QUÉ ES SER POETA?

Pregunta metafísica por parte de esta cada vez más escéptica mujer y propia de esas noches entre copas con amigos no vinculados al “noble” arte del lirismo. Según lo expuesto en el diccionario de la Real Academia española, un poeta es:“Persona que compone obras poéticas y está dotada de las facultades necesarias para componerlas”. Concepto teórico casi correcto, porque todos conocemos la cruda realidad: todos pueden escribir poesía.Ahora todos pueden ser poetas. Con la ingente cantidad de medios que existen para dar a conocer los versos propios (páginas Web, blogs, autopublicación, coedición; no entraré en el tema de la vía tradicional de publicación por la dificultad de su acceso para el resto de los mortales), está al alcance de cualquier romántico que pretenda ser poeta, y digo pretender, porque cualquiera no puede serlo. Hace falta una actitud esencial: sensibilidad. Preciosa palabra presente en los poemas, ausente en los que se colocan automáticamente la etiqueta de poetas. Paradójico, ¿verdad? Porque en nuestra sociedad consumista y mercantilista, la poesía se ha visto despojada de su sentido: es una moda, una manera de colocarse en el mundo como si se fuese alguien especial cuando, en realidad, un poeta dejó de ser alguien especial hace mucho, mucho tiempo; de ahí, miradas de soslayo por parte de la gente, incluso despectivas. Los poetas son despreciados o ninguneados: no sirven para nada. Ni siquiera la excusa sirve para ligar con el mismo \ opuesto sexo (impresiona más que el chaval o la chavala te diga “soy funcionario”, sinónimo de “tengo taco”; sí, la podrida erótica actual del dinero). Y eso lo sabe la propia élite poetil: por eso hay que adaptarse para sobrevivir en esta jungla humana de políticos nefastos, desplomes de bolsa, miles de jóvenes en paro y hombres y mujeres presumidos con preocupante complejo peterpanesco. Hay que entregar una nueva función al poeta, lejos de ser portavoz independiente de las carencias del planeta. ¿Cuál? Pues el de “empleado” (preferiblemente de carácter público) que mantenga o controle un sistema cultural oficialista determinado. La legitimación, por tanto, se asigna a los que tienen méritos: pertenencia a determinados grupos artísticos \ poéticos, libros publicados en editoriales de renombre, obtención de premios literarios, etc. Por desgracia, el poeta es una persona más, otra ovejita que se deja llevar por lo que le dicta el pastor \ maestro espiritual \ profesor académico \ falso profeta \ jefe mayor \ artista con influencias. Es un ser humano normal y corriente como los ciudadanos de a pie, con aspiraciones concretas: vivir de la poesía. ¿Vivir de la poesía? Claro: a costa de lo que sea. No se alejan de esa vergonzosa mentalidad de obtener lo máximo con el mínimo esfuerzo: quejarse con lloriqueos sin mover ni un puto dedo; arrimarse, agacharse, obedecer y si se puede dar la puñalada trapera, se da, y posteriormente se funda un propio castillo fortificado de amigos \ lacayos defensores; pisotear, alcanzar puestos de relevancia mediante la milenaria y eficaz técnica del trepping (trepar, trepar y trepar hasta llegar a la cima), para incorporarse en “seguros” esquemas jerárquicos similares a los de la mafia. Oh, sí: los poetas son traidores cuando se dejan devorar por la ambición. Aquí la “sensibilidad” del poeta se extingue y se transforma en ansias de poder. Sí, señores: la cosa está chunga, muy chunga, y sólo el más espabilado – o canalla que juega sucio – sobrevive: el todo-vale por alcanzar la meta. No hay competencia limpia. Y muchos líricos no agachan el lomo ni agarran el pico o la pala: prefieren apuntar alto sin mancharse las manos porque se consideran demasiado buenos para un curro simplón, porque están convencidos de que son intelectualmente superiores y que no aceptan otra cosa que no sea su especialidad. Sí: muchos poetas son unos señoritos que se mofan del otro escritor que pone copas en un bar o del otro pobrecito compañero que carga ladrillos en la obra. Patéticos los poetas que presumen de saber lo que es la poesía cuando jamás se han preocupado por sufrir la realidad. ¿Qué diferencia hay con el resto de la humanidad? Ninguna. ¿Acaso en otros ámbitos del mundo real no ocurre lo mismo? ¿Por qué me cabreo si ya sabemos como funciona todo? Precisamente porque el poeta ha de ser testigo de las desgracias, el mensajero que comunique que existen miserias y que, a diferencia de las personas superficiales, padece también cuando le hacen daño: EL POETA HABLA DE TODA LA MIERDA QUE NOS LLEGA AL CUELLO. El poeta debería ser el único ser humano CAPAZ DE METERSE EN LA PIEL DEL OTRO.Pero no. Muchos poetas proclaman a los cuatro vientos que son auténticos liberadores cuando no es así: están mas preocupados en escribir, en lucirse, en promocionarse, que en sentir empatía por el ajeno. Por eso mi decepción. ¿Por qué el poeta escribe con falsa modestia? “Soy un elegido, pero me preocupan los desfavorecidos y lloro cuando hay una injusticia”. Sí, claro, y yo me lo trago: te “escogió” el sistema (mejor dicho, te integraste), te apenan los desempleados y los hipotecados pero recibes dinero público gracias a una mención concedida por el “beneplácito” de un jurado de “conocidos” (¡qué bonita e indecente es la amistad entre poetas!) y sollozas de pura penita cuando un crítico “serio” te pone a caldo (posiblemente, un no conocido, un enemigo, o un enemigo de un amigo). ¿Esto es ser poeta? Vamos a dejar de engañarnos: ser poeta es ser de todo, menos poeta. ¿Y dónde están los verdaderos? Ocultos, no por timidez o el miedo a ser contaminados (porque la honestidad se paga con el ostracismo absoluto y tienen dos dedos de frente) y ofreciendo, como pueden, desde su posición, aportaciones humildes.

En lo personal, me definen mejor unas palabras de Jaime Sabines: “soy un peatón”. Camino por la vida, a mi manera, porque la única ambición que tengo es tener un trabajo digno para poder hacer en el futuro lo que me plazca (eso, y un plan de pensiones privado porque lo de cotizar a largo plazo lo veo inalcanzable).

Mientras tanto, los “poetas” defienden su poesía, que no la poesía. Ésta sigue agonizando en un rincón oscuro. Y los milagros no existen.Descorazonador. Pero cierto.

Ana Patricia Moya