Generación blogger: desmelenadas
Por Rebeca
No voy a empezar diciendo que todas las autoras aquí reunidas son lo mejor que he leído nunca. Estaría mintiendo si lo hiciera, pero ojo, no porque no lo sean, sino porque son demasiado distintas para ser todas santas de un mismo devoto. En la variedad está el gusto y para gustos, los poetas.
El caso es que a medida que una va leyendo La manera de recogerse el pelo (Bartleby Editores) se pregunta por qué demonios David González ha llamado así a su selección y no “Las distintas maneras de soltarse la melena”. Y una se lo sigue preguntando hasta que llega a la autora del poema que da título al libro, Cristina Morano. Impactante. Y hay unas cuantas autoras de mi devoción antes de llegar a ella. Ahí está la potente contención de Ana Vega, que habla con asepsia de la desesperanza “Si me rescatas / del frío, / prometo abandonar / el invierno / para siempre…” O las reflexiones de Ana Pérez Cañamares sobre la metamorfosis que supone pasar de ser hija a madre.
Al resto de escritoras no las conocía y, en su mayoría, apuntadas quedan en mi lista de lecturas pendientes. Las antologías cumplen una función, tan importante como evidente, y es la de dar a conocer a los autores que las componen. Así de simple. No es necesario plasmar un punto de inflexión crucial entre las placas tectónicas de la historia —aunque a veces ocurra—. Pero como bien dice José Ángel Barrueco en el prólogo “toda antología contenta a unas 50 personas, pero cabrea a 500”. La manera de recogerse el pelo no deja de ser una instantánea de lo que se está haciendo en un determinado momento, es decir, ahora mismo, antes de que el embudo del tiempo haya llevado a cabo su criba natural.
Pero sigamos con las autoras. Destacan Ester García Camps y su facilidad para darle vueltas al lenguaje como si fuera plastilina —“sonrisas disfrazadas de nosotros”— y Gloria Gil Romera con su solemnidad de tragedia griega —“Olvidad los poemas reciclados / y no hagáis con los poemas un incesto. / Y para ser felices / sed felices”— o los poemas narrativos de Déborah Vukusic, con iguales dosis de denuncia e ingenio, léase, por ejemplo, Lolita Monroe: “me levantaré el uniforme /happy birthday / liguero negro / mister teacher / ligas rojas”.
Asimismo, también nos encontramos con Nuria Mezquita y sus reflexiones sobre el masoquismo —“para atarme fuerte las venas a los tacones / para gritaros que no me da la gana de cortar el alambre, / me gusta /sentirlo / tenso”— o con Isabel Bono, que comienza con una especie de diario onírico y concluye con una recopilación de poemas en formato mail “de cerca me pareces / más roto / menos alto / más hambriento”. Todo para concluir con el dvd incluido en el libro y realizado por Patty de Frutos, que en cierto modo aglutina el surtido de voces con su estética de videoclip.
Por su puesto, descubrimos defectillos aquí y allá, algún que otro exceso de “yo” y alguna explicación de más que se carga algún poema, pero haciendo balance, al menos para mí, simple lectora de a pie, esto sí es poesía. Eso sí, poesía con minúsculas, que las mayúsculas quedan para los que citan en latín y para los que consideran que sólo los muertos conforman el estrato geológico que compone la Literatura. ¿Recuerdan esas fotografías en blanco y negro, difuminadas, en las que aparecen los nombres de los retratados —todos hombres— y hasta alguno de sus versos? Todos sabemos de quienes hablamos y cualquiera que haya ido a la escuela conoce a esos autores. Pero, ¿qué pasa con los vivos? Es verdad que, para ser estrato, todavía no se han sedimentado, pero también escriben. La Generación Blogger retratada en La manera de recogerse el pelo quedaría muy de su época en una foto tomada con un teléfono móvil y colgada en Facebook a los pocos segundos. ¿Sería una instantánea de la tan cacareada posmodernidad? La imagen sería a todo color y tal vez nunca llegara a ser papel, pero en esta ocasión las retratadas serían todas mujeres. Hay quien considera a esto discriminación, pero sólo lo será el día en que se consolide, definitiva y universalmente, el paso de musa a poeta, de personaje y proyección a persona.
VISIONICA


LABoral albergará la nueva edición de Visiónica, festival
artístico vinculado a los nuevos medios

La presentación incluye la actuación de Addictive TV y una
acción del repostero asturiano Miguel Sierra el próximo día
10 de diciembre

LABoral albergará la próxima edición de Visiónica, un festival de carácter
abierto, dirigido al público interesado en las manifestaciones creativas que
surgen de los nuevos medios. Tras varios años celebrándose en Oviedo,
este evento regresa a Gijón, de la mano de su comisario, Roberto Lorenzo,
quien, en colaboración con el Centro de Arte y Creación Industrial de
Gijón, ha organizado un amplio programa que se celebrará los últimos
viernes de cada mes durante el primer cuatrimestre de 2011. El común
denominador será la presentación de acciones y propuestas centradas en
la búsqueda de nuevos lenguajes audiovisuales para la creación de
experiencias alternativas en cine y videoarte.
La séptima edición del festival se celebrará con el nombre de LABvisiónica
y estará enmarcado en los ciclos de conciertos de LABoral. Como paso
previo, el próximo 10 de diciembre, a las 21 horas, se hará una
presentación en el espacio Chill-out del Centro.
Para la ocasión, Roberto Lorenzo ha elegido una acción del repostero
asturiano Miguel Sierra, quien, con su repostería personal, reinterpreta
lo tradicional, recupera ingredientes autóctonos que sorprenden por su
originalidad, elegancia y equilibrio, y crea líneas cuidadas, casi
arquitectónicas. Como en años anteriores, Miguel Sierra presenta una
sorpresa especial para Visiónica, relacionada con el temario del festival.
Sierra comenzó su andadura profesional en la Escuela de Hostelería de
Gijón. Completa su formación al lado de algunos de los mejores de España
y del mundo como Martín Berasategui, Aitor Elizegui, Angelo Corvitto,
Ferrán Adriá o Francisco Torreblanca. A lo largo de su carrera ha
conseguido diferentes premios, entre los que destacan “Mejor plato
creativo de Europa”, “Mejor maestro pastelero de España”, “Mejor plato
dieta mediterránea de España”, todos ellos en el año 2000; y el Premio a
la Innovación 2003 en el campeonato del mundo de Pastelería, así como
el Premio del Colegio de Críticos Gastronómicos de Asturias 2007.
Además, tendrá lugar la actuación del dúo londinense Addictive Tv,
auténticos pioneros del remix de audio y vídeo. Se trata de uno de los
únicos conjuntos de la escena electrónica que mezcla audio y vídeo
utilizando los revolucionarios reproductores DVD-J. Sus impresionantes
espectáculos deben su éxito a sus videomash-ups y a sus remezclas
audiovisuales. Han actuado en más de 40 países y en lugares tan diversos
como el Centre Pompidou de París, el Cinema IMAX de Londres y
Shanghai Museum of Contemporary Art, y los clubs Womb (Tokio),
Paradiso (Ámsterdam) y Razzmatazz (Barcelona) o Goa (Madrid), entre
otros. En el 2006, Addictive TV fue seleccionado para realizar la remezcla oficial
del vídeo promocional de la película hollywoodense Take the Lead, del
estudio americano New Line Cinema, protagonizada por Antonio
Banderas. Addictive TV realizó también los webtrailers para las películas
Iron Man, para Paramount; Slumdog Millionaire, para Pathé; y Fast &
Furious, para Universal.

Ausencia de fe



Perdí la fe.
Me quedé
atrapada
en la red
que teje
la araña
del desconcierto.


La incredulidad
certera
de quien
ha visto
demasiado.
Algo incurable.

AMIGAS

Ella dijo: soy tu mejor amiga. La otra, respondió: puedes traicionarme ahora o dejarlo para más tarde, es lo mismo.
PIROPO

El bar estaba a punto de cerrar. Había mucha gente, era muy tarde. El camarero le vio desde lejos acercarse a la barra, y colocarse justo al lado de la chica morena de ojos claros. Le había estado observando toda la noche. Una cerveza tras otra, un ir y venir constante de la barra a la esquina, donde permanecía al acecho. Toda la noche en el mismo lugar, esperando quién sabe qué. Miraba a todas las mujeres que entraban por la puerta, de arriba abajo y luego de abajo arriba. Las examinaba como un taxidermista a su presa. Parecía buscar algo. Se le cayeron dos cervezas al suelo, pero no se inmutó, fue a la barra y pidió otra. Luego otra, y luego un par de ellas más. Sin embargo, cuando la chica morena abrió la puerta y entró con su amiga, algo pareció cambiar en su rostro. Sí, ésta era. No esperó mucho. En cuanto ambas se sentaron el chico abandonó su guarida, se les acercó por detrás y se colocó a su lado. Abrió su enorme boca y gritó: “Morena”. Y cayó al suelo. Cuando llegó la ambulancia ya era demasiado tarde. Un fallo cardíaco. “Pobre chico”, dijo la chica morena. Su amiga sonrió y siguió bebiendo. El camarero se fue al baño, no se sentía bien.

PUNTO FINAL


Diez.
El eco de mi grito
choca contra la pared
del cuarto.
Nueve.
El movimiento
se convierte
en vértigo.
Cuerpos
casi
atormentados.
Convulsión.
Ocho.
El pulso se acelera,
hay cierta irrealidad
en lo que veo,
el escenario parece
humedecerse,
derretirse a mi alrededor.
Siete.
Tan sólo morder.
Seis.
Tan sólo arrancar la ropa.
Cinco.
Tan sólo boca y lengua.
Cuatro.
Quietos,
como animales
a punto de devorarse.
Tres.
Apenas un roce.
Dos.
Mis ojos en tus ojos.
Uno.
Abres la puerta y entras,
yo sobre la cama,
tu mirada feroz….
EL HOMBRE LOBO


Cecilia estaba cansada. Cuando llegó a casa arrojó el bolso al suelo y la chaqueta, se quitó el uniforme con toda la brusquedad y rabia que provocan ocho horas en una oficina. Se tumbó en la alfombra y se quedó quieta, mirando al techo. No podía pensar, ni moverse, sólo respirar hondo. Escuchó el ring con el que el teléfono parece amenazar siempre en todo momento de calma. Ni se inmutó. Siguió tumbada. El teléfono volvió a sonar. Se arrastró hasta él y acercó el auricular a la oreja como quien sujeta un ladrillo con ambas manos. María había quedado en el bar a las once con las demás. Algo rápido. Cecilia dijo que sí, que allí estaría. Volvió a tumbarse en el suelo y se arrancó las medias, como si éstas estuvieran a punto de cortarle la circulación sanguínea. Volvió a respirar hondo. Se sentó y se fumó un cigarrillo. Luego preparó algo de cena y se metió en la ducha. Cuando cerró el grifo permaneció allí de pie casi diez minutos. Su cabeza le repetía: ¿Existe algún hombre bueno? De repente, su mente elaboró una especie de rueda de reconocimiento policial, tras la mampara de la ducha del baño, de todos los impresentables que habían pasado por su vida. El mentiroso compulsivo, el infiel, el que va de víctima, el egoísta, el inseguro, el débil al que le gusta herir y el egocentrismo puro que se escondía tras todas las cremalleras que había desabrochado. Sintió que no podía respirar. Salió de la ducha, cogió la toalla y se fue a la cocina. Se tomó un whisky y se dio unos golpecitos en la cabeza con el vaso. Sentía los latidos del corazón en la sien izquierda.
A las once llegó al bar. Sus amigas le hicieron un gesto desde el fondo. Se abrió paso entre la multitud y se acercó hasta ellas. Les dijo que iría a la barra a pedir algo fuerte, que seguía perdida, con la misma pesadilla que no le dejaba dormir noche tras noche: un hombre lobo la perseguía por la ciudad, pero su voz era conocida, aunque ella no parecía recordar a quién podría pertenecer.
Cuando se acercaba a la barra, un hombre la agarró por la cintura y le dio la vuelta con fuerza. Cecilia de repente sintió miedo, le miró a los ojos pero no pudo reconocerle. Su voz le resultaba familiar. El hombre le susurró al oído: ¡Buenas noches, Cecilia! Ella, con total solemnidad, como si en su respuesta hallase la ecuación científica cuyo valor cambiaría el mundo, aquello que parecía perseguirla, le preguntó: ¿Tú eres un hombre bueno? El hombre sonrió al principio, luego comenzó a reírse con más y más ganas, hasta que la carcajada se convirtió en una especie de convulsiones que se transformaban en extrañas mutaciones en rostro y cuerpo. Su cara se alargó, le crecieron los colmillos, surgió el hocico de la nada, las orejas puntiagudas, las uñas largas y, en resumen, las fauces del lobo. Cuando la transformación concluyó, éste agarró a Cecilia del brazo y atrayéndola hacia él, mientras con las uñas de la pata derecha le rozaba el vientre -casi el pecho-dijo, con mirada torva y cierto desdén: “Sí, Cecilia, soy un hombre bueno, muy, muy bueno”. Entonces estiró la lengua hasta su mejilla. Cecilia de forma instintiva apretó las piernas. La mujer de al lado hizo lo mismo. Y la de enfrente. Y todas las mujeres del bar.
Dicen que a ciertas horas de la noche ningún hombre bueno puede esconder su verdadero rostro…