Extraña dolencia
Iván Goncharov y una familia aquejada por El mal del ímpetu
«¿Han leído ustedes, muy señores míos, o por lo menos han oído hablar de ese extraño mal que antaño padecieron los niños tanto en Alemania como en Francia y que no tiene nombre ni ha quedado registrado en los anales de la medicina? Se trataba de una dolencia que creaba en ellos la necesidad imperiosa de subir al monte Saint Michel (creo que en Normandía)». He aquí el mal que sufre la familia Zúrov, arrastrados por un extraño ímpetu hacia la actividad constante y frenética.
La colección «Paisajes Narrados» de la editorial Minúscula rescata, como en otras ocasiones, una obra brillante de un clásico, Iván Goncharov. Nos ofrece otra exquisita elección, a modo de apuesta editorial, donde manifiesta su gusto por la buena literatura y muy especialmente por aquellas obras olvidadas, o menos conocidas, y cuya lectura supera con éxito el paso del tiempo. Goncharov nos propone una nueva versión de la dicotomía entre apatía y actividad en una novela breve, con el humor y la ironía como herramientas principales en su relato.
Una enfermedad endémica parece amenazarnos desde estas páginas, vemos en la familia Zúrov sus primeros síntomas: «Nos sentimos felices por la presencia de la primavera: ha llegado el momento de comenzar nuestros paseos por los alrededores. Nos gusta disfrutar del aire puro y pasamos gran parte del verano en el campo». Algo inofensivo que, sin embargo, se convierte en obsesión enfermiza: «Los Zúrov son incapaces de permanecer en casa durante el verano: en eso consiste esa dolencia extraña y mortal». Una extraña enfermedad crónica que parecen contagiar a sus propios sirvientes: «La casa entera se pone en pie. Se visten a toda prisa y salen corriendo acompañados de dos fieles sirvientes, ¡ay!, también infectados».
La familia Zúrov «se consume en los paseos», algo los empuja de manera violenta hacia el campo: «Si a lo largo del verano permanecen en casa, sienten que algo les oprime, les agobia, les impide estar tranquilos; una fuerza irresistible les expulsa de la ciudad, un espíritu maligno se apodera de ellos». Es entonces cuando se entregan a una actividad frenética, sin sentido: «Se ponen a saltar, a correr, a nadar y una vez que han llegado nadando o corriendo o saltando hasta donde querían llegar, se echan a andar casi hasta morir, ¡hasta que se derrumban extenuados!» Se trata de una infección de raíces profundas, que va mermando poco a poco la salud y cordura de todos los miembros de esta familia: «Su juventud, su salud floreciente, sus brillantes esperanzas, todo se perderá, todo desaparecerá en el agotamiento, en medio de esfuerzos atroces y voluntarios».
Goncharov describe con humor el exceso y el absurdo. Cuando se advierte a esta peculiar familia acerca de la posibilidad del agotamiento, frío o incluso muerte, ellos responden: «¿Y qué importa? ¡A cambio habremos paseado! Llevamos cinco paraguas, siete capas impermeables, doce pares de chanclos». Nada parece detener esta obsesión enfermiza. Incluso la abuela pierde la visión en una de sus visitas al campo, pues como explica el sirviente «durante el paseo, tuvo a bien juntarse largo rato al rayo del sol y mirarlo fijamente, y cuando llegó a casa, tuvo a bien dejar de ver».
Frente a la actividad -como el reverso de la moneda- Goncharov describe la viva imagen de la apatía en la figura de Nikon Ustínovich, quien al contrario que los Zúrov decide permanecer en cama todo el día, limitando toda actividad al mero hecho de alimentarse: «Rara vez salía de casa y a fuerza de vivir en posición horizontal adquirió todos los atributos del haragán: una panza enorme colgaba majestuosa de él y, todo hay que decirlo, Nikon Ustínovich la hacía florecer de manera intencionada; en general su cuerpo entero se derrumbaba en dobleces, como el de un rinoceronte, formando una especie de atuendo natural».
Tal vez el desequilibrio que encontramos en los personajes de este relato nos obligue a plantearnos nuestra propia situación, quizá más cercana a la actividad frenética, o tal vez la apatía, pero con cierta seguridad, situada en el lugar erróneo: alejada del centro o término medio más saludable. Busquemos el equilibrio entre la inercia y las múltiples excusas que nos permiten huir de nosotros mismos, el ritmo adecuado, exacto