SEXO, MENTIRAS Y OTRAS HIPOCRESÍAS

(… EN UNA CIUDAD DE PROVINCIAS)

II


Y de cómo publicar un libro se convirtió en algún momento de la historia en un negocio y no arte ni cultura....Quizá por pura ingenuidad algunos y algunas sigamos creyendo en eso del libro como un objeto fundamental, como hecho histórico casi, como herramienta de aprendizaje, crecimiento personal, descubrimiento, reflexión, magia, milagro, en definitiva. Y de repente, nos encontramos en un mundo-mercado en el que talento no importa, ni lo que un libro cuenta ni cómo, tan sólo las ganancias que éste engendra por un engranaje ya muy previsto de antemano por una tremenda maquinaria que más que imprenta parece tremenda falsificadora, así en general, más allá del dólar y la pura estampa. Y lo curioso es que nos seguimos sorprendiendo de que esto ocurra. Por un lado los autores pasan a dividirse en dos, quienes conciben esto de la escritura como investigación, proceso creativo y algo que forma parte de su vida misma y forma de entenderla y llevarla a cabo y aquellos que parece ser decidieron escribir más por el escenario, focos y luces varias de un circo que parece haber ido creciendo justo al ritmo exacto que éstos han marcado. Curioso. Y difícil, mucho, que los que aún seguimos admirando libros en librerías de viejo, pasemos a considerar esto como negocio y no como lo que realmente debe ser, insisto, milagro. Curiosas también algunas mutaciones. El autor se convierte en títere, títere que ha de estar agradecido eternamente porque alguien saque a la luz su obra, tan agradecido que ha pagar una y otra vez este agradecimiento de las más variopintas formas posibles, bien en caja directamente, bien con una especie de trasformación nómada que arrastrará su cuerpo de bar en bar, de presentación en presentación hasta que el editor considere pagado y bien pagado el agradecimiento que el autor no agradece, valga la redundancia, nunca de manera suficiente (en este caso, sobran las palabras como en el resto del negocio que paradojas del destino de palabras vive). Otros cambios imposibles, la función del editor ha mutado en una especie de ojo que todo lo ve y reclama pero cuya función ha perdido nitidez, aparece como difusa. Punto uno, el autor ahora se encarga de la distribución. Punto dos, el autor se encarga de la venta directa. Punto tres, el autor se encarga de organizar los diferentes actos de promoción y difusión. Punto tres, en ocasiones el autor incluso ha de pagar por todo lo anteriormente dicho más agradecimientos, claro. Punto cuatro, el autor se encarga de la corrección. Punto cinco, el autor se encarga del diseño. Punto seis, el autor se encarga de buscar prologuista y otros. Y así hasta el último punto. Autoedición encubierta previo pago. Por supuesto esto forma parte de la gran maquinaria industrial que decide por nosotros y nuestros derechos, quedando todo muy bien organizado puesto que de habernos encargado nosotros mismos de todos esos puntos y añadir un par más y autoeditar en condiciones nuestra obra y así sacar ya no rentabilidad económica sino cierta dignidad perdida ya con el primer libro, en ese caso, Hacienda habría visto en todo esto un afán lucrativo desmedido y ahí supongo es donde entra la editorial. Que todo quede en casa. De donde por cierto el autor sale poco, pues se pasa años y años trabajando, algo que parece ser nadie tiene en cuenta. En algún tiempo existieron diarios que publicaban relatos, llegando a pagar incluso sustanciosas cantidades de dinero por ello a sus autores. Cosas más raras se han visto.