Mariposas vivas





O cajas de metal irrescatables

irrisorios juegos verbales

la imagen asonetada que siempre aparece fresca

la hucha de la imaginación que nunca ha de estar repleta



matrícula de los sueños

burdeles repletos de muertos en vida

versos kilométricos que se deslizan

la locura atenuada que busca su guarida



cerrar los ojos para ver

fotogramas como fantasmas resucitan la retina

aquel acento de Cortazar enroscándose

genoma de celulosa, y cada noche otras vidas



la muerte bella expuesta en un cristal

y en la mente siempre

mariposas vivas.



DAVID FUEYO

SOLO LOS YONKIS SABEN QUERERSE

Sólo los yonkis saben quererse como es debido. Van en el metro, el tren, cualquier medio que les transporte a ninguna parte pero juntos, siempre de la mano. La mirada fija en el infinito y sin embargo una claridad de amor en sus ojos, entre los dos, inalcanzable para el resto de los mortales. Pequeños gestos compartidos que nosotros desconocemos. Esa nada que les inunda les hace más fuertes, más reales.

Él mira por la ventana sin que sus pupilas puedan detenerse en nada, la búsqueda va por dentro, siempre, a todas horas. Ella mira al otro lado pero de vez en cuando, le acaricia el rostro y él, sin apenas mirarla, más por conocimiento exacto de su cuerpo que lo que sus ojos le permiten ver, su estado de abismo, le aparta el pelo de la cara y le besa el hombro. Vuelven sus ojos a perderse entonces, en mundos completamente distintos pero sólo uno, al fin y al cabo, entre los dos. Apenas hablan, mueven de manera inquieta manos y piernas, pero a modo acompasado, sincronizado por una especie de reloj interno que marca la urgencia siempre.

De repente surge la voz, la palabra entre ellos, siempre demasiado alta, y sin temor a nada y a modo de lección, uno de ellos –no importa cuál- le dice al otro: Te amo. Y lo dice a gritos, sin pensarlo, y justo después vuelve a perderse en un abismo indescifrable que, pese a todo, comparte con su amor. Es evidente que sólo los yonkis saben quererse como es debido.