EL TOPO




Todavía estaba aturdida por el golpe. Giró la cabeza y vio que su hermano no se movía. Llamó a su madre. Ella no respondió. Mami, mami…Gemía, le dolía todo el cuerpo. Intentó desabrocharse el cinturón. Una vez libre, se acercó al asiento delantero. Mamá…Pero aquella no era su madre, apenas podía distinguir su cara entre el amasijo de hierros. Buscó su mano y la acercó a su rostro. Estaba fría, helada. Volvió a mirar a su hermano. Yacía en la sillita sin moverse, como dormido. Tenía la camiseta manchada de sangre. La niña volvió hacia atrás, empujó la puerta una y otra vez. No podía, no tenía fuerzas. La empujó con las piernas y la cabeza. Cayó en el asfalto. De repente se sintió mayor. La carretera estaba vacía. El coche ya no parecía azul. Su color preferido siempre había sido el azul. Comenzó a caminar. Cojeaba y sentía un dolor punzante en la cabeza. Hacía mucho calor. Siguió caminando durante un rato. Se paró en seco, algo se movía en el borde de la carretera. Fue hacia allí. Parecía una rata. Le dolía cada vez más la cabeza. El sol le impedía ver bien aquello que se retorcía. Una rata, pensó. Se acercó. De pronto recordó el bicho aquel que habían encontrado en el jardín la semana pasada. Su padre había dicho que eso no era una rata, eso era un topo. Aquella palabra le sonó rara, como inventada. Pero ahora sabía que era real: aquello que se retorcía en la cuneta era un topo.