CRITICA LITERARIA





Reseñas publicadas en el diario La Nueva España y la revista Clarín.










Maridos

Ángeles Mastretta

Seix Barral, 2007

259 páginas





ENCUENTROS Y DESENCUENTROS AMOROSOS







Una tarde, Julia Corzas abre la puerta a su tercer marido. Deciden jugar al ajedrez. Ella le cuenta diferentes historias de amor y desamor, maridos y mujeres, viudas, infidelidad, primeros besos, y pérdida de la ingenuidad con que un día creímos poder vivir junto al otro.

Ángeles Mastretta reúne aquí distintos relatos, no demasiado extensos (algunos tan sólo de unas líneas) en los que lleva a cabo una investigación casi antropológica de los encuentros y desencuentros a los que el amor nos conduce. El desencanto, y una visión lúcida y reflexiva sobre la realidad, nos ofrece en estos relatos un retrato fiel de todo aquello que hemos vivido –o viviremos en el futuro- en el inestable e irracional territorio del amor: “Según la terapeuta se nos dan las relaciones disfuncionales, pero qué saben las terapeutas, lo mismo que antes sabían los curas. Nada. A veces oír. Disfuncionales somos todos” Y eso deja patente en este libro la autora: nuestro carácter voluble y el escaso o nulo control que nosotros podemos imponer al inverosímil, en muchas ocasiones, devenir de los hechos. Mastretta analiza con lupa cada comportamiento (“Mil años de vida juntos conducen a una comprensión del otro que a veces parece idiotez”), cada mirada, y utiliza el sarcasmo, la ironía más afilada y el humor, para reflejar nuestros enredos cotidianos.

Se presenta aquí a los hombres como sujetos débiles, inestables, cobardes, es la mujer la que impone el orden en el caos, la que deja las cosas claras, la que decide, también, callar todo lo que sabe. En un momento dado, una de las mujeres que aparecen en esta obra le dice a su marido: “Si tú no sirves para cumplir promesas, yo debería servir para cumplir amenazas”. La autora nos describe aquí a mujeres fuertes, que saben lo que quieren y luchan por ello, pero mujeres ante todo cuya sabiduría las conduce al perdón (aunque ellos busquen y olviden la redención con un simple parpadeo). En otro de los relatos, la mujer se pregunta si cierta frase que ha escuchado por ahí tendrá en realidad sentido: “Había oído decir alguna vez que la mujer ideal es la que se convierte en pizza cuando el hombre ideal termina de hacer el amor y cae en un ataque de hambre”. Mastretta sigue ofreciendo ese prototipo de hombre miserable y con pocas luces, tosco (“Había empezado a tener hijos desde que empezó a entrar en ella su marido, que no pedía permiso de paso”), egoísta (mujer que lleva once horas de parto y cuando el marido entra en la habitación le dice: “No te imaginas qué día tan pesado he tenido”) pero elabora dicho retrato con agudeza, donde su ingenio brilla con luz propia: “Bien lo iba diciendo en todas partes su vecina: cuando el marido de la señora Fez pasó a mejor vida, ella también pasó a mejor vida”.

Ángeles Mastretta deja clara su postura ya desde la portada elegida para este libro, en ella se muestra la mitad de una naranja, pero esa mitad se exhibe jugosa, resplandeciente, como preguntándose si realmente es necesaria la otra mitad. Y la autora nos recuerda entonces algo imprescindible: “Claudia sabía que quien aprende a estar solo aprende a saber lo que quiere”. Encontramos aquí varias lecciones magistrales para nuestra vida cotidiana, algunas aplicables sólo en caso extremo de viudedad o infidelidad no consentida, otras en cambio muy útiles a la hora de enfrentarnos a nosotros mismos: “Todo menos pelearse consigo misma a esas alturas”. Lo que realmente hemos de tener siempre presente es que, como bien dice una de las maravillosas mujeres que habitan estas páginas, “la vida se trata de cerrar los ojos y abrir las manos. Todo lo demás está hecho de rencor y rencillas. No vale la pena detenerse en eso”.















Naturaleza infiel

Cristina Grande

RBA, Barcelona, 2008

142 páginas





GOLPE DE MAR







Éste no es un libro común. Cristina Grande posee un estilo muy personal, tanto en su modo de narrar como en las historias que cuenta. En este caso podría tratarse de una novela fragmentada en capítulos en aparente desorden o caos, sin embargo, la autora nos ofrece una historia perfectamente cimentada, e hilvanada, sin cabo suelto alguno, a modo de breves relatos, que en dicha brevedad nos descubren el talento de esta escritora.

La vida de la protagonista cambia cuando su padre muere de forma repentina –lo que ella conoce como “un golpe de mar”- y no sólo la suya sino también la de su hermana y su madre. Tres mujeres y tres formas de enfrentarse al dolor muy distintas. Mujeres fuertes e independientes pero no por ello libres de las debilidades que todo ser humano padece o que se acentúan en ciertos momentos.

La prosa de Cristina Grande posee un ritmo vertiginoso, que se detiene, sin más, en un instante determinado para explicar hechos que en un primer momento nos parecen del todo superficiales, como el cambio que se produce en el hogar de Renata cuando al fin se deciden a comprar un lavavajillas. Un hecho concreto y de escasa importancia como ése nos revela, mediante las diferentes reacciones de cada una de las mujeres de esta historia ante dicho objeto, sus carencias, de las que ahora parecen desprenderse con un simple lavavajillas. Al menos, ese esfuerzo diario, inútil (“El esfuerzo nunca ha sido garantía de nada. El esfuerzo sigue pareciéndome un timo”) y eterno, de fregar los platos, se soluciona con un electrodoméstico (“Para mí, el futuro empezaría el día en que todo se arreglase sin tener que hacer esfuerzo alguno, de la misma forma en que todo se había estropeado antes tan fortuitamente”).

La madre enseña a sus hijas la importancia de “no depender económicamente de ningún hombre” pero más tarde todas descubren, madre incluida, “que las peores dependencias no son las exclusivamente económicas”. Mujeres por tanto independientes (“No tener que dar cuentas a nadie era la auténtica libertad”) y sinceras, con las cosas claras (“El complejo de culpa debilita una barbaridad y te impide hacer ciertas cosas”), que en un momento determinado pierden el norte, el dolor les desdibuja el camino: “A veces, incluso me parece increíble haber pasado por en medio de tanta tristeza y remordimiento sin haber sufrido daños aparentes”.

Cristina Grande escribe con una espontaneidad innata, con naturalidad y grandes dosis de realismo; utiliza el humor de forma inesperada, logrando así que el nudo en el estómago provocado al lector en la página anterior se convierta en sonrisa o carcajada: “Ese día, en su casa, me ofreció una patata chafada en un plato blanco de Duralax. Dijo que suicidarse era de muy mala educación”. La madre se preocupa del futuro de sus hijas, pero la protagonista de esta historia lo define con mayor exactitud: “Por suerte, ella se preocupaba de las cosas prácticas, no de la salvación de mi alma”. Y de la sonrisa ingenua nos conduce al retrato más crudo de la realidad, el aguijón del pasado que nunca podremos extirpar del todo: “Mi madre teme al pasado. Siempre lo recuerda mucho más negro de lo que fue. Lo teme como a uno de esos insectos que ponen sus huevos en las heridas abiertas de los humanos”.

Finalmente, la protagonista nos regala toda una declaración de principios para sobrevivir al naufragio: “Hay gente que nunca tiene bastante en la vida, que sólo sabe quejarse de las pegas que van saliendo y que no aprecia lo bueno que le ha tocado, suele decir mi madre. A la larga, ella se siente una mujer afortunada y no soporta que la compadezcan. Mi madre –como mi abuela- es de las que no va al médico porque sus males siempre los ve pequeños. Para que las cosas salgan bien, hay que pensar que van a salir bien, eso como mínimo. Y hay que saber elegir, y saber resolver las cosas cuando no se ha elegido bien”:



















Cristina Peri Rossi

Cuentos reunidos

Lumen, Barcelona, 2007

703 páginas



CANTAR EN EL DESIERTO







Cristina Peri Rossi reúne ahora en un solo volumen todos sus relatos, procedentes de otros libros y algunos inéditos. La portada del libro refleja fielmente toda esa multitud de personajes que luego nos encontramos, cuyos sombreros de colores diversos y el rostro que no vemos nos lleva a preguntarnos por sus vidas, sus anhelos, miedos y deseos. Este poder de atracción, de despertar nuestra curiosidad, de sumergirnos en historias que aún desconocemos, es una de las principales virtudes que descubrimos en este libro nada más abrirlo. La autora nos confiesa en el prólogo: “Es un género que amo, como lectora y escritora, al que regreso siempre, y al que seré fiel durante toda mi vida. Me gusta la gramática del cuento, su estructura, su brevedad (he escrito algunos relatos largos también) y el hecho de que hay que prescindir de lo accesorio, de lo poco significativo. La mayoría de las veces mis personajes, como los de Kafka, no tienen nombre, porque sería un dato innecesario: el relato tiene una economía tan implacable como la poesía”. Poco más cabe decir. Su amor por este género lo demuestra en cada página, así como su talento. También, un prodigioso dominio de la técnica narrativa, diferentes registros, buen gusto a la hora de reflejar un tono quizá más agrio, más comprometido con la realidad, para el que utiliza como herramientas fundamentales un sarcasmo e ironía muy personales. Cristina Peri Rossi nos demuestra su maestría a la hora de enfrentarse al cuento, ese “mecanismo de relojería donde cada palabra es imprescindible”. Sincera, audaz, lúcida, divertida y muy cercana. Hay dos elementos claves para Peri Rossi: la primera frase (“La primera frase de un relato es decisiva”) y la última (“Para esa unidad de efecto de la que habla Edgar Allan Poe, tan importante como la primera frase es la última. A veces, se trata de un golpe definitivo, de un K.O. magistral. Pero, en otros casos, conviene a la emoción que se desea causar un final ambiguo, abierto, lleno de incertidumbre”). El círculo se abre y se cierra con la perfección exacta en el momento adecuado. Todo ha sido calculado al milímetro. La primera frase es impactante, siempre, y el final deslumbra, nos inquieta, o nos golpea de forma brusca, seca.

Para la autora el cuento significa algo más que el relato de una historia: “Los relatos son siempre una especie sofisticada de parábolas y moral del término, aunque la forma haya evolucionado muchísimo. Y son parábolas porque los seres humanos, a diferencia de los animales (por los que siento gran respeto y cariño) aprendimos a través de las historias”. Y sentimos esto al leerlos, esa especie de visión, o de luz al final del camino, descubrimos algo, nos reflejamos en alguna conducta o algún personaje. Cristina Peri Rossi se nos revela bajo estas páginas como chamán: cada relato esconde una revelación. Aprendemos, sin duda, algo: “Un cuento es una ficción que esconde una verdad a veces difícil de asumir”.

Encontramos aquí musicalidad, ternura y erotismo, deseo, dolor, vergüenza, miedo… No es difícil que alguno de estos personajes nos resulte cercano, conocido incluso, querido u odiado. A veces reina el absurdo, el surrealismo, nos recuerda a Cortázar, otras la angustia de Kafka, la prodigiosa lucidez de Borges, incluso el relato futurista de Huxley, pero siempre permanece latente la singularidad, la sorprendente originalidad de la autora. Cristina Peri Rossi posee un universo particular, muy personal, de enorme riqueza. En ningún momento abandona la denuncia ante la injusticia, el compromiso, frente a una sociedad del todo equivocada: “Los sobrevivientes de esas noches de torturas y de dolor, nacían con el signo de la resistencia y la fortaleza”. Rescata también el mundo de los sueños, de lo inalcanzable: ciudades de nombre Luzbel…Encontramos relatos que esconden casi un tratado filosófico o metafísico, historias que nos hacen reflexionar: El museo de los esfuerzos inútiles, Los desarraigados, La cabalgata, El mártir… Nos habla de la fragilidad humana, del azar, del destino, del amor y las relaciones (“Para él, la realidad era un cuadrado. Para ella, la realidad era una circunferencia”), o un cuento se nos muestra como una terrible premonición (en La Rebelión de los niños hallamos una nota de la autora donde confiesa que éste se convirtió en una premonición de lo que más tarde sucedería: golpe militar). Otro de los elementos clave en la prosa de Peri Rossi es la “vuelta de tuerca” que consigue dar a todo lo imaginable: “A las cuatro me llamó mi psicoanalista. Estaba muy angustiado: había descubierto al segundo amante de su mujer”. En La oveja rebelde su protagonista decide golpear ovejas mentalmente hasta acabar con ellas para alcanzar el sueño, así se queda plácidamente dormido, en Suicidios S.A. nos descubre que “la ciudad protege a los suicidas. Se han construido expresamente viaductos, puentes y acantilados a fin de que los hombres y mujeres decididas a suicidarse puedan ejecutar el acto con las mayores garantías de éxito”, en El juicio final, cuando Dios se le aparece a un pobre hombre que se dirige a su oficina ocurre lo más inesperado: “Entonces, extrajo del bolsillo interior de su chaqueta unas cuartillas escritas a máquina (era un hombre prolijo) y calándose los lentes (sufría una moderada presbicia) comenzó a leerle a Dios la lista de cargos que durante cincuenta años había acumulado contra él, de forma imparcial, como un anónimo investigador que ha seguido a un sospechoso sin que éste se diera cuenta”. Más tarde, en El ángel caído (ganador del premio “Puerta de Oro” en 1985) narra una especie de relato futurista donde un ángel caído “cae” en un mundo en ruinas, cruel y sin sentido, y donde una señora decide sentarse a su lado y acompañarle mientras suenan las sirenas para que la gente acuda al bunker. Finalmente, Una lección moral nos enseña cómo no debemos tratar a un enemigo, ya que nuestra bondad puede hacerle creer que no ha hecho bien su trabajo e incomodarle nuestra falta de atención.

Cristina Peri Rossi disecciona a sus personajes, su psicología, sus pensamientos más profundos e inconfesables, lo sabemos todo sobre ellos, tal y como son, al desnudo: “Y lo que quería el doctor Minnous, esa noche, era acariciarse los senos, como si fuesen enormes, rodearlos con los dedos, resbalar hasta los muslos, bailar, bailar, como una corista, mientras Diane Warwick, en el compact murmuraba: Ser mujer es maravilloso”.

En el cuento que cierra este volumen, Cantar en el desierto, una mujer canta en el desierto como una sirena varada a la que nadie escucha. Me pregunto si ésta no es la metáfora perfecta que resume el silencioso trabajo de orfebre que realiza en soledad Cristina Peri Rossi hasta llegar a nuestras manos.











Toni Morrison

Una bendición

Lumen, Barcelona, 2009

189 páginas





A GOLPE DE LÁTIGO







Esta es la historia que sólo una mujer comprometida puede escribir, un compromiso que vela por la injusticia, por el pasado, por ese mundo de oscuridad que no conocimos y sin embargo sigue presente en nuestros días: discriminación, poder… La esclavitud que sufren los personajes de esta historia consigue recordarnos ciertas actitudes y posturas aún vigentes. El mundo ha cambiado pero no los lugares más inhóspitos del alma humana, aquellos en los que una vida no vale apenas nada. Morrison indaga en dichos rincones, en lo más profundo, allí donde pocos se atreven a adentrarse, donde nos negamos a reconocernos. Aquí demuestra su extraordinario talento, y trayectoria, como narradora, pues la fluidez de su discurso y la magia que consigue trasladar a esta historia demuestran un dominio absoluto de la palabra, que transforma, y convierte en singular herramienta de denuncia y también de revelación, de conciencia que exige ser escuchada, descubierta.

Su antiguo amo vende a la pequeña Florens. En su nueva casa descubrirá el amor en la figura del herrero que irrumpe en sus vidas para trabajar en la nueva mansión y también para curar de manera milagrosa a la sirvienta. Con él Florens descubrirá la pasión, el desorden que provocan ciertos sentimientos, esas ataduras que hasta entonces desconocía, tan diferentes, pero no del todo contrarias, a las que conoce como esclava. Sin embargo, el desengaño la convertirá en una mujer salvaje, cuya pasión ha sobrepasado los límites que ni tan siquiera conocía.

Cada mujer de esta historia nos narra su experiencia de un modo distinto, su condición de objeto, de herramienta de trabajo, de carga, de moneda de cambio; la esclavitud se describe de forma íntegra, en su dolor, en la agonía de los que sufren el látigo, los golpes, las violaciones, la humillación constante. No obstante, la libertad aparece no como esperanza u objeto tangible pero sí como parte de un futuro incierto que intuyen de algún modo, algo que saben no conocerán hasta muchos años después, pero cuya certidumbre, pese a los golpes de la realidad cotidiana, no les abandona.

La crueldad que aquí sentimos se justifica por cualquier medio, lo irracional pesa más que la cordura: “Aquellas eran unas leyes ilegales que estimulaban la crueldad a cambio de una causa común, si no de la virtud común”. El uso del látigo podía utilizarse en nombre de la virtud o la moral incluso. El poder no sólo económico sino también social y, el más vergonzoso, el adquirido sobre otro ser, era uno de los vicios más aplaudidos en la época: “Por el camino vio a un hombre que golpeaba a un caballo para obligarlo a arrodillarse”. La autora indaga en las verdaderas raíces de ese poder, de esa ansia destructiva, de la crueldad diaria y sin sentido: “Los europeos podían matar a las madres con toda tranquilidad, disparar a los ancianos en la cara con mosquetes más ruidosos que los gritos de los alces, pero se enfurecían si alguien que no era europeo los miraba a los ojos”. Esa mirada les desafiaba más que el llanto pues ponía de manifiesto dónde radica la libertad real: en los ojos del esclavo y no en el látigo. Quien emplea una crueldad así de gratuita y terrible es el que se siente realmente condenado (el herrero le explica a Florens que “los esclavos le parecen más libres que los hombres libres”).

En esta obra, Toni Morrison, nos acerca a un lugar y época cuyos acontecimientos no han de ser olvidados nunca y que, por desgracia, aún sobreviven, por nuestra evidente ceguera, más allá de la memoria, en el mundo real donde la injusticia y compra y venta de seres humanos –en el sentido más amplio- siguen ejecutándose con total impunidad; de ahí, por tanto, la necesidad extrema de que una voz como la de Morrison nos advierta la escasa diferencia que separa a un hombre de un monstruo y de la facilidad con que puede propagarse este terrible virus.

Nos recuerda, también, cómo a lo largo de la historia, la mujer sigue siendo la principal víctima: “Ser mujer en este lugar es ser una herida abierta que no puede curarse”. Una bendición, sin duda alguna, que alguien eleve su voz ante la injusticia del pasado y del presente.



El infinito en la palma de tu mano

Gioconda Belli

Seix Barral, Barcelona, 2008

237 páginas



LA LLAVE DEL PARAÍSO







La cita inicial de W. Blake nos revela el origen del título de esta novela: “Para ver el mundo en un grano de arena, / Y el Cielo en una flor silvestre, / Abarca el infinito en la palma de tu mano/ Y la Eternidad en una hora”. La autora nos ofrece en esta cita las claves de esta historia, su esencia: “El infinito en la palma de tu mano”. Más tarde, T.S.Eliot nos revela el resto: “Y el final de todas nuestras exploraciones será llegar al lugar donde comenzamos y conocerlo por primera vez”. Gioconda Belli nos descubre el misterio que esconde el origen del conocimiento y de la libertad.

La autora elabora un relato detallado de una historia que como ella misma indica “por antigua, creía conocer de toda la vida”. Para ello nos traslada al Paraíso, donde Adán y Eva desconocen el Bien y el Mal, el significado de la libertad. En esta ocasión la historia que todos conocemos transforma la manzana prohibida en un higo, fruto que Eva decide comer pese a las advertencias. Por ello, tras comer la fruta prohibida, son expulsados del Paraíso, y obligados a vivir como seres humanos, condicionados por sentimientos y sensaciones que antes desconocían; ahora el dolor, el hambre y la sed llegan a sus vidas. También aparece la cólera, la desesperación, la crueldad, la impotencia… Vivirán ya, por siempre, desterrados del maravilloso lugar que conocieron.

Gioconda Belli rescribe una bella historia en un tono poético y apasionado, pero utiliza la frialdad necesaria para describir los pasajes en los que es necesario recordar al hombre la injusticia y la dureza de la supervivencia. Escribe con voluntad inquebrantable una historia que, pese a ser conocida por todos, descubrimos ahora en estas páginas. En cuya humanidad nos reconocemos, los aciertos y errores que nos conducen a aprender de la experiencia adquirida. Como bien dice la autora: “Ésta es pues una ficción basada en las muchas ficciones, interpretaciones y reinterpretaciones, que alrededor de nuestro origen ha tejido la humanidad desde tiempos inmemoriales. Es, en su asombro y desconcierto, la historia de cada uno de nosotros”. Asistimos al momento en que Adán siente por primera vez la necesidad de la palabra: “En su cabeza sintió el revoloteo azorado de las imágenes buscando ser nombradas”. O el momento en que comprende la necesidad de amarse: “Pensó que podríamos existir como un solo cuerpo, pero no resultó. Te dejó muy dentro. No podías ver ni oír. Por eso nos sentimos tan bien cuando los dos volvemos a ser uno”. La descripción es bella, exuberante, frondosa como el paisaje que les rodea.

Es curioso ver cómo los roles de hombre y mujer aún no presentes entonces comienzan a gestarse, cada uno define sus debilidades y su capacidad de enfrentarse al mundo. Adán presiente que la mujer es poderosa: “Ella confiaba demasiado en sí misma”. Le sorprende su intuición, sus habilidades innatas: “Se preguntaba si ella tendría razón al pensar que estaba con él para cuidarlo de sí mismo”. La mujer percibe señales que él no consigue descifrar: “Su piel advertía, con el olfato del perro y el gato, lo que estaba por acontecer”. Así define a la mujer: “Ella estaba conectada con la tierra, como un árbol sin raíces”. Sin embargo, en el hombre surge la crueldad y el odio: “Tenía miedo de sí mismo, de cuanto estaba dispuesto a hacer para sobrevivir en esa tierra hostil. Tenía miedo del hambre y de la ferocidad con que uno a uno mató a los conejos, aplastándoles la cabeza con una piedra. Había que ser cruel para matar”.

Es ésta pues la historia del primer hombre y la primera mujer, pero también la nuestra, donde descubrimos lo que la vida nos enseña cada día: “El saber y el sufrir son inseparables”. Cuando Eva ve a sus hijos sabe que “podrían enseñarles cómo vivir, pero no domesticarlos”. En la libertad se encuentra por tanto la bendición y el castigo. La llave de nuestro Paraíso se halla en la sabiduría adquirida con nuestros propios errores, como el Ave Fénix que protege a los desterrados resurge de sus cenizas.















Postales de invierno

Ann Beattie

Libros del Asteroide, Barcelona, 2008

362 páginas





BELLEZA HELADA







Leer a Ann Beattie es adentrarse en una atmósfera densa y, en apariencia, del todo cotidiana, sin sobresaltos; una realidad en la que reconocernos sin demasiado esfuerzo, unos personajes que nos narran sus vivencias, el amor, la amistad, la familia, aquello que en principio no debería suponer obstáculo alguno en nuestro camino sino más bien un bastón en el que apoyarnos. Ann Beattie esconde tras la aparente fragilidad de su prosa, su desnudez -ese lenguaje coloquial y diálogos excepcionales, vivos, de los que nos hace partícipes por su extrema habilidad a la hora de expresar todo lo que sienten sus personajes- una voz firme, mordaz, que pone de manifiesto el desencanto más inmediato y existencial desde sus primeras páginas. La ironía de Ann Beattie se encuentra justo en el paso previo de la tristeza al llanto, quizá a la desesperación. Por todo esto, Postales de invierno se ha convertido en una de las novelas imprescindibles y toda una revelación.

Sus personajes y sus historias forman una especie de mosaico universal en el que se reflejan todas esas emociones que hemos sentido y podemos sentir: Charles y su eterno amor por Laura, su amigo Sam caótico y sincero, su hermana Susan, pragmática, quizá menos sensible, su padrastro Tod que intenta esconder sus problemas tras la bebida o cualquier obsesión por cosas incomprensibles, y Clara, la madre que se introduce en la bañera para permanecer allí inmóvil durante horas. En esencia, el desconcierto, aquello que nadie nos advirtió, tal vez para lo que no estamos ni estaremos preparados nunca.

Esta novela nos ofrece un elemento añadido: su melodía. Cada pasaje, cada movimiento de los personajes va acompañado de una canción (“Charles cae en la cuenta de que las canciones siempre son oportunas. Suene el disco que suene siempre resulta pertinente”). Nuestro protagonista recomienda a Janis Joplin como terapia: “Siempre pasa: los políticos son unos mandantes; los discos siempre resultan apropiados para la situación”. Mientras leemos sus páginas escuchamos a Dylan, Rolling Stones, Lennon, Lou Reed, Elton John y un largo etcétera. Podría tratarse de algo así como la “road movie” en que se convierte nuestra vida pasados los treinta. Destacar, por supuesto, el desencanto mencionado anteriormente de una juventud que arrastra los ideales del movimiento hippie, el alma agrietada de Woodstock y todos aquellos sueños que no sólo no se cumplieron sino que tal vez desde su origen mismo fueron del todo imposibles de alcanzar. La insatisfacción heredada y esa especie de melancolía de los sueños rotos, por tanto.

Rodrigo Fresán describe en el prólogo de esta edición alguna de las claves para enfrentarse a esta novela, según confiesa: “Me sigue haciendo temblar de emoción y de risa y de frío”. Y añade: “Postales de invierno es una de las novelas más tristemente graciosas o graciosamente tristes que jamás se hayan escrito”. He aquí una de las definiciones más exactas y brillantes sobre esta novela. La ironía en esta obra nace de la impotencia, del desencanto, en definitiva, que define cada “postal”.

En dicho prólogo hallamos un extracto de una entrevista realizada a la propia autora en la que ella misma reconoce esta dualidad: “Un periodista una vez me dijo que Postales de invierno era una de las novelas más tristes y deprimentes que jamás había leído. Y la verdad que el comentario me desconcertó. Lo cierto es que yo no paraba de reír mientras la escribía y, en ocasiones, tenía que detenerme porque mis carcajadas me desconcentraban. Pienso que Postales de invierno, en esencia, es un libro muy gracioso”. Lo que en un principio puede parecer contradictorio se convierte en un grado de lucidez muy particular, excepcional, pues en toda tragedia hay algo de comedia y viceversa. Tan sólo es necesaria cierta mirada objetiva para comprender esta supuesta contradicción: “Eso de que los alcohólicos no nos preocupamos por nada es un error muy extendido. Si no nos preocupáramos por nada, no habría ni un solo alcohólico”. Ann Beattie consigue arrancar el humor más sarcástico: “Corren rumores de que los hippies entierran hierba en el parque, para esconderla; si algún día llegara a quemarse, los bomberos terminarían tan colocados que no podrían apagar el fuego”. Nada más saludable que el humor para enfrentarse al dolor cotidiano, ese horror que se manifiesta cada día: “Charles siempre imagina desastres. Aunque lleguen a la otra acera sanas y salvas, para Charles las ardillas que cruzan la calle siempre terminan descoyuntadas y llenas de sangre”. En esta novela vemos nuestro reflejo: “La realidad invade sus fantasías, es un problema que siempre he tenido”. Como en nuestras propias noches de insomnio.

La autora sabe aplicar esa visión demoledora de la realidad en cada diálogo, cada pensamiento, aquello que nos atraviesa por, precisamente, ser tan real: “El psiquiatra le dijo que el dolor de garganta se debía a que la ocluía voluntariamente para no gritar”. Ann Beattie se pregunta aquello que nosotros tememos: “¿Qué hará el ciego cuando tiene pesadillas?”.

Postales de invierno es una de las novelas más escalofriantes por su belleza helada y su realismo exacerbado, una de esas historias que no te abandona, te acompaña siempre; una lectura que ha de repetirse pasados los años y que una y otra vez te sigue emocionando. Novela no apta para optimistas desinformados, la realidad es evidente incluso más allá del ser humano: “El perro está paseando otra vez, y su collar tintinea. Ya no queda ninguna duda: el perro tiene insomnio”. Nadie está a salvo.











Flannery O’Connor

Cuentos Completos

Lumen, Barcelona, 2005

839 páginas







LA REALIDAD Y EL ABISMO











Se reúnen aquí todos los relatos escritos por Flannery O’Connor, donde nos demuestra su talento magistral como narradora.

No hay redención posible para los protagonistas de sus historias. La aparente normalidad de las gentes de esas tierras del sur estadounidense – que tan bien conoce O’Connor- parece quebrarse ante el más leve movimiento. Con una prosa directa, seca, descarnada y árida como sus personajes, nos acerca a una realidad que nos alcanza y se deforma bajo nuestra atenta mirada. Convierte algo sencillo, simple, como una extraña visita o un viaje a la ciudad en algo brutal, terrible. La autora nos revela aquí un riguroso conocimiento, casi quirúrgico, de la sique. Utiliza la puntuación como una herramienta afilada con la que define y modela cada historia consiguiendo el engranaje perfecto. Las descripciones logran herirnos con su franqueza extrema, con su sórdida exactitud: “El cielo tenía la blancura de los huesos y la carretera húmeda y brillante se extendía ante ellos como un nervio de la tierra en carne viva”. O’Connor nos descubre su maestría en la elaboración del diálogo. Los diferentes personajes que vamos conociendo a través de sus historias se expresan sin censura, la vivacidad del lenguaje consigue una reproducción perfecta de la escena.

Flannery O’Connor posee una privilegiada lucidez en su visión de la realidad y una rabiosa fuerza en lo que cuenta y en cómo lo cuenta. El final de cada historia es una especie de puerta entreabierta, se produce el desenlace pero algo sigue inquietándonos, al acecho.

En “Un hombre bueno es difícil de encontrar” -uno de sus relatos clave- la acción discurre con una lentitud que estremece, nos invade la angustia. Sabemos que algo terrible nos amenaza. De repente, O’Connor nos sorprende con un golpe feroz, un cambio de escena y de registro totalmente distinto. Aparecen en estas páginas todo tipo de personajes: gente corriente (aparentemente normal), mutilados, ancianos, niños, locos, fracasados… Podemos percibir claramente su desarraigo, la desesperanza, la aceptación casi sumisa del destino, del sinsentido vital. Son personajes atormentados, heridos, atrapados en sus vidas, sus historias, que también –al igual que el lector- intuyen la tragedia; pero no pueden hacer nada para evitarlo, y tampoco lo intentan. La crueldad, la maldad se ceba con ellos una y otra vez, víctimas o verdugos. Se debaten entre el escepticismo, algunos, y el fanatismo religioso, otros. En diferentes ocasiones nos encontramos con algún personaje que sufre una tara física o síquica (“emocional”, para ser más exactos) lo que les dota de una particular forma de ver todo lo que les rodea. La soledad, la indefensión busca su salvación en cualquier parte, la religión, la muerte…

O’Connor nos expone al abismo, todo lo que nos negamos a ver, la violencia, la ira, el odio, la perversidad, la crueldad sin sentido. Pero hay, sin embargo, en estos relatos, en cada una de estas historias, una extraña belleza (como en algunos de sus extraordinarios y sorprendentes finales).

Gustavo Martín Garzo nos describe en el prólogo de esta obra una anécdota de la autora que bien podría servir como “advertencia” a los lectores que decidan sumergirse en estas páginas: “En uno de sus escritos nos cuenta cómo una señora le escribió desde California reprochándole el pesimismo y la negrura de sus relatos. ‘Lo que quiere el lector cuando llega a su casa – le dice- , es leer algo que eleve su corazón.’Flannery O’Connor le contesta que si su corazón hubiera estado en el lugar adecuado sí se habría elevado”.















Cuchulain de Muirtheme

Lady Gregory

Paréntesis, Sevilla, 2009

350 páginas





VIDA Y MUERTE DE UN HÉROE









Lady Gregory nos describe las heroicas hazañas de Cuchulain de Muirtheme, nombre conocido en la trayectoria oral y escrita irlandesa, cuya saga según Alfred Nutt “fue un elemento vivo de la cultura irlandesa y participó de las vicisitudes de su evolución”. La autora de esta edición reconoce el arduo y laborioso trabajo al que se enfrentó con esta obra: “El texto irlandés del que proceden la mayoría de los relatos de este libro ha sido publicado en Irische Texte o en la Revue Celtique, o por O’Curry en Atlantis y otros lugares; yo he trabajado a partir de ese texto, cotejándolo con las traducciones que ya se habían hecho. En algunos casos, y concretamente en la mayor parte de “La Guerra por el Toro de Cuailgne”, lo impreso hasta ahora ha sido una parte muy pequeña del texto irlandés, y he tenido que comparar y ensamblar diversas traducciones”. Labor de orfebre.

Alfred Nutt nos recuerda que “la irlandesa es la literatura vernácula más antigua de la Europa moderna, y ya sólo por ese hecho reclama la atención del estudioso”. El propio W.B. Yeats –que formó parte del llamado Renacimiento Literario Irlandés junto a Lady Gregory con la que más tarde fundaría el Abbey Theatre de Dublín- afirma en el prólogo: “Yo creo que este libro es el mejor que ha salido de Irlanda en mi tiempo. Acaso debería decir que es el mejor de cuantos libros han salido de Irlanda; porque las historias que cuenta constituyen una parte principal del legado de Irlanda a la imaginación del mundo, y las cuenta perfectamente por vez primera”. Esta traducción de María Luisa Balsario que llega ahora a nuestras manos nos permite acercarnos a lo que Yeats describe con gran habilidad como un “arte que es a medias épico y a medias lírico”, con un ritmo y claves que añaden cierta complejidad tanto a dicha traducción como a la versión que reordena y elabora con sumo detalle y atención Lady Gregory, basándose en los diferentes textos anteriores.

Cuchulain de Muirtheme es conocido por “su destreza en las proezas, por la ligereza de su salto, por el peso de su discreción, por la dulzura de su hablar, por la hermosura de su rostro, por la gracia de su aspecto, por todos sus dones”. En la descripción hallamos ese lirismo del que nos habla Yeats, donde la belleza de los diferentes episodios, hazañas o personajes llega a estremecernos: “Tenía incrustados carbunclos y otras piedras preciosas de todos los colores, que lucían como oro y plata, de tal modo que igualaban la noche al día”. Esta intuición poética que reconocemos a lo largo de todo el libro (“La piel que dejaban ver sus vestidos era como la nieve de una sola noche”) nos conduce a una lectura más apasionada, donde, de algún modo, regresamos al poder de la palabra, de la tradición oral, las historias de personajes únicos e irrepetibles que permanecen y permanecerán siempre en la memoria colectiva. Un héroe que nos seduce con su valentía y su coraje desde niño, cuyo “golpe es la resaca de la ola”.

La magia y los símbolos (“Una ráfaga de viento es un son lastimero”) contribuyen a la creación de esa personal atmósfera que envuelve esta obra, donde una mujer puede aparecerse en sueños a un hombre como única ocasión de mostrarle su forma humana pues, en realidad, él tan sólo podrá conocerla como el hermoso cisne en que un hechizo la transformó de forma permanente. Más tarde, ambos se fundirán en un mismo encantamiento que los convertirá en aves para siempre, para que su amor perdure. Un relato, en definitiva, cuyas palabras y su belleza nos conmueve y conquista: “El nombre de Fand significa una lágrima que pasa sobre el fuego de un ojo. Por su pureza la llamaron así, y por su belleza; pues con ninguna otra cosa en la vida se la podía comparar”.

Lady Gregory nos invita a conocer la vida y muerte de un héroe que defendió con todas sus armas, en innumerables batallas, el honor y la justicia hasta su último aliento, y que con su actitud y acciones nos demuestra que siempre “es mejor el coraje que el miedo”. Un relato imprescindible.