PEZ ESCORPIÓN
Leo ensimismada dos reportajes sobre temáticas muy diferentes y que nada tienen que ver el uno con el otro. Sin embargo, encuentro un extraño vínculo entre ellos. Me pregunto si esto es cosa mía o la revista en cuestión ha elegido publicarlos en un mismo número por si alguien cazaba esa especie de “guiño”. Imaginaciones, tal vez… Por un lado leo y releo la entrevista realizada a Tomás Castillo Arenal con motivo de la reciente publicación de su libro “Déjame intentarlo”, donde profundiza en la problemática de las personas con algún tipo de discapacidad. Por otro lado, observo deslumbrada un impactante reportaje fotográfico sobre extrañas criaturas marinas –fotografías pertenecientes al libro “Fish Face” de David Doubilet, editado por Phaidon- donde descubrimos la extraña belleza de un pez rata, un pez escorpión, una escalofriante Barracuda (¿señor o señora Barracuda?) o un pez murciélago. Encuentro un extraño nexo de unión entre la fotografía submarina y lo que la sociedad ha decidido alejar y convertir en una especie de “sociedad submarina”, especie de peces abisales, digamos. Curiosamente estos extraños peces viven en perfecta sintonía con su hábitat, son respetados y temidos, incluso, por su diferencia. Nosotros disfrutamos con gusto de su rareza, pero no ocurre lo mismo cuando se trata de nuestros congéneres. Para simplificar: si todos compartimos pecera (algo tan obvio como eso) me pregunto por qué los humanos en particular (algunos más en particular que otros todo hay que decirlo) nos empeñamos en ver en la diferencia algo malo, poco conveniente a nuestro alrededor. Por supuesto se teme todo aquello que se desconoce, y por supuesto, también, se aleja todo aquello que nos asusta. Pero la primera razón que se me ocurre para esto es la escasa sabiduría de la que podemos presumir. Y me baso en algo muy simple, en cuanto a discapacidad se refiere en este caso: todos somos susceptibles de sufrir mil y un accidentes, enfermedades, y todos somos discapacitados desde el momento en que nacemos y estamos condenados por tanto a envejecer, es decir, a perder vista, oído, olfato si me apuras, a padecer dificultades para caminar y a todos los achaques propios de la edad avanzada. Claro que los ancianos, en general, están mejor vistos que los discapacitados, el abuelo/a se utiliza en estos tiempos de forma abusiva, para la cría y mantenimiento de nietos y todo tipo de utilidades. Me quedo con alguna de las frases de Tomás Castillo: “El gran drama de las personas con discapacidad es que nadie espera nada de ellas”. Esto debería provocar cierta reflexión en nuestra conducta diaria, puesto que sabemos muy bien lo fácil que es, realmente, convencer a alguien de su inutilidad, de su condición de objeto y no de ser humano (una de las herramientas clave de todo buen torturador que se precie, maltratador y demás). Y una última frase, que una persona discapacitada le dijo a Tomás Castillo en cierta ocasión, y que él nos recuerda en esta entrevista: “¿Eres capaz de verme a mí en vez de a la silla de ruedas?”. Reflexionemos un momento y guardemos esta pregunta en nuestra memoria, recordémosla llegado el caso. Así lo explica el autor: “lo que solemos hacer: catalogar a las personas, clasificarlas y así limitarlas”. El pez escorpión nada tranquilamente sin ser consciente de su diferencia, claro que en el océano nadie ha colocado instrumentos semejantes a los que el ser humano si ha decidido interponer entre él y los demás, y fijar con firmeza: barreras.
Ana Vega