" Pienso de modo general que los intelectuales -si es que existe o debe seguir existiendo tal categoría, lo que no es seguro ni siquiera tal vez deseable- renuncian a su vieja función profética.
Y no me refiero únicamente a su pretensión de decir lo que va a ocurrir, sino a la función de legislador a la que han aspirado durante tanto tiempo: 'Eso es lo que hay que hacer; eso es lo correcto, seguidme. En medio de la agitación en que os movéis todos, he aquí el punto fijo, el lugar donde me encuentro'. El sabio griego, el profeta judío y el legislador romano son modelos que rondan continuamente a quienes hoy hablan y escriben por profesión. Sueño con el intelectual destructor de evidencias y universalismos, el que señala e indica en las inercias y las sujeciones del presente los puntos débiles, las aperturas, las líneas de fuerza, el que se desplaza incesantemente y no sabe a ciencia cierta dónde estará ni qué pensará mañana, pues tiene centrada toda su atención en el presente, el que contribuya allí por donde pasa a plantear la pregunta de si la revolución vale la pena (y qué revolución y qué esfuerzo son los los que valen la pena) teniendo en cuenta que a esa pregunta solo podrán responder quienes acepten arriesgar su vida por hacerla"
Foucalt