Entrevista  Constantino Bértolo: 
"Agrupémonos todos en la lectura final"
 
Mundo Obrero
 
 
 
 
 
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M.O.: ¿La literatura debe trabajar siguiendo la estrategia del caballo de Troya o debe, más que asaltar la ciudad sitiada, construir una ciudad nueva fuera de sus muros?
C.B.:
Creo que debe de procurar, dialécticamente, realizar ambas tareas en un mismo gesto: asaltar para construir. No asaltar para apoderarse y asentarse en la ciudad conquistada sino para romper murallas, limpiar sótanos, enterrar la propiedad privada de los medios de producción, abrir y socializar las calles y las lecturas, tomar el control de la producción de necesidades y atreverse a imaginar unas formas de convivencia y producción que en las actuales condiciones son imposibles de imaginar. Asaltar, destruir lo que haya que destruir, recuperar lo que haya que recuperar, reconstruir lo que nunca llegó a construirse: un futuro en el que la humillación física o mental no sea necesaria.
 
 
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M.O.: ¿Cuáles crees que tendrían que ser los ejes sobre los que giraría una política cultural de izquierdas, con un horizonte transformador y emancipador?
C.B.:
Creo que en general la izquierda ha sido víctima de un entendimiento de la cultura como un paquete de actividades conceptual e instrumentalmente ya dado que, en función de los presupuestos disponibles y posibles en cada momento o circunstancia, se ofrece a la sociedad. Es decir, la cultura como parte del paquete electoral y casi siempre con una función ornamental y complaciente. Entiendo que esa visión es más propia de un gerente de contenidos que de una instancia política encaminada a intervenir en la transformación de los sistemas de auto y heteroobservación en los que la dinámica cultural se expresa. Creo necesario asumir que la cultura no es un conjunto cuantitativo de elementos cuya valorización está ya definida y delimitada sino que, desde posiciones de izquierda, es imprescindible entender la cultura como proceso, como un sistema dinámico de comunicación del que ciertamente se habrán de derivar tanto las escalas de valores, los medios de formación e información y los servicios y las industrias culturales, pero no como meta o balance sino como herramientas de transformación e identidad.

La izquierda tiene que proponer la cultura como un proceso continuo de redefinición, reelaboración y evaluación de ese complejo sistema de observación y orientación, construido con elementos tangibles e intangibles, del que nos servimos a la hora de relacionarnos tanto con nosotros mismos como con los otros, tanto con nuestro presente como con nuestro pasado o nuestro futuro. Se trataría para la izquierda de seguir, al modo dialéctico en que se produce eso que llamamos la vida, un doble pero único proceso de destrucción y construcción: destruir aquellos elementos de la cultura hoy existente que son elementos de dominación de clase, y al tiempo, y sin renegar de la oportuna reutilización de materiales y recursos que forman parte de lo existente, propiciar el marco y las herramientas posibles para la emergencia de una cultura que contenga el gesto emancipatorio, necesario para romper con la “naturalidad” desde la que hoy lo cultural nos presenta, vende e inocula las relaciones entre el capital y el trabajo. No se trataría por tanto de ofrecerse como productores de la “mercancía Cultura” ni como defensores de un Estado que asuma como tarea básica el ejercer una labor subsidiaria y benéfica que supla las carencias que el sistema de mercado produce, sino como agente movilizador con la misión de facilitar las condiciones materiales e inmateriales, los marcos y las herramientas necesarios para que las distintas unidades de convivencia, desde los barrios al Estado faciliten la emergencia de esa “cultura en clave de ofensiva” que la sociedad, en cada una de esas instancias o comunidades donde se reparte, reclame y organice como instrumento para la identidad, la orientación, el recuento y el combate. Entiendo que una gestación y gestión de lo cultural en la onda de los presupuestos participativos de Porto Alegre, es decir, la deliberación y elaboración del mapa de necesidades en ese y otros campos desde las instancias donde la convivencia tiene lugar, podría ser para la izquierda, allá donde alcance poder político y económico, brújula para una cultura no dominada por los valores que el dominio de clase nos ha venido imponiendo. Se trataría por tanto de acabar con la propiedad privada de los medios de producción de necesidades que hoy detenta el control de los imaginarios hegemónicos; esa batalla en la que históricamente, y al menos hasta el momento, los movimientos revolucionarios siempre han sido derrotados.