I LOVE ME




Ayer me encontré, en una de esas parcelas que el imperio chino ha creado y donde habita el reino de las mil y una cosas, una chapa con el siguiente lema: I love me. Mi conocimiento básico de este idioma no me permite elaborar una traducción fiable de dicho lema, pero mi cabeza, pensamiento y recuerdos recientes, me proporcionaron una no sé si muy acertada, pero sí espontánea, y del todo subjetiva, traducción: “me quiero”. El subconsciente siempre traduce de modo preciso nuestra realidad más inmediata. Y digo esto porque últimamente he asistido, y sido “víctima” también, de lo que podríamos llamar de algún modo como “fenómeno contagioso cuyas dimensiones alcanzan cotas inusitadas pues se expande cual virus” entre el género masculino. Sus raíces llegan al infinito. En estos últimos tiempos he visto a mi alrededor y sufrido en mis propias carnes cómo una frase amenaza nuestra salud mental de “hembras” (y que según parece pedimos a gritos); esa frase de consuelo que todo hombre parece sacarse de la misma manga donde el único as que esconde es un brazo como el mío –más grande o pequeño según el caso pero de mismo hueso- y que llena de alegría nuestras ojerosas miradas es: “tienes que quererte más”.
Tras un análisis minucioso del número de veces que dicha frase ha sido repetida por unos cuantos ejemplares de la costilla de la que dicen procedemos, en diferentes circunstancias, hacia diferentes mujeres con vidas muy distintas y estados de ánimo o proyectos vitales sin similitud alguna entre ellos, he llegado a percibir varios hechos que se producen y reproducen no en la mujer que parece necesitar consuelo siempre, y hombro ajeno, según parámetros masculinos, sino en el sujeto en cuestión que gira su cabeza del lado más paternalista que habita en él, te mira fijamente y con toda la seguridad del mundo que sólo la verdadera inseguridad esconde, te dice muy suavemente (casi siempre acompañado por un toqueteo incontrolado o caricia en el pelo; por eso una se alegra siempre de llevar gomina, medio kilo de espuma o cualquier otro repelente) y con cara que ellos creen a lo Clint Eastwood y más bien se les queda en Emilio Aragón en “Padre de familia”, cara desubicada pues: “tú lo que tienes que hacer es quererte”.
Hechos: el hombre en particular de forma instintiva levanta la cabeza, sonríe plácidamente, respira con profundidad y asiente con la cabeza ante la mujer a la que le acaba de arreglar la muñeca a la que ella misma decidió amputarle el brazo izquierdo. Hechos: la mujer en cuestión se desorienta, cree por un segundo que dicha afirmación puede alcanzar el grado de respuesta a sus preguntas, mira al hombre desconcertada y siente su inseguridad frente al dominio que éste se empeña en ejercer sobre el mundo y, por un momento, se produce la tragedia: la mujer duda de si misma. Hechos: el hombre gana la batalla, ha creado la inseguridad en el campo “enemigo” que él advierte más fuerte y sabe que sólo así puede quebrarse el muro hasta el punto de dejar la rendija justa por la que colarse ya con su personalidad real, dando rienda suelta a su egoísmo, egocentrismo y debilidad enmascarada en frases que los años avalan como perfectos para tambalear cimientos femeninos. Hechos: el hombre alcanza de nuevo la superioridad, dirige la manada, le gustaría volver a cazar mamuts (unos estudios recientes demuestran que lo que acabó con el mamut no fue el clima sino el hombre) Hechos: la mujer se siente triste, si algo conoce y ha ejercido durante años eso es el amor, a si misma, y a su entorno, la mujer que hoy día trabaja duro para vivir su vida valora su trabajo, su esfuerzo y los logros obtenidos. La mujer actual se siente segura frente al mundo entero pero sin armas ante la injusticia que se disfraza de mil modos, que se esconde tras cada puerta. La mujer no entiende que su compañero, al que desterraron del paraíso junto a ella aún no haya comprendido los mecanismos más rudimentarios de la vida. La mujer se siente pequeña cuando un hombre esconde su debilidad, inseguridad y falta de lugar en un mundo cuyas manos ya no ejercen poder alguno sobre la que antes consideraba simple títere o fuente de placer y para eso lleva a cabo juegos insólitos de doble vuelta de tuerca como el conocido juego de espejos en el que uno acusa al otro de sus propios defectos o empuña un consejo a modo de disparo. La mujer se siente pequeña no con el tono de la frase, sino porque eso le demuestra una vez más que el hombre aún sigue perdido. Aquél que se encuentra asustado o a quien le muerde el miedo ataca y luego pregunta.