los que aún permanecen vivos bajo la piel de lobo que nos arrancaron al colocarnos las prendas que ahora lucimos con cierta inestabilidad física y sonrisa fingida. La voz que decide siempre con la sabiduría ancestral del primer hombre y la primera mujer ha de ser rescatada entonces de lo más profundo de nuestro abismo, pues ante cualquier golpe de mar o tormenta, ese faro será siempre el único que pueda guiarnos hasta tierra firme.

Ana Vega

INTERFERENCIAS



Descubro en boca de un hombre que ha practicado el canibalismo con la naturalidad con la que otros defienden el nudismo, la respuesta a todas mis preguntas: entre lo que uno piensa y lo que finalmente expresa existe un abismo.

La historia de este hombre inundó los medios de comunicación hace unos años; un hombre que mediante una página Web consigue alcanzar aquello con lo que ha soñado toda su vida: devorar a otro hombre. Él nos explica que no sólo se trata de comer carne humana –que, por cierto, según su experiencia se “parece bastante a la carne de cerdo pero más fuerte”- sino de establecer un vínculo especial con su víctima, una especie de comunión con lo que podríamos denominar su credo particular, el canibalismo. Mientras nos narra todo esto luce una estremecedora y brillante sonrisa, dientes blancos, casi perfectos. Cuenta cómo en Internet existen varias páginas dedicadas al canibalismo y cómo en ellas aparecen diversos anuncios de personas que muestran su deseo de comer carne humana, y otros de ser sacrificados (o martirizados, incluso). Es aquí donde conoce al candidato perfecto: un hombre joven y atlético que anhela ser sacrificado y devorado vivo. El hombre expresa en el anuncio su deseo de sentir dolor y que su verdugo grabe todo el proceso. Establecen contacto, fijan una fecha y llevan a cabo sus macabros deseos más íntimos. El “verdugo” (la víctima en este caso consiente) recoge a su “víctima” en la estación, lo conduce a su casa y allí prepara su vajilla más lujosa para la cena. Primero le corta el pene siguiendo las órdenes que el otro le indica, luego corta el miembro amputado en dos partes y las condimenta y prepara como es debido en el horno. Mientras, el otro se desangra y pide que le traiga su parte para degustarla. Se desangra lentamente. El anfitrión, por cortesía, le ofrece un baño de agua caliente (con lo que eso significa) para que se relaje. El proceso es largo. Finalmente el “verdugo” se coloca el delantal de carnicero y corta la carne, las piezas “más frescas” las cocina de forma inmediata y las otras las guarda en el congelador. Ambos sufren infancias no desdichadas pero sí con carencias afectivas y problemas familiares, por lo demás, los dos son seres queridos y respetados por sus vecinos y amigos. Una vez escuchado el espeluznante relato en toda su crudeza y la frase final con la que éste hombre, que ahora se encuentra en la cárcel, reconoce que le gustaría haber comido la carne de alguien a quien amase o con el que mantuviera algún vínculo sentimental, vemos claramente en este ejemplo terrible e inigualable nuestra incapacidad de elaborar un discurso acorde con nuestro pensamiento y sentimientos reales. Descubrimos, también, que a veces el lenguaje bien empleado, cuando se produce la perfecta concordancia entre lo que sentimos y luego expresamos, tiene una eficacia asombrosa, temeraria incluso. Nuestro “verdugo” expresó con claridad sus deseos y obtuvo así el objeto deseado, ya que el otro hizo lo mismo y lo expuso al mundo. Digamos que ésta es la honestidad verbal llevada al límite, pero vemos también cómo los resultados son del todo sorprendentes. Si cada día, en nuestra vida, empleásemos un cuarto de la valentía y sinceridad que estos dos hombres utilizaron para mostrarse ante ellos mismos y el resto del mundo (sin entrar en patología y evidentes trastornos de dicho individuos) y descubrir sus deseos más inconfesables, qué no conseguiríamos nosotros si nos olvidásemos de nuestra hipocresía y cinismo. Reconozcamos que en nuestra vida cotidiana nos vencen las interferencias sentimentales, de la vanidad, el ego, el miedo o la cobardía, y así, entre todos, conseguimos alzar una torre de Babel indescifrable incluso para el más perspicaz vecino, conocido, amante o amigo. He aquí dos hombres que todos calificamos como monstruos por los atroces actos cometidos, pero hemos de tener en cuenta que ellos decidieron en un momento dado elaborar un acuerdo cuyas reglas habían expresado, y determinado, desde el principio, y que por tanto, en este caso, no hubo interferencia alguna. Ambos expresaron sus deseos y éstos se cumplieron, sólo ellos saben si como bendición o maldición. Demuestran, sin embargo, que entre dos personas es posible establecer comunicación directa sin interferencia alguna.



Ana Vega

ENCANTADORES DE SERPIENTES





Dícese de aquellos individuos que depositan sus huevos en tus entrañas, y con diversas técnicas y tácticas, de lo más variopintas e inusitadas, llevan a cabo una laboriosa tela de araña que deja a sus víctimas enredadas para siempre en una jaula invisible. Padecen diversas patologías, algunas ya descritas y conocidas como la del “perro del hortelano”, que ni come ni comer deja, y otras más satánicas y ancestrales como la de ejercer su dominio y poder sobre la presa elegida a través de una sutil pero muy estudiada “invasión psicológica” que mina a la víctima en cuestión lentamente, durante años. Aunque nos alejemos pues físicamente de su lado siempre nos hallaremos en territorio comanche…

Individuos que suelen ser en el fondo recipientes vacíos que han de llenar con sangre y energía ajena sus profundidades más cóncavas, pero con una vida social agitada (evidente, por la constante búsqueda de víctimas) y economía saludable (la falta de escrúpulos siempre te lleva lejos).

Sin embargo, su propia vida se convierte en un vaso siempre vacío, hueco y frío, que lo mires por donde lo mires nunca termina de llenarse; ellos, pues, no se sitúan ni en el optimismo ni en el pesimismo sino en el realismo más conveniente a sus expectativas.

Les reconocerán por su egolatría, que han de disimular tanto, y en tantas ocasiones, que siempre se les escapará alguna sorprendente revelación en una de esas conversaciones que carecen siempre de interlocutor alguno más allá de sus propios oídos.

Suelen padecer cierta tendencia a los regalos que se empeñan en colocarte como parte del ajuar que viene con los huevos depositados con anterioridad en tu espacio vital; también sienten cierta debilidad por la frase hecha, el piropo fácil y el halago invasor -y del todo incomprensible-, pues llegado cierto punto en el que la presa se mantiene firme pueden alcanzar un elevado grado de inconsciencia a la hora de llevar a cabo sus propósitos de caza indiscriminada. Utilizarán para ello todo tipo de herramientas.

Les reconocerán fácilmente cuando intenten sacarlos de sus vidas -amputar el miembro enfermo que consigue envenenar despacio todo el cuerpo- y éstos se tomen el asunto como agravio sin precedentes en el vampirismo psicológico y se agarren a usted cual parásitos intestinales.

Al igual que las garrapatas cuanto más tiren de ellas, más se hundirán éstas en la carne. Hemos de admitir ya desde un primer momento que todo encantador de serpientes, o “gañán”, en jerga popular y muy sabia, para simplificar, acaba marchándose de nuestras vidas con un pedazo de nuestra piel o entrañas bajo el brazo.

Nadie dijo nunca que esto sería fácil…


Ana Vega