Y SI ME QUIERES, ¿PARA QUE ME QUIERES EXACTAMENTE?



Esta pregunta un tanto contradictoria refleja con exactitud el posible engaño, confusión o malentendido que se esconde tras cada palabra pronunciada, cada frase (menos probabilidades de que esto ocurra en la palabra escrita, lo escrito dicho queda). Seamos realistas: las palabras se las lleva el viento, los hechos permanecen. La semana pasada un artículo de José Antonio Marina, ese grandísimo taxidermista de las emociones y sentimientos del ser humano, nos ofreció una visión valiente y precisa acerca de eso tan abstracto, curioso, y en tantas ocasiones ridículo y casi paranormal, que llamamos amor. José Antonio Marina nos cuenta que suele dar un consejo a sus alumnos y alumnas, a sabiendas de que no lo van a seguir: “Les digo que, a pesar de ser un anticlímax, cuando reciban una declaración amorosa del tipo: ‘Te quiero con toda mi alma’, lo sensato es preguntar: ‘¿Y para qué me quieres?’”. Detengámonos un segundo a reflexionar este asunto, aparentemente sencillo. Cuando alguien nos dice “te quiero” –no “te quiero mucho”, que no es lo mismo- y en primer lugar es probable, muy probable, que esta afirmación haya salido de su boca sin que su cabeza lo haya procesado siquiera, pueda darse el caso de que quien lo dice tenga razones que él sí sabe pero nosotros desconocemos, razones ocultas, a veces buenas, maravillosas (calabazas en forma de carroza, perdices en su punto y otros cuentos) o no tan buenas (ya tengo la “perdiz” en la cazuela, me la como y se acabó la historia) o curiosas, personales e intransferibles (quien lo dice piensa: ¿qué acabo de hacer y cómo salgo de aquí? ¿Tendré que pasar por el altar? ¿Habrá perdices en el banquete?). De todas formas lo diga quien lo diga y como lo diga, un escaso 15% de la población no ha sometido dicha afirmación a consenso alguno consigo mismo. Y entonces lo que empezó con una frase se convierte en muchas ocasiones en galimatías sentimental y lingüístico. Sin embargo, si a ese “te quiero”, que se magnifica cada cinco segundos aproximadamente en el mundo, le siguiera la pregunta del interlocutor -que intenta mover algún músculo o extremidad inferior tras dicha afirmación- en un tono relajado y cordial un ¿y para qué me quieres?,entonces, y sólo entonces, ahí, comenzaríamos a entendernos. Todos nos movemos mediante códigos desconocidos para los demás, la vida consiste en ir descifrando los códigos ajenos –y los propios también-, lo que implica la construcción de una torre de Babel sentimental diaria por cabeza. Cuando alguien te dice “te quiero”, o uno mismo hincha los pulmones y expulsa una afirmación tan peliaguda debería dejar claro que un “te quiero” mal entendido deja una mancha enorme, muy difícil de eliminar, y sin embargo un “te quiero” acompañado de un complemento directo o indirecto suele ser mucho más efectivo, menos dañino y más realista, para qué engañarnos. La mayor parte de las mujeres que mueren a manos de sus parejas han escuchado en boca de sus verdugos muchas afirmaciones de ese calibre: “te quiero más que a mi vida…” José Antonio Marina recalca la necesidad de reconocer los propios sentimientos, hay gente a la que queremos para una noche, otra para dos, otra para tres, otra para cuatro, y un día nos encontramos ante alguien con quien el número de noches esperamos sea indefinido. Mientras tanto, propongo, practiquemos el “te quiero acompañar al cine” y aparquemos las perdices que tanto daño han provocado a conciencias y subconscientes varios. Tengamos en cuenta lo que nos advierte José Antonio Marina: “Los sentimientos tienen las propiedades del cristal”. El amor es un todo, un engranaje imperfecto, pero un misterioso producto que consiguen elaborar dos personas (o más, cada uno añada lo que tenga a bien) con una cantidad ilimitada de ingredientes, la mayor parte desconocidos por ambos sujetos hasta ese momento. “El amor es un deseo que va acompañado de muchos sentimientos, con frecuencia contradictorios, y que pueden estabilizarse en profundas y constantes formas de apego”, nos dice el filósofo. Éste es sin duda un buen momento para darse la vuelta con cierto garbo y preguntar a su correspondiente cónyuge, amigo, vecino, gato, perro, o tal vez hurón, tan de moda en estos tiempos, eso de “¿y para qué me quieres?”. Espero no sea demasiado tarde para ninguno de ustedes.



ANA VEGA


A LOS QUE HIEREN


(in memoriam de los muertos que pretenden permanecer en nuestras vidas)



Hay una bella canción que casi todos conocemos y que nos emociona cuando de repente nos sorprende en medio de una conversación en una cafetería cualquiera o en el lugar más disparatado: Everybody Hurts, del grupo REM. Escucho ahora el estribillo en mi cabeza.
Isabel Coixet dio el título “A los que aman” a una de sus películas más silenciosas, delicadas. Para aquellos que aman en silencio, los que aman de verdad, los que creen amar y confunden juego con entrega…
Pero no acabo de hallar ninguna recopilación de tipologías o patologías cotidianas que reflejen fielmente los distintos personajes que llevan a cabo día tras día esto del “daño gratuito”, ni de los diferentes niveles o grados de este daño. Aquéllos que hieren gustan de darse por aludidos para todo lo que les conviene a sus vidas, egos y demás cosas de vital importancia como mantener su imagen de recipiente vacío siempre llena para que nadie sospeche, a punto de reventar en su propio líquido amniótico. Aquéllos que hieren se esconden ante la verdad y evitan toda cercanía con ésta, aunque para ello utilizan lenguajes, formas y modos tan peregrinos que cualquiera puede ver desde lejos su verdadera debilidad y cobardía, ésa que tanto esconden tras un porte tan cuidadosamente estudiado. Aquéllos que hieren desconocen la libertad y el respeto, desconocen la individualidad (y ven cómo éstas ponen en peligro sus artimañas sociales). Aquéllos que hieren se sienten vacíos porque lo están y para ello tapan sus infinitos huecos una y otra vez con sustancias, seres o daños ajenos. Aquéllos que hieren cubren su inseguridad con las heridas que provocan en los otros y atacan la seguridad que ven frente a ellos con la ferocidad que les falta para enfrentarse al espejo. Aquéllos que hieren suelen engatusar con palabras para crear confusión entre la multitud o para que la presa más próxima no pueda escuchar el ruido que precede al golpe. Sus hechos les delatan siempre, pues nada tienen que ver con las palabras pronunciadas.
El miedo consigue arrancar lo peor del hombre. El miedo de un hombre débil es siempre un peligro para todo aquel que le rodea. Quien hiere con saña lo hace porque existe una necesidad de exterminar al otro, para elevarse ante él, para salvarse “contra el otro”. No me asustan los fuertes, sí los débiles, aquéllos que tras sellar puertas y ventanas se cuelan por las rendijas.
Empuñar un arma no es algo demasiado complejo, disparar tampoco, sacar las balas, arrojar el arma lejos de ti y enfrentarte al enemigo cara a cara exige coraje no armamento.
Hitler consiguió alimentar su ego con los cuerpos de miles de judíos, Pinochet decidió “ejecutar” órdenes desde su silla de despacho mientras otros soportaban las torturas y aún así defendían su libertad, Videla arrancó niños de sus hogares y destruyó una generación entera para elevarse él frente al mundo. Todos ellos fueron un día hombres de ésos a los que les gusta herir, que carecen de empatía, los que un día fueron jóvenes que tuvieron la misma visión: con mi debilidad sólo queda el exterminio del otro, el seguro, el fuerte, el que pelea con la verdad pese a estar atado de pies y manos.
Miremos a nuestro alrededor y no aceptemos patologías cuyo uniforme vemos con el alma, a los que hieren debemos cortarles el paso desde el primer momento. La vida es cruel, ya nadie recuerda el exterminio armenio. Aquéllos que se enfrentaron con sus hijos a los que les encañonaban, violaban a sus mujeres y cometían todo tipo de atrocidades, nos juzgan como tantos otros desde viejas fotografías amarillentas perdidas por diversos hogares rotos. Aquéllos que hieren seguirán intentándolo siempre, buscarán algún pequeño orificio por el que colarse. Si ahora mismo se produjese un conflicto bélico, aquí y ahora, miremos a nuestro alrededor: distinguiremos con total claridad y espanto los ojos de las culebras que permanecen agazapadas a nuestro alrededor. El que golpea, hiere o mata es quien tiene miedo no la víctima.



Ana Vega