DESEO INTACTO
El músico británico Sting ha afirmado en diversas ocasiones que el secreto para mantener su portentosa forma física, su voz, y ese equilibrio que todos ansiamos imponer en nuestra vida, se encuentra en disciplinas como el yoga, la meditación y esa famosa frase suya que parece poner de los nervios a todo macho ibérico que se precie cuando la oye: “A veces hago el amor durante ocho horas”. Sexo tántrico, le llaman al asunto.
Busco información sobre el tema y me encuentro con conceptos más lógicos y cercanos de lo que en un principio podría vaticinar toda disciplina milenaria (prejuicios dios sabe por qué). Según parece el Tantra es una “disciplina oriental de la que bebe tanto el budismo como el hinduismo y que se basa en una serie de libros hallados en la antigua India hace 5000 años, donde el dios Shiva revela los secretos de la vida a su pareja la diosa Shakti. Entre estos secretos, la mayoría se refieren al crecimiento personal, la meditación y a la contemplación como un camino para evolucionar espiritualmente. Y otros ser refieren a la práctica sexual, a los rituales y al estímulo de energía que conceden al individuo el amor y las relaciones. El sexo tántrico es sólo una parte del Tantra”. Hasta aquí todo en orden.
Leo con clara estupefacción que en Estados Unidos existen miles de seguidores de tan dulces técnicas y que “en Chile despierta todo tipo de expectación y en Argentina, más que una moda es una fiebre que sacude a la sociedad”.
El Tantra toma la visión de una pareja como algo que trasciende lo físico y se convierte en algo más profundo (aunque esto suene a chiste fácil). Para los tántricos “el sexo, igual que sucede con el yoga o con la meditación, es un camino para llegar a un estado de conciencia más elevado espiritual”.
Más allá del lugar místico al que parece conducirnos todo esto y basándonos en algo quizá más tangible, o más acorde con nuestro tiempo (y prisas), con nuestro descerebrado comportamiento de seres del siglo XXI, algunas cosas llaman mi atención: con estas técnicas –por llamarlo de algún modo- se pretende aumentar la energía, controlar la respiración, y no sólo “aumentar si no generar la energía psicosexual o Kundalini”. Energía ésta que también se logra mediante ciertas asanas o posturas en el Yoga. Uno de los elementos más importantes y que, dudo mucho, consigamos introducir en el “modus operandi” del homínido al que solemos frecuentar es el llamado “orgasmo seco” u orgasmo sin eyaculación. El Tantra entiende que nuestras relaciones sexuales se convierten en momentos de “descarga” y no de “unión profunda”. Todos podemos elaborar en este preciso instante una lista mental de nuestros amantes y en ella veremos con nitidez (de forma muy explícita con seguridad, pero no con mucho rigor) la abundancia de los llamados momentos de “descarga” y los escasos momentos de “unión”, ya no profunda, si no tan sólo “unión”. Curiosa la tendencia del pensamiento occidental hacia la destrucción (darle a un niño algo que pueda partir en dos y lo romperá al menos en cuatro partes) y el uso casi imperceptible en nuestra vida cotidiana, a nuestro alrededor, del verbo: construir. Veo en el Tantra varias lecciones, y no sólo sexuales, que alguien con cierta sensibilidad –aún no “destruida” del todo o atrofiada por el escaso o indebido uso- sabrá leer entre líneas, lecciones que quizá olvidamos con los años: la lentitud de dos cuerpos que se aproximan, el momento previo al beso, la extensión ilimitada de una caricia o lo que todo eso puede significar si lo trasladamos más allá del nivel físico. Ahora agotamos el deseo en apenas cinco minutos, nadie recuerda el poder ancestral del deseo intacto. Quizá nuestra vida actual sea entonces una “descarga” continua mientras otros, como Sting, disfrutan de una especie de “orgasmo seco” infinito que les conduce a una vida quizá más equilibrada y menos psicótica. Nosotros no sabemos regalar una caricia sin ponerle nombre, precio y fecha de caducidad. Las arrugas y el temblor del labio izquierdo nos delatan. El equilibrio se ha roto.
Ana Vega