LA DAMA DEL FRÍO.

DIEGO MEDRANO






Ella escribe en bares, tal y cómo José Hierro lo hacía, incapaz de crear en casa, por eso de que vuelo y nido, quién lo duda, son términos contrapuestos. Tras 'El cuaderno griego', Ana Vega (Oviedo, 1977) vuelve al ruedo literario con 'Breve testimonio de una mirada' (Amargord Ediciones), que presenta este 18 de diciembre en la librería gijonesa La buena letra. Ana Vega vuelve a ser la dama del frío, la mujer que experimenta con supervivencias varias, aquella que cuelga de su blog toda una poética de Damage L. Malle: «Las personas heridas son peligrosas, saben que pueden sobrevivir». Hablamos con ella en una de sus «oficinas», la coctelería Martana (Arquitecto Reguera, 3) de la tierna Vetusta. «Amor y deseo son las dos lindes, los límites precisos, de este nuevo libro. ¿Cómo se relacionan?». «Hay cierta contradicción entre deseo, entrega, instinto, como realidades evidentes o palpables, siempre cercanas, y aquello más genérico que el ser humano llama amor. Hay toda un teoría del amor como máscara, mentira, manera de esconderse en otros, hipocresía de los cobardes por miedo a la soledad». «Expone un tratamiento muy original del proceso vivencial de la pasión. Una extraña suerte de diario». «Sería tratar una historia amorosa desde distintas perspectivas. No siempre la más dulce, sino también la más severa: no hacia dentro, sino hacia fuera. Marguerite Duras lo describe a la perfección: 'Me gustas, qué acontecimiento'. El proceso de una relación visto como crecimiento propio, empleando al otro como mero espejo, modo de corrección, avance hacia nosotros mismos.La nitidez con la que nos vemos reflejados en el amante, en el mismo momento de la cópula, y de cómo eso se va perdiendo, se va yendo». «Un libro muy sexual y sensual le ha salido». «El sexo es la única realidad tangible o posibilidad de amor. Aunque desecho el término 'amor': sería más apropiado hablar de vínculo, unión con duración marcada desde el principio. Un acuerdo mutuo de no engaño. De ciertas pautas a seguir. De una improvisación constante en la que ambos están de acuerdo». «¿Somos, aquello que preconizaba Gilles Deleuze, puras maquinas-deseantes?». «El deseo siempre se mantiene neutral, puro con el paso del tiempo, no tan envilecido. Ese deseo innato, predecesor del primer beso, y poco atañe, generalmente, a cuanto ocurre después. Es lo mismo que el poema: el fogonazo previo a su construcción, luz efímera. Algo muy femenino: la búsqueda, a través de cuerpos y nombres, de nosotros mismos, de la propia identidad. Una búsqueda que marca tanto vida como escritura, en cada paso dado». «Hábleme de la mirada. A mí, las miradas largas siempre me han fascinado». «Una mirada puede resumir todo en un sólo gesto. Ahí es imposible ocultar la verdad. Sirve de testimonio a una historia en la que todos podemos reconocernos.Es la que describe el absurdo, el sinsentido del encuentro con el otro, todo lo que eso conlleva. El choque brutal contra una conciencia lúcida que pretende hallar esquemas en un lugar inhóspito o imposible: el amor. Es la incomprensión del autista hacia aquello que no puede descifrar. Cuyos códigos más íntimos siempre desconoce». «Hay también en su libro mucho de camino, de proceso, de rito, por el que amor y deseo se fraguan». «La senda, con golpes o sin ellos, que todos hemos de recorrer. El camino que implica, nos guste o no, soledad, una mano o un cuerpo cercano, noches varias, y asumir eso que forma y formará parte de toda nuestra vida, estemos de acuerdo o no. La impotencia de sentirse incapaz de controlar aquello que apenas podemos nombrar, tan sólo sentir, tocar, buscar con la boca, poco más». «Mundo demasiado intangible. ¿No cree?». «Es un libro imposible, por eso habla de un mundo intangible. Esa clase de libro que pretende descifrar lo indescifrable. Ninguna certidumbre, ser sólo un mero acercamiento. Ese momento en el que dos cuerpos logran comprenderse del todo sin nombrar palabra alguna. El milagro. Cómo describir eso». «No tengo muy claro lo de que siempre sea el Otro, con mayúsculas, quien nos perfile». «El amor es un modo de nombrar las cosas, a nosotros mismos, el reflejo en los ojos del otro nos ofrece una visión definitiva y desconocida de quien creemos ser.La amputación de ese reflejo provoca un descenso al abismo tan desgarrador que tan sólo entonces alcanzamos a comprender que nuestro verdadero rostro siempre permanecerá escondido bajo alguna máscara, sellado. Es difícil mantener la fe, esa inocencia extirpada a dentelladas. Algunos no se recuperan nunca del escepticismo adherido a la piel tras la ausencia». «¿Y qué es la ausencia? ¿Podría usted explicarme una de mis obsesiones: ¿Por qué el amor es antes ausencia que presencia del ser amado u objeto puro de deseo?». «Bajo la excusa de la ausencia nos enfrentamos a la soledad misma del ser. Esta se duplica siempre, frente al abandono. Es la consciencia brutal del que sigue atrapado todavía en un pasado del que le cuesta salir y al que debe renunciar en legítima defensa, bajo el escudo de ese amor ausente. Hay una cita en el texto de Scott Fitzgerald muy buena: 'Y así vamos adelante, botes que reman contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado'. Asimismo, el pasado doliente y doloroso vuelve al presente. Es el deseo de continuidad, de aferrarse a lo que queda, al recuerdo. O aparece, sin más, como reclamando ser visto, para no ser injustamente olvidado, para poder, sí, retener esa mirada. Un camino hacia el olvido, con paso firme, lento, decidido, desde el pasado al futuro». «¿Y el presente, oiga?». «Juan Ramón Jiménez lo cantó en un poema: 'Le taparía el tiempo con rosas, porque no recordara'. El presente se transforma en un mero trámite doloroso entre ambos estados, puesto que, si el pasado sirve como faro que dirige las acciones actuales, el futuro pasa a ser el objetivo fundamental de la catarsis, la esperanza que ha de llegar, que se intuye, aunque aún no se pueda sentir.La incredulidad de quien se ha sentido amado cuando golpea con la realidad». Ana Vega habla en ecuaciones, su perfume es el de los muy literarios, la palabra como escáner, el vivir literariamente como el mejor abrigo, el refugio más duradero. Yo creo, no sé, que siempre está haciendo literatura. Una manera de comerse o beberse la vida desde el verbo y no al revés. Dice en algún momento del poemario: «Si me rescatas del frío, prometo abandonar el invierno para siempre». Esperemos que donde dijo invierno, no haya querido decir deseo.