Madre vértigo, madre espanto que me habitas,
acoge a esta tu hija desolada y ciega, falta de cimientos,
huérfana de dioses y esperanzas.
Madre ceniza, madre destrucción que me pariste
en el desierto del mundo habitado,
bendice a esta tu hija, perdida y callada,
triste como nadie entre los tristes.
Hija soy de la abundancia de tu vientre abultado
-quizás no me reconozcas- y de la sombra amarga
de una casualidad mayor que el mundo;
esta soy yo, tu hija, crecida como río,
como sed en la garganta, que grita y hacia ti vuelve su rostro.

Esther Prieto