FLOR RARA
Flores rojas, raras, secas, inundaban el pasillo, algo viscoso las mantenía pegadas al suelo, mezcla de semen y alcohol y restos, restos… Estaba oscuro. Un olor insoportable a madera muerta, a sombras que se consumen bajo las sábanas, sin rostro, en multitud, sin orden, sin pureza ni escrúpulos. Ella permanecía sentada inmóvil frente al balcón, con la mirada perdida en algún recuerdo, quizá reciente, esa misma noche…Estiraba su pierna derecha hacia el cielo a modo de absurda súplica sin rigor ni creencia, postura fácil quizá, acomodo, espalda que se sostiene al menos ahora, e introducía el pie entre las rejas. La izquierda estaba quieta, el fragmento de ser, de ella, de pierna, al fin y al cabo, que no le arrancaron, el muñón, que la convertía en monstruo y flor rara también, parecía temblar de frío. Un timbre agudo sacudió el cuerpo. Cogió el teléfono, acercó el auricular a la boca y dijo: “Sí, aquí vive la puta del muñón”. Monstruo ya, transformación ejecutada sobre su cuerpo blanco, intacto antes del bisturí helado, poco o nada podía perderse, se repetía.
Algunos pagan muy caro los caprichos con los que la naturaleza castiga a otros. El dolor de ella provocaba la excitación definitiva, algo en su incapacidad daba al hombre un poder inusitado, la humillación que ni tan siquiera exige llevarse a cabo pues la vida te la ofrece para tu propio placer. Al menos, durante un segundo, el dolor fantasma se convertía en carne real, en piernas, que se abrían, dos, en este caso.