EN TORNO A LA DESFEDERACIÓN DE IZQUIERDA UNIDA COMUNIDAD DE MADRID (IUCM)
Inés Illán
Me duele, pero lo diré: me resulta incomprensible la “Desfederación” de IUCM, decidida por la plana mayor de IU, acosada sin piedad y justificadamente aturdida. Tengo entendido que la sentencia supone la extradición de 5.000 militantes con el agravante de humillación: obliga a la solicitud individual de reafiliación. Se introduce así una nueva división (“los hundidos y los salvados”) en el seno de la organización. El mantra de moda “unidad popular” actúa como  PeCecito rémora en una Izquierda Unida,  descoyuntada por la fuerza de las cosas y por obra y gracia de la pandemia  neopensamental  y su tramoya  de ilusiones volátiles 2.0.
 ”Cui prodest?” ¿A quiénes o a qué beneficia esa milagrosa “purga de Benito”, tan amarga y desmoralizante?, ¿en cumplimiento de qué deberes políticos, de tinte no precisamente erasmista?, ¿en virtud de qué imperativos categóricos se toma una decisión que actúa contra deshechos por la historia y ahora desechos de la memoria?, ¿controlar el pasado para anular el futuro? o  ¿será cosa de Némesis, hija de la Noche, encargada de la venganza de los dioses sobre los mortales, por su desmesura? Pero ¿cuál ha sido la “hybris”, la desmesura de la militancia de IUCM? La justicia de los dioses es impenetrable y apabullante el poderío y la influencia de Redes y Medios de Comunicación que hacen y deshacen principios y creencias, especialmente en guerra (la OTAN vigila) y cuando los monstruos amables circulan a sus anchas, reclutando sonrisas de cambio. Habrá que admitir que la alienación, con su cohorte de miedos y sumisiones, ha conseguido asaltar los cielos de los antiguos dioses, cegándoles con  destellos de luces y oscuridades del sentido común; aturdiéndoles con el sonsonete de mantras y significantes vacíos, aptos para ser rellenados, a gusto del consumidor y coloreados como los cuadernos infantiles. Pobres dioses,  desahuciados por los mortales.
Por aquí abajo, da la impresión de que la alienación, “empoderada”, ha tomado por asalto a  IU, afectada también por la plaga emocional retransmitida por el ultraprogresismo de un movimiento nacional-popular y por el hambre caníbal de un “cambio” conservador fitness, que bufa por dominar la escena, el patio de butacas y ¡el anfiteatro!, para echar a los de palco.
Pero ¿qué se pretende ganar con esa reprobación de la IUCM? Enchufarse a una máquina electoral ¡cuesta 5000 militantes! ¿Es un precio justo? O ¿será que esos militantes son  “casta de intocables” que no sirven, ni valen, porque no tienen títulos ni acciones en los parquets  del fundamentalismo democrático, penúltimo truco del fascismo amable?; ¿será que en IUCM hay luchadores que, en tiempos de mudanza, se resisten, con firmeza estoica, a ser activados por unas élites pensantes con creatividad electoral, que instan a participar en el gran baile gatopardiano de San Vito  de unas multitudes hiperactivas, cronometradas por expertos en relojes locos? Me pregunto: ¿habrá olvidado Izquierda Unida la diferencia entre valor, precio y ganancia; entre progressus y regressus dialéctico; entre moral pública y dermoestética política, tapalotodo?
Contemplo la “actio” desfederativa desde fuera, sin conocer bien las reglas del juego. Pero “viejuna” de otra época, declaro que, si no se reconsidera y revoca esa decisión de arbitristas; si el veredicto (¿maledicto?) se ejecuta, IU podría dejar de existir  para mí como punto de referencia, tambaleante como junco; desde luego, reconsideraría mi opción y tentación de voto, una tentación en la que ha sido costumbre mía caer, sin cerrar ojos, “sin taparme la nariz” como los exquisitos, sin hacer oídos sordos. Quizás porque me han gustado siempre  los olores fuertes, el buen ver y el escuchar las verdades del barquero, las de Agamenón y sus porqueros e incluso de los faunos que andan sueltos por  montes, bosques y collados (faunos, sí; monstruos amables, no). Resumiendo: no me gusta del todo lo que está pasando y eso que, según lenguas de cuerpos deshabitados y almas en pena de ilusiones, es muy prometedor de Edenes democráticos incorruptos e ¡incorruptibles!
Creo que habría que impedir que, a instancias de un síndrome supermegademocrático, sinsustancia y suicida, se intente borrar la memoria, la atención al otro, el valor y la conciencia de clase, que ha sostenido y marcado a una militancia firme y abierta, incluso en sus tropiezos y desorientaciones. Lo bueno de IU es que, cuando se equivoca y mete la pata, es muy fácil saber por qué. IU se transparenta, desde mucho antes de la moda de la “transparencia”.
 La ponzoña neoliberal ha infectado la razón de todo hijo e hija de vecino, a mayor gloria de Ernesto Laclau, de sus apóstoles y del bipartidismo de cuatro patas (¡el tablero!). Cosas del “sentido común” ciudadanil y desclasado. Pero eso no significa que la izquierda (unida, hundida, azotada, ninguneada,  atolondrada) tenga que darse por vencida en su inteligencia de clase, ni que sea ineludible tragarse la cicuta para consumar un suicidio inducido. La infección tiene tratamiento desintoxicante. La cicuta, incluso de la especie suavecita cultivada en los jardines circulares podemositas, una vez tragada, sus efectos intravenosos son irreversibles.
Será cosa de las morales de la historia, pero el  hecho es que, tirando la casa por la urna, se ha conseguido desconcertar a IU y atar de pies y manos a Cayo Lara, haciéndole tragar sapos y culebras ¿también la cicuta? Y, el colmo ¿la tragaría a contraconciencia, convirtiéndose Cayo en la versión postmoderna o epipodemiológica de un Séneca estoico o en trasunto de aquel Sócrates que acepta la condena por obediencia debida a las leyes de su ciudad, a sabiendas de que son injustas e incluso descabelladas?
Estoy fuera de lugar. Lo reconozco y me hago cargo. Que la bola de nieve o de fuego siga rodando.  Por mi parte y en compañía de mi irresistible “viejuneidad”, me quedo en y con mi problema que, como es sabido, significa “baluarte”, “reparo” y  “refugio” y también persona o grupo que sirve de tapadera y que aparece  como responsable. Es ya un lugar común, una centralidad muy frecuentada, que IU “es” el problema, las vocales virginales necias, responsables de que la izquierda no haya alcanzado el poder, ni siquiera el “sorpasso” (¡qué vieja obsesión con el poder!, ¿y qué hay de la autoridad?)  ¿Qué hacer con el “problema”? Muy sencillo: reducir a escombros el baluarte, porque “¡cuando se van a enterar de que no queremos izquierda!” –dice el sentido común. Y, al habla, Santiago Alba:
 “Voy a decir una barbaridad, pero a veces tengo la impresión de que la “gente” está demandando mucho menos la unidad de la “izquierda” que su desaparición. Lo que abrió Podemos fue justamente el espacio donde la “izquierda” puede y debe desaparecer…para poder por fin aplicar sus programas. Lo que no sirvió en el pasado mucho menos puede servir tras la irrupción de Podemos”.
Ahí queda la lógica emocional podemosita: ¡Izquierda! ¡fuera! ¡A las catacumbas!                                                                                                     
   ¿La   izquierda era levadura para hacer masas de miga buena? ¿Se equivocó la paloma? ¡Y yo qué sé! ¿Podemos qué? ¿Ganar qué? ¿tragar la cicuta? Ni loca. Pero, si un día, un suponer…la especie de cicuta la elegiré yo y, al grito de  “¡NON SERVIAM!”!,  glú, glú,glú. Adiós.