Si me rescatas
del frío,
prometo abandonar
el invierno
para siempre...
EL TOPO




Todavía estaba aturdida por el golpe. Giró la cabeza y vio que su hermano no se movía. Llamó a su madre. Ella no respondió. Mami, mami…Gemía, le dolía todo el cuerpo. Intentó desabrocharse el cinturón. Una vez libre, se acercó al asiento delantero. Mamá…Pero aquella no era su madre, apenas podía distinguir su cara entre el amasijo de hierros. Buscó su mano y la acercó a su rostro. Estaba fría, helada. Volvió a mirar a su hermano. Yacía en la sillita sin moverse, como dormido. Tenía la camiseta manchada de sangre. La niña volvió hacia atrás, empujó la puerta una y otra vez. No podía, no tenía fuerzas. La empujó con las piernas y la cabeza. Cayó en el asfalto. De repente se sintió mayor. La carretera estaba vacía. El coche ya no parecía azul. Su color preferido siempre había sido el azul. Comenzó a caminar. Cojeaba y sentía un dolor punzante en la cabeza. Hacía mucho calor. Siguió caminando durante un rato. Se paró en seco, algo se movía en el borde de la carretera. Fue hacia allí. Parecía una rata. Le dolía cada vez más la cabeza. El sol le impedía ver bien aquello que se retorcía. Una rata, pensó. Se acercó. De pronto recordó el bicho aquel que habían encontrado en el jardín la semana pasada. Su padre había dicho que eso no era una rata, eso era un topo. Aquella palabra le sonó rara, como inventada. Pero ahora sabía que era real: aquello que se retorcía en la cuneta era un topo.
Porque en tus ojos sin tiempo
se reflejan mil abismos de amor
del pasado,
porque desnuda sin pies, ni manos,
ni cintura, suplico a la noche
la quietud de tu piel
para convertirte en mármol,
porque me hieren labios y bocas
que se disfrazan de ti
para olvidarte,
porque moldeada por tus manos,
aliento de tu aliento,
arcilla y tierra, ceniza de tus deseos,
con el cáliz de tus besos
te sobrevivo,
porque yo, carne y sangre de tu vida,
guardo la memoria de tu adiós
en mi regazo,
yo,
tu criatura hecha verbo.
Ese reptil anegado en barro.
La experiencia del frío verde
y la humedad,
las calles desiertas
al grito.
El residuo animado y chirriante
que deja el dolor
tras de sí.

Nada.
Nada alrededor.

Como si un muerto
anidase el vientre.

Y una advertencia en el aire:
el dolor lo engulle todo.
El pasado se posó en mis manos
como un pájaro muerto,
sin alas, seco.
Nunca se ha ido.


A veces
vuelve.