SEXO, MENTIRAS Y OTRAS HIPOCRESÍAS

(...en una ciudad de provincias)



La soga de los honestos que de forma anticipada se coloca justo donde el cuello anida con el resto del cuerpo: he ahí la eterna lucha por la supervivencia entre vampiros, mediocres y sucedáneos de ser vivo (sin atreverse a mencionar humanidad alguna pues ese término bien exige ciertas aptitudes y más bien hechos). Cuestión que vemos -no todos ni todas, sólo quienes son capaces de alzar su mirada más allá el ombligo o bolsillo- cada día invadir el mundo y universo conocido, quizá incluso más allá pues tal vez en esto podamos encontrar la razón de invasiones marcianas o de otra índole donde, tal vez, y sólo tal vez, la clave radique en que otras lunas y espacios los honestos se hayan extinguido por un uso abusivo de ellos. Los honestos y honestas, son esos seres en los que otros se apoyan para avanzar, quienes normalmente no han tenido una evolución, digamos, fácil y por eso saben más que el diablo, no por viejos, porque a cierta y temprana edad la vida les ha golpeado tan duro y con tan buena puntería que serían capaces de diagnosticar toda personalidad ajena y situación que ven enfrente con tan sólo un mirada y una cierta atención al gesto ajeno. Apoyos o cabeza de turco, por tanto, con cierta habilidad para gestionar, crear, hábiles en eso de las ideas pues han tenido que salvarse muchas veces y en muchos modos, algo que quienes han vivido de forma estática y cómodamente apoyados en un sillón mullido no por desgracia sino por suerte no saben ejecutar o no al menos con mucho tiento. Por tanto es necesario el trabajo de base de un número impar o lo más amplio posible de seres honestos que vayan sembrando el camino de otros, colocando baldosas amarillas para que éstos que más tarde alcanzan puestos en eso que llaman política y bien podría definirse como hipocresía a secas, en la mayor parte del asunto, no en todo, puedan ir recogiendo las flores que el pueblo adormecido no por amapola alguna sino por gusto propia y conveniencia arrojan al que necesitan o creen necesitar dirija sus pasos de manada o rebaño para más tarde poder quejarse de la situación que ellos mismos han decidido mantener. La soga de los honestos, es la que ellos mismos se colocan cuando ante un rostros ajeno o situación, pese a saber que ponen en manos del otro toda su bondad y sabiduría siguen demostrando una generosidad, aquí, sí, inhumana, al volver no a confiar en lo que tienen frente a ellos, sino en algo más profundo que el instinto, el sentimiento o tendencia de cierta parte de la humanidad en eso de cambiar las cosas no desde un continente que apenas conocemos, a sabiendas de que no es necesario cruzar océano alguno para cambiar las cosas, basta con ponerse manos a la obra. No es necesario hablar de cultura, desde el momento en que todos podemos fabricarla desde este mismo momento. Y una advertencia, y recordatorio también, depende del lado elegido: “cuidado con las cabezas que pisas al subir, puede ser que luego vuelvas a encontrarlas en tu descenso”.

Ana Vega