Reseña publicada hoy en el Diario La Nueva España

http://www.lne.es/cultura/2012/01/16/redencion-traves-mirada-escrita/1184712.html



El paraíso de los creyentes

Alberto García- Alix

Oficina de Arte y Ediciones, 2011




LA REDENCIÓN A TRAVÉS DE LA MIRADA ESCRITA





Imagen y palabra, y voz, rasgada, rota, lúcida en la experiencia de los años, el paso del tiempo y la mirada intacta, pese a todo. No sólo un libro, sino un universo, la intimidad de un mundo ahora expuesto hacia otras miradas pero de un modo puro, verdadero, en un diálogo perfecto de igualdad, empatía, de alcanzar al otro desde su mismo reflejo. Encontramos aquí al buscador nato, al observador, al narrador, al lector, al amante de la imagen pero sobre todo de la palabra, esa conjunción extraordinaria que tan sólo en escasas ocasiones se produce entre quien mira y quien lee. Leer en imágenes o en palabras, mismo camino, mismo punto de partida, origen, destino, también.

Alberto García-Alix crea una bellísima oración en tres formatos, video, fotografía y palabra (con el privilegio que se nos ofrece esta vez al escuchar su propia voz, su inconfudible voz narrando, describiendo, acompañando al lector en este viaje tan personal). Un universo completo el que nos ofrece, una manera honesta de caminar, vivir y por supuesto crear y compartir dicha creación con el otro, quien a su vez observa al observador. Una oración real, donde no se juzga, ni discrimina, ni aleja a nadie, donde el defecto es un valor, la deformidad un talento inexplorado y el coraje un trofeo que sólo la vida otorga a unos pocos.

Proyecto arriesgado, insisto, tanto editorial como personal, por la puesta en escena y la implicación que se siente de un modo certero a través de lo que vemos, escuchamos, implicación absoluta de quien cree en el poder de una mirada y también en el misterio que esconde toda narracción o palabra misma. Una sinceridad que nos atraviesa, una honestidad que no puede dejar indiferente si aún conservas tan sólo una sombra de tu alma. El encuentro o complicidad que se establece con el hombre, fotógrafo, narrador, vidente, o la belleza de palabra e imagen simplemente, y quien lee, mira, observa -sufre incluso con el dolor que presiente o alcanza a ver más allá de la imagen- es un diálogo ya infinito, eterno, una comunión muy especial, tal vez catártica, que se produce cuando un lector -de palabras o miradas- conoce esta realidad tan cruda, y bella, y pura, que alcanza vientre, corazón, mente y sobre todo alma. Difícil de romper el vínculo que se establece ya de por vida entre ambos. Alberto García- Alíx teje una especie de nudo invisible o cordón umbilical con quienes deciden formar parte de esta invitación única a formar parte de un extraño paraíso circense, una vida, también la nuestra.

“'Al principio fue el verbo', dice el evangelio según San Juan. Lo que viene a decir es que en la palabra se refugia nuestra fe. Con palabras todo es visible. Solo ellas acercan nuestros ojos al infinito”, la palabra nos empuja hacia ese horizonte que a veces ni el mismo camino, lágrimas o sonrisa nos permite ver con cierta nitidez o verdad. “Este es el escenario. Un purgatorio de palabras. En ellas vive la luz que robé a mis días. Ellas redimen lo que vieron mis ojos”, y en esta redención quien lee y observa estas fotografías encuentra también su salvación, comunión inmediata pero también perdón o al menos encuentro frente a frente con sus pecados.”Palabras encadenadas a una pulsión, dejarse ver. Lo más simétrico a lo que vemos es la palabra. Su aliento es la metafísica de mis ojos”, un puente se extiende desde la imagen hasta la palabra y en formato inverso, una concluye en la otra y la otra remata, define, la primera, los ojos por tanto se extienden más allá de la lengua y las manos y las manos suben hasta los ojos para mirar tocando el cielo. García-Alix se atreve a pronunciar, nombrar, lo que otros esconden o tal vez niegan o temen, hay una verdad implacable en él, vida y trabajo se unen en el hombre, de ahí la herida que pueda provocar su lucidez extrema y su honradez a la hora de describirla: “Amor... no hay palabra que goce de tanta impunidad... Hay quien dice que el amor es la compensación a la muerte”. Quién podría atreverse a negarlo, tal vez, tan sólo apartar la vista, el cobarde, el hipócrita, para quien se desaconsejan libros como éste, miradas como ésta, busquen en otro lado su propio universo aquellos que manchan la verdad cada día. “La imagen atrapa siempre ese secreto. La palabra lo desvela. La palabra es posesiva. Absorbente... La imagen, propietaria. Inapelable. La imagen congela el tiempo. La palabra lo desarrolla. La palabra sueña hechizos que la imagen ve”, la desnudez de este hombre se refleja en su propia palabra y también su búsqueda incesante, este lenguaje es un lenguaje no nombrado, único, limpio, en búsqueda constante de la palabra primera, la única no condicionada por el uso y el abuso del ser humano. El paraíso de los creyentes, se encuentra justo al lado, tan sólo es necesario saber mirar, ver, poseer esa valentía: “La literatura es el paraíso de los creyentes. Sin fe no se lee ni se fotografía. No tiene sentido. Solo las palabras leen el límite. Con ellas, más que con la imagen, se puede ver el alma”. Porque de eso trata este libro, estas palabras, estas imágenes, de mostrar el alma de las cosas y los seres e intentar capturar durante un segundo su esencia o el recuerdo de ella, de buscarse y encontrarse en ellas. “Imagen y palabra, nada más allá... Nada hay más creíble que la imagen. Pero nada que no haga visible la palabra. Lo que vemos, las palabras lo ordenan. Lo clasifican. Lo miden. Con palabras se ama. Se perdona. Se maldice. Con palabras afirmamos o negamos. Seducimos o rechazamos. Ellas amplifican o distorsionan el juicio de nuestros ojos”, único juicio posible moral o físico, el de nuestra mirada más limpia, tal vez más infantil.

“Imagen y palabra. Eso es todo”, en sincronía perfecta con la desnudez del lenguaje de una mujer herida en búsqueda constante por alcanzar la palabra exacta, aún inmaculada, blanca, tal y como concluye su último testimonio escrito, Marguerite Duras, C'est tout.


Ana Vega