BRONQUIAL
Díganles que
he muerto. Cuando pregunten e insistan en saber,
díganles que
he muerto. Cuando se empeñen en buscarme,
en indagar, en llamarme, en alzar mi nombre sin
suerte alguna,
díganles que
he muerto.
Mi tío dice
que el cáncer de próstata le impide ya ir al baño
con cierta
normalidad. Explica cómo debe él mismo introducir
los dedos y
sacar y sacar, y sacar cada día. No me resulta ajeno
ni difícil
de entender. Hace mucho tiempo que no puedo ser alguien normal
por el
corte, la marca del bisturí. Pero nadie quiere hablar de estas cosas.
Todo el
mundo quiere avanzar hacia delante en huida.
Creen que
ellos se librarán de toda esta atrocidad cotidiana.
Bendita
ingenuidad.
Hace meses
que necesito ir con el pañuelo en la mano,
a veces, no
llego a tiempo, la expectoración negra y la sangre
—también
en vómito—
invaden mi
boca demasiado rápido,
no alcanzo a
llegar a tiempo, no alcanzo, no puedo, no
alcanzo…
La
enfermedad refleja no obstante muy bien la vida que llevamos,
la que no
vivimos, la que padecemos antes de la muerte,
de ahí que
lo que sale de mi respiración
que se ahoga
en cada latido
sea algo tan
oscuro, a veces negro del todo.
Cómo sacar
de otro modo esta negrura…
La garganta.
Los bronquios. La mancha en el pulmón. Datos absurdos.
La tuberculosis
que te ronda de un modo romántico desde la niñez
pues quizá
es lo que toca al escribir, tal vez con esta palidez…
Eso es algo
que antes se transmitía a través de las cartas, dice mi padre.
Y todo
comienza a convertirse en un guion establecido en el que el mi vida
parece un
cuaderno de faltas.
Más bien
torpeza de la vida en su desarrollo y el de este cuerpo.
Arrancar un
fragmento de esa garganta opinan los médicos
y
curiosamente ésta se convierte en vínculo:
mis mejores
amigos padecen esta incompatibilidad de tragar ante la vida
y por eso
apenas tenemos ya voz
y otros ya
han sido enterrados a través de su pulmón o faringe.
Curioso,
esto que llaman algunos somatizar.
También de
esto se muere, pero siempre son otros y otras,
sigue sin
alcanzaros…
Si preguntan,
si siguen insistiendo pese a sentir la dificultad
de esta
respiración y de esta vida,
díganles que
he muerto,
que al fin
respiro de un modo absoluto
con la
tranquilidad y firmeza del suelo.
Llenos ahora
mis pulmones ya del todo
de este
color de tierra que escupo
y en el que
ahora me fundo.
Díganles que
me dejen respirar
tranquila,
si es posible.
Ana Vega, de libro inédito, Salvajes