ANA Y EL CAOS
Aconsejo a todos los amantes fieles (y los no tan fieles) de Julio Medem acudan en masa a ver su última película: Caótica Ana. Desde que éste comenzó a hablar de ella, hace unos cuatro años, yo me sentí atrapada ya por el embrujo de un proyecto tan ambicioso y complejo. Ana, la protagonista de otro de sus trabajos “Los amantes del círculo Polar” había dejado en él y en los espectadores una especie de “orfandad” cuyo antídoto, estaba claro, sería recuperar parte de su alma en otro lugar, quizá, en otro personaje. El círculo se abre. Su hermana, Ana, fallece en un accidente de tráfico. El círculo continúa: nace su hija Ana. El círculo se abre y se cierra en “Lucía y el sexo”. Y ahora el círculo se cierra con la protagonista definitiva, la mujer que lleva dentro a todas las mujeres del mundo: Caótica Ana. En un momento determinado de la película alguien le dice a Ana: “llevas un abismo dentro”. El espectador amante de Medem sabe que eso es una realidad casi tangible, que manejamos cada día con menor o mayor acierto pero cuya presencia es innegable. Aquí encontramos al Medem chamán, al que hipnotiza, al seductor, al analítico, al psiquiatra, y a la ingenuidad intacta que sólo Medem puede llevar a la pantalla en un rostro, la joven que comienza a descubrir cómo es el mundo realmente por dentro y por fuera. Pero Julio Medem, rinde aquí homenaje a todas las mujeres del mundo. Curiosamente encaja de un modo perfecto, casi antropológico, con el fascinante libro escrito por Clarissa Pinkola Estés: Mujeres que corren con los lobos. En su prefacio leemos: “Todos sentimos el anhelo de lo salvaje. Y este anhelo tiene muy pocos antídotos culturalmente aceptados. Nos han enseñado a avergonzarnos de este deseo. Nos hemos dejado el cabello largo y con él ocultamos nuestros sentimientos. Pero la sombra de la Mujer Salvaje acecha todavía a nuestra espalda de día y de noche. Dondequiera que estemos, la sombra que trota detrás de nosotros tiene sin duda cuatro patas”. Evidentemente lo políticamente correcto y deseable para aquellos que tienen el poder en sus manos, sería ponernos a cuatro patas pero en otro sentido: doblegarnos. Somos seres cuyo instinto intentan extirpar de todos modos, y esa es la única herramienta fiable que poseemos para seguir nuestro camino. Ése es, sin duda, nuestro faro. Como leemos en este hermoso libro “tampoco es casual que los lobos y los coyotes, los osos y las mujeres inconformistas tengan una fama parecida. Todos ellos comparten unos arquetipos instintivos semejantes y, como tales, se los considera erróneamente poco gratos, total y congénitamente peligrosos y voraces”. Nuestra intuición y nuestro instinto es nuestro carnet de identidad real, el que nos asignó la naturaleza, no el pequeño y ridículo papel que alguien decide darnos como clave de acceso al supuesto mundo civilizado. Y debemos defender nuestra identidad puesto que como bien explica la autora “la depredación que ejercen sobre los lobos y las mujeres aquellos que no los comprenden es sorprendentemente similar”. Y todo ello nos hace volver a Medem, a esa Ana “caótica”, cuyo caos proviene de todas aquellas mujeres cuyas voces intentaron ser silenciadas y cuyo espíritu renace cada día en forma de una nueva mujer dispuesta a defender su lugar en la tierra, que se mantendrá viva y en pie mientras no se olvide de su instinto. Cuando permitimos que alguien nos silencie, nos arrodille frente a él, eso significa que nos hemos abandonado a nosotros mismos. Medem nos deja un sabor dulce de esperanza en la boca, frente al poder totalitario, frente a la mano que empuña el arma, frente a la injusticia, una frase nos hace comprender, ser conscientes de nuestra capacidad ilimitada de acción. Ana abre sus enormes ojos azules y en todos los idiomas del mundo grita: “Porque nosotras engendraremos legiones de hombres buenos”. Por los siglos de los siglos…
ANA VEGA
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