PIROPO

El bar estaba a punto de cerrar. Había mucha gente, era muy tarde. El camarero le vio desde lejos acercarse a la barra, y colocarse justo al lado de la chica morena de ojos claros. Le había estado observando toda la noche. Una cerveza tras otra, un ir y venir constante de la barra a la esquina, donde permanecía al acecho. Toda la noche en el mismo lugar, esperando quién sabe qué. Miraba a todas las mujeres que entraban por la puerta, de arriba abajo y luego de abajo arriba. Las examinaba como un taxidermista a su presa. Parecía buscar algo. Se le cayeron dos cervezas al suelo, pero no se inmutó, fue a la barra y pidió otra. Luego otra, y luego un par de ellas más. Sin embargo, cuando la chica morena abrió la puerta y entró con su amiga, algo pareció cambiar en su rostro. Sí, ésta era. No esperó mucho. En cuanto ambas se sentaron el chico abandonó su guarida, se les acercó por detrás y se colocó a su lado. Abrió su enorme boca y gritó: “Morena”. Y cayó al suelo. Cuando llegó la ambulancia ya era demasiado tarde. Un fallo cardíaco. “Pobre chico”, dijo la chica morena. Su amiga sonrió y siguió bebiendo. El camarero se fue al baño, no se sentía bien.