Hacía mucho, mucho tiempo que no escribía en este cuaderno de bitácora que comencé hace tantos años. No sé muy bien por qué me decido ahora a hacerlo, pero sin embargo algunos hilos de tejido básico o conciencia me empujan a hacerlo. Veo alrededor tanta miseria, en todos los sentidos, el más físico por supuesto, pero sobre todo y principalmente el moral, que contemplo por vez primera mi mirada ya acostumbrada a la mansedumbre. Veo, con espanto interno, la atrocidad del poder y su devastación, cómo ese animal monstruo o ser mezquino ha devorado no sólo carne y hueso sino también alma a su paso por el mundo, podríamos hablar de capitalismo feroz, o de poder tan sólo, o quizá resumir más y más profundo hasta llegar a la extrema debilidad humana ante el mal.
Que si las cosas van mal es porque alguien ha planificado al detalle este caos, creo, espero sea evidente. Y que todo este horror cotidiano obedece a normas de quien dicta yugo y manos atadas se demuestra cada día, pero la sinrazón actual, esta mordaza en forma de ley que ampara la más absoluta inhumanidad y la defiende, la que castiga la honestidad, el trabajo y esfuerzo y premia la ignorancia, la prepotencia y al débil, no nos engañemos, sí, al débil pues teme y ha de emplear la fuerza para someter al otro, veo, insisto, aterrorizada no provoca reacción alguna. Que nos despiden, que nos contratan y arrojan al suelo y luego nos pisotean, que se cargan a nuestros compañeros y hermanos, y trafican con mujeres, hombres y niños y ancianos y ancianas y multiplican la violación y la violencia de un modo realmente repugnante es algo, insisto, espero, evidente. Que los rostros permanezcan impasibles algo que no alcanzo a comprender. Que todo es más sencillo finalmente, que cuando los de abajo alcanzan cierto grado de ensoñación real y con sus dedos tocan el oro de quien lo arranca del vientre universal, el poderoso teme y ha de emplear toda su fuerza y destreza para erradicar toda cercanía entre los de abajo y quienes disfrutan del trabajo del que vive sumergido bajo ellos. Me parece increíble tener que recordar una y otra vez que muchas muertes se convierten ahora en mera narración oral o cántico lejano pues con cada paso, con cada gesto de rodilla en el suelo o cabeza hacia los pies, borramos un tanto más la historia y escupimos sobre esas muertes. Recordar que no porque exista una declaración universal de los derechos del hombre y la mujer ha de ser rescatada dicha premisa, que todo ser posee el derecho que ha de tomar por su propia mano y arrebatarlo si es necesario pues la libertad nace en el mismo momento en que el llanto anuncia nuestra llegada a la tierra. Triste ver tanta falta de humanidad y compañerismo, triste ver tan poca sangre en las venas, tanta hipocresía y que nos sigan engañando con una zanahoria de colores frente a la boca, otros y otras murieron antes para que nosotros y nosotras ahora enterremos nuestra libertad o aún peor la entreguemos como lo estamos haciendo sin pelear siquiera, sin alzar la vista, sin decir hasta aquí, porque quizá para otros todo tenga un precio, pero al menos en este caso, y hablo sólo por este cuerpo, esta voz y estas manos que escriben, cuando alguien puso ese precio sobre la mesa, rechacé todo compromiso más allá del que me debo a mi misma, única orden y norma a la que obedezco y obedeceré, ni mordaza, ni amo, ni patria, ni religión, que ni bajo la tierra misma que seguramente pondrá de nuevo mi precio o "valor" en alza sobre esta tierra podrán silenciarme. Jamás ningún hombre, mujer o poder establecido podrá reinar más allá de este cuerpo, abran si quieren en canal esta piel o crucifiquen mi voz con clavos o sigan haciendo lo que hacen sin dejar de cortar el paso y obstaculizar el camino y poner trampas y dificultad y agotar, y agotar, y agotar, pero insisto, nadie gobernará todo esto que ocurre en mí, dentro de esta fina capa que me sobrevive. Más allá de la muerte incluso seguirá la palabra golpeando y galopando a ciegas, y diciendo, no, jamás, no en este cuerpo, no en esta voz.