JUGUETES PARA MASCOTAS
Mi gata se llama Melissa y tiene once años. Pese a su “avanzada” edad salta, corre y se enreda en todos los puntos claves de la casa donde pudiera provocar algún tipo de conflicto entre un ovillo de lana y una silla, una mosca y una ventana, una bañera cuyo desagüe hay que investigar u otras situaciones susceptibles de una dedicación exclusiva al hecho en cuestión durante un mínimo de media hora y un máximo de dos. Además de los posibles juguetes que Melissa se va encontrando por la casa –cuyo origen en ocasiones desconocemos y que, en principio, no han sido destinados al uso felino- posee dos diminutos ratones de plástico y pelo blanco y fucsia respectivamente, de ojos negros y cola extremadamente delgada especialmente creados para el desgaste que supone vivir a merced de un felino (comprados por la incauta compañera de piso del animal). Ayer Melissa cogió, zarandeó, lanzó y jugó con el ratón más fashion de los dos, el fucsia chillón, a su antojo durante un buen rato. Inteligente y amante de sí misma, como es costumbre, ella misma se encargó de transportar su ratón de un lado a otro agarrándolo con la boca de la pequeña cola que éste luce (modo mucho más cómodo y accesible de pelearse con él que engancharlo por su diminuto cuerpo). No sé cómo ni en qué momento exacto se oyó un ruido que parecía indicar que con tanto correr, y tanto movimiento, Melissa amenazaba con regurgitar la ingesta última de sus rosquillas habituales (ratón y galletas procedentes ambos de la misma fábrica o marca registrada) Pero no, el diminuto ratón se le había quedado atascado en mitad de la boca. Como buen felino, ella misma se provocó el vómito que le salvó de una muerte tan poco heroica y más bien vulgar. Me pregunto entonces quién o quiénes regulan y comprueban si los juguetes para mascotas son aptos o no para éstos. ¿Se ocupa alguien de evitar la muerte accidental de los pequeños y curiosos animales domésticos? Cabe recordar que ellos no pueden leer las etiquetas, y aunque lo hicieran éstos no aportan ningún tipo de advertencia. Sí, confieso que Melissa es un ser lúcido, pero conserva intacta su ingenuidad más sincera, así pues se confía y, en fin, pasa lo que pasa… Aunque los peligros de nueva generación caseros (se generan cada día, en cada esquina) acechan por todas partes. Melissa ha abandonado el ratón que tan “mal trago” le hizo pasar y ha descubierto un nuevo juego. Consiste en arrastrar mi bota derecha, para ser exactos, situada debajo de la cama, sirviéndose de los cordones de la misma hasta dejarla situada justo en el centro de la habitación. Pero el juego, consiste realmente, creo yo, en esperar pacientemente a ver cómo yo tropiezo día tras día con mi propia bota mal aparcada. Me pregunto entonces, ¿quién regula esto de las botas emancipadas?
Mi gata se llama Melissa y tiene once años. Pese a su “avanzada” edad salta, corre y se enreda en todos los puntos claves de la casa donde pudiera provocar algún tipo de conflicto entre un ovillo de lana y una silla, una mosca y una ventana, una bañera cuyo desagüe hay que investigar u otras situaciones susceptibles de una dedicación exclusiva al hecho en cuestión durante un mínimo de media hora y un máximo de dos. Además de los posibles juguetes que Melissa se va encontrando por la casa –cuyo origen en ocasiones desconocemos y que, en principio, no han sido destinados al uso felino- posee dos diminutos ratones de plástico y pelo blanco y fucsia respectivamente, de ojos negros y cola extremadamente delgada especialmente creados para el desgaste que supone vivir a merced de un felino (comprados por la incauta compañera de piso del animal). Ayer Melissa cogió, zarandeó, lanzó y jugó con el ratón más fashion de los dos, el fucsia chillón, a su antojo durante un buen rato. Inteligente y amante de sí misma, como es costumbre, ella misma se encargó de transportar su ratón de un lado a otro agarrándolo con la boca de la pequeña cola que éste luce (modo mucho más cómodo y accesible de pelearse con él que engancharlo por su diminuto cuerpo). No sé cómo ni en qué momento exacto se oyó un ruido que parecía indicar que con tanto correr, y tanto movimiento, Melissa amenazaba con regurgitar la ingesta última de sus rosquillas habituales (ratón y galletas procedentes ambos de la misma fábrica o marca registrada) Pero no, el diminuto ratón se le había quedado atascado en mitad de la boca. Como buen felino, ella misma se provocó el vómito que le salvó de una muerte tan poco heroica y más bien vulgar. Me pregunto entonces quién o quiénes regulan y comprueban si los juguetes para mascotas son aptos o no para éstos. ¿Se ocupa alguien de evitar la muerte accidental de los pequeños y curiosos animales domésticos? Cabe recordar que ellos no pueden leer las etiquetas, y aunque lo hicieran éstos no aportan ningún tipo de advertencia. Sí, confieso que Melissa es un ser lúcido, pero conserva intacta su ingenuidad más sincera, así pues se confía y, en fin, pasa lo que pasa… Aunque los peligros de nueva generación caseros (se generan cada día, en cada esquina) acechan por todas partes. Melissa ha abandonado el ratón que tan “mal trago” le hizo pasar y ha descubierto un nuevo juego. Consiste en arrastrar mi bota derecha, para ser exactos, situada debajo de la cama, sirviéndose de los cordones de la misma hasta dejarla situada justo en el centro de la habitación. Pero el juego, consiste realmente, creo yo, en esperar pacientemente a ver cómo yo tropiezo día tras día con mi propia bota mal aparcada. Me pregunto entonces, ¿quién regula esto de las botas emancipadas?