TESIS DEL AHOGADO
Ahora el ahogado cree que todo fue un sueño. Recuerda el lago y los libros, el manuscrito finalmente concluido. Siente aún el agua adentrándose en su cuerpo, filtrándose por todas partes hasta inundarlos completamente. El peso del agua sobre él. Esa necesidad, la urgencia, de tomar aire y sentir el agua en los pulmones. La sensación aguda de silencio opaco, de profundidad, de imposibilidad de escuchar más allá de su propio estertor bajo el agua. Y los ojos que parpadean de un modo muy violento, como buscando la luz, algo que los proteja hasta quedar inmóviles frente a un punto muerto, tal vez un grupo de algas. La caída infinita del ahogado, hacia abajo pero peleando por subir a la superficie hasta el último instante. Ese dolor agudo que indica el inminente final. La última burbuja rota que sale de su garganta y se pierde en la inmensidad del agua.
El ahogado recuerda ahora sus últimas semanas, las horas de estudio inacabables, con el sudor pegado a su frente, a su camisa. Recuerda la ansiedad, la incertidumbre, las palpitaciones que no cesan, el insomnio y los vómitos. Puede ver, sin embargo, todavía con absoluta precisión, la sonrisa de Jane, la forma en que su cabeza se gira levemente hacia el lado derecho para entonces sonreír con disimulo y mirarle con cierto pudor a los ojos. Puede sentir el beso. Ahora se muerde los labios e intenta encontrar algo de ese último acercamiento, algún resto, lo que sea.
El ahogado recuerda el momento en el que arrojó el manuscrito al lago, ese ímpetu desesperado, la fuerza extrema que surge en todo ser humano en los momentos límite. Puede ver con total claridad, como si de otro se tratase, cómo de forma automática e inconsciente se lanzó al agua para salvarlo. Era imprescindible hacerlo, recuperar todos esos años de trabajo, de vida, perdidos, ahora, inútilmente.
Recuerda, cómo vio ya cerca, muy cerca, un pequeño remolino que girando sobre sí mismo engullía su trabajo. El agua se lo tragó todo.
El ahogado asume, desde este lado, que en esa especie de agujero negro húmedo e intangible encontró la respuesta que tantos años de trabajo no le habían proporcionado. Y se dirigió al centro mismo del monstruo para hallar respuestas.
La tesis del ahogado permanece aún en el fondo del lago. Nadie reclamó el cuerpo. Otros continúan investigando aquello que sólo el ahogado puede comprender desde este lado, bajo el agua.
Ahora el ahogado cree que todo fue un sueño. Recuerda el lago y los libros, el manuscrito finalmente concluido. Siente aún el agua adentrándose en su cuerpo, filtrándose por todas partes hasta inundarlos completamente. El peso del agua sobre él. Esa necesidad, la urgencia, de tomar aire y sentir el agua en los pulmones. La sensación aguda de silencio opaco, de profundidad, de imposibilidad de escuchar más allá de su propio estertor bajo el agua. Y los ojos que parpadean de un modo muy violento, como buscando la luz, algo que los proteja hasta quedar inmóviles frente a un punto muerto, tal vez un grupo de algas. La caída infinita del ahogado, hacia abajo pero peleando por subir a la superficie hasta el último instante. Ese dolor agudo que indica el inminente final. La última burbuja rota que sale de su garganta y se pierde en la inmensidad del agua.
El ahogado recuerda ahora sus últimas semanas, las horas de estudio inacabables, con el sudor pegado a su frente, a su camisa. Recuerda la ansiedad, la incertidumbre, las palpitaciones que no cesan, el insomnio y los vómitos. Puede ver, sin embargo, todavía con absoluta precisión, la sonrisa de Jane, la forma en que su cabeza se gira levemente hacia el lado derecho para entonces sonreír con disimulo y mirarle con cierto pudor a los ojos. Puede sentir el beso. Ahora se muerde los labios e intenta encontrar algo de ese último acercamiento, algún resto, lo que sea.
El ahogado recuerda el momento en el que arrojó el manuscrito al lago, ese ímpetu desesperado, la fuerza extrema que surge en todo ser humano en los momentos límite. Puede ver con total claridad, como si de otro se tratase, cómo de forma automática e inconsciente se lanzó al agua para salvarlo. Era imprescindible hacerlo, recuperar todos esos años de trabajo, de vida, perdidos, ahora, inútilmente.
Recuerda, cómo vio ya cerca, muy cerca, un pequeño remolino que girando sobre sí mismo engullía su trabajo. El agua se lo tragó todo.
El ahogado asume, desde este lado, que en esa especie de agujero negro húmedo e intangible encontró la respuesta que tantos años de trabajo no le habían proporcionado. Y se dirigió al centro mismo del monstruo para hallar respuestas.
La tesis del ahogado permanece aún en el fondo del lago. Nadie reclamó el cuerpo. Otros continúan investigando aquello que sólo el ahogado puede comprender desde este lado, bajo el agua.
El no muerto no cree en el amor. En las servidumbres que el hombre impone. Cree en el momento que precede al beso, en esa cercanía intacta del todo es posible. De la identidad definida en ese mismo instante. Esa pertenencia. Su reflejo en el cuerpo amado. No creerse ningún milagro, sólo la mano que acaricia sin preguntas.
El cuaderno griego
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