JORNADAS SOBRE DERECHOS HUMANOS EN SALUD MENTAL
Ponencia: Romper el silencio, mujer, discapacidad, realidad y escritura.
Gregory Corso dijo sobre las mujeres
de la Generación Beat: “Hubo mujeres, estaban allí, yo las conocí, pero sus
familias las encerraban en manicomios, se les sometía a un tratamiento de
electrochoque. En los años 50 si eras hombre podrías ser un rebelde, pero si
eras mujer tu familia te encerraba.”
Leo en estos momentos un
libro en el que se habla de una realidad que apenas conocemos y mucho menos
vemos en medios de comunicación o denuncias de algún tipo, es esa parte de la
realidad que no se ve pero sustenta, sumergida en sufrimiento, la otra capa de
realidad que la población con más suerte vive, disfruta y conoce. Hablo de un
libro en el que se describe la situación de los trabajadores y trabajadoras de
la ciudad— fábrica de Foxcoon en Shenzhen, mayor fabricante mundial de
componentes electrónicos y servicio de compañías como Apple, Amazon o Google.
Las condiciones laborales y de vida de estos trabajadores y trabajadoras son
tan inhumanas que han provocado una oleada de suicidios. Conocemos dicha
situación por quien nos ha dejado su testimonio antes de suicidarse y por quien
ha sobrevivido tras arrojarse por una ventana. La empresa ha resuelto dicha
situación obligando a firmar un pliego anti suicidio junto a la realización de
un test que culpabiliza a las víctimas y se ampara en que los espíritus más
sensibles no pueden soportar ciertas situaciones. Se han colocado todo tipo de
soportes carcelarios en las habitaciones de los empleados y empleadas, los
turnos se alternan para que no se pueda establecer amistad ni red social alguna
y los métodos de castigo por no llegar al objetivo impuesto de eficacia en el
trabajo (mantenerse firme durante horas frente a otros empleados cuando fallas)
se mantienen intactos. Esta es la realidad que sustenta y protege y alimenta la
realidad que sí conocemos. Veo una metáfora perfecta y muchas similitudes entre
la situación de quien ha padecido alguna experiencia de sufrimiento psíquico y
la impotencia que viven en Foxcoon. Se culpabiliza a la víctima cuando no
resulta útil al sistema, no se ofrecen ayudas en modo alguno y la maquinaria
sigue produciendo firme y segura y eso es lo que importa. Janet Frame describía
así el modo en el que le explicaron los resultados de una lobotomía: “Tuvimos
aquí a una paciente años y años, hasta que le hicieron una lobotomía. Y ahora
trabaja en una tienda de sombreros. El otro día la vi, vendiendo sombreros, tan
normal como cualquiera. ¿No te gustaría ser normal?”. La propia Janet Frame,
escritora, mujer, con amplia experiencia en carne propia en salud mental e
internamientos psiquiátricos, logra salir gracias a un premio literario que hace
ver a su médico en ella a un posible sujeto racional, nos cuenta: “ Con la
esperanza de conseguir un subsidio de enfermedad mientras escribía, envié una
carta al doctor Blake Palmer, cuya respuesta hizo que se derrumbaran todas mis
esperanzas insinuando que, si me concedía un subsidio, podría perder el hábito
del trabajo”. Es decir, quienes habían decidido imponerle tratamientos
terribles, internarla y tomar amplias decisiones por ella, tomaban ahora este
criterio de realidad para volver a ejercer una decisión que marcaba su futuro y
opciones. Cierto día, Janet se encuentra a un hombre al que al explicarle su
difícil situación y su búsqueda de trabajo, este responde con una clara y
determinante afirmación: por qué busca usted trabajo si usted es escritora.
Este hombre, no una organización, ni institución, decide ayudar a Janet
económicamente y Janet Frame camina por vez primera hacia su futuro brillante
como escritora excepcional. Y esta es una realidad que no ha cambiado.
Mi nombre es Ana, soy
escritora, he sufrido un trastorno de agorafobia durante más de diez años que
me mantuvo recluida en casa y atada a una cama, los problemas físicos y
mentales que se derivan de aquella situación han sido absolutamente
desatendidos por el sistema de salud pública, tanto en aquel momento como
después. Se me han asignado distintos diagnósticos, entre ellos el de Trastorno
Límite de la Personalidad. Poseo una discapacidad del 34%, que me otorgaron
tras pasar un tribunal médico que puso en duda cada uno de los informes
aportados (y por supuesto el sufrimiento y desesperación tras ellos) y que tan
solo se fijó en mi experiencia laboral (no querían, imagino, amputarme tampoco
el hábito del trabajo); poco o ningún caso prestaron a que si una persona
enferma trabaja no es que pueda trabajar sino es porque lo necesita y porque no
tiene más opciones (recuerdo perfectamente trabajar en atención al público con
vendajes en las muñecas y gasas en la ropa interior para contener las
hemorragias mientras seguía en pie como azafata las horas necesarias). Las
consecuencias de haber trabajado en condiciones en las que no podía trabajar
las he pagado caras, además del seguro privado de salud que debo pagar
mensualmente para que alguien trate y alivie el sufrimiento que ningún médico
del sistema público quiso escuchar siquiera (artrosis de rodilla y cojera que
calificaron como ansiedad, problemas digestivos con operación intestinal cuya
causa nunca buscaron, autolesiones y sobredosis de pastillas que definieron en
distintos informes como sobrecarga de trabajo y exceso de lucidez para que más
tarde el tribunal tuviera en cuenta que si trabajaba es que podía seguía
forzando un tanto más la máquina). Con la bonificación de la discapacidad, me
di de alta como autónoma, compaginando hasta más de cinco trabajos (al igual
que antes de ser autónoma y llevar a cabo trabajos de todo tipo). Una vez
concluida dicha bonificación me di de baja al no poder asumir los costes de la
cuota de autónoma y el pago del 50 o 60% de mis ganancias a las distintas
empresas con las que trabajaba (dándome de baja en el momento en que comenzaba
a disfrutar del esfuerzo realizado todos los años anteriores para lograr
trabajar en aquello que me apasiona, sigo recibiendo correos cada día para
asistir a unos talleres que ya no puedo llevar a cabo). No tengo derecho a salario
social, ni paro, ni subsidio por desempleo ni discapacidad, es decir no hay
ingresos. Mis padres poseen una discapacidad ambos, con una pensión pequeña y
una ayuda por ingresos mínimos, han estado enfermos desde que tengo conciencia.
A ello debe sumarse mi labor de cuidadora, ochenta y seis y setenta y seis años.
Mis problemas de salud mental y física en ciertas cosas se han agravado. En
estos momentos aplazo una operación porque por las circunstancias que atravieso
debo cuidar a otros, antes de cuidarme.
Me pregunto si alguien puede decir que algo ha cambiado o que realmente existen
derechos u opciones y cabe preguntarse también, si es posible escribir o tener
habitación propia o espacio de desarrollo o crecimiento en estos términos. Creo
que solo nos falta firmar el pliego anti suicidio en cualquier entidad u
organismo público que dice defendernos. Y la pregunta más importante con la que
comenzaba este relato, se trata en mi caso y en tantos otros de circunstancias
sociales, laborales y económicas o de espíritus sensibles que no podemos
afrontarlas… Juzguen ustedes mismos. Y la cuestión es, qué razones pueden
ofrecerse a alguien sin techo, comida o dignidad para no arrojarse por la
ventana.
Ana Vega