Siempre he pensando que
la comunidad afectiva es básica para nuestro desarrollo, protección y
seguridad, digamos muletas a la hora de enfrentarnos a la vida. Cada vez tengo
menos confianza en que dicha comunidad sea posible si realmente somos sinceros
y sinceras con nosotros y nosotras mismas. Tras un año bastante duro y tantas
visitas al hospital últimamente que ya no recuerdo, exactamente ocho horas ayer
en el HUCA, eso de la mascarilla propicia una mayor precisión de mirada, como
toda enfermedad, como todo problema, que nos acerca más y más a nosotros y
nosotras mismas, más profundo, más dentro... Esto siempre implica un cambio
personal y de entorno. Recuerdo la frase de Vanessa Paradis en la "Chica
del puente": "hay personas que son como imanes para aliviar a los
demás". Hasta ahora no me he sentido orgullosa cuando me han comentado
algo así sobre mi funcionamiento o modo de estar en el mundo, ahora comienza a
molestarme. Hay cierto egoísmo en eso de sentir al otro como alivio, se da por
hecho que podemos ensuciarnos en el otro para después limpiarnos sobre. En mi
caso rechazo toda vocación de imán de cualquier tipo y más de éste en
particular. Pelearé desde lo individual por lo colectivo, desde mi entorno y
realidad por algo más justo, equilibrado, pero más allá de eso que cada palo
aguante su vela. Hay gente que tiene exceso de golpes y otra gente una falta
grave de éstos, doblando cantidad incluso. No creo que exista familia u amistad
o amor que pueda sobrevivir a ciertas cosas o historias, de un modo real, sí el
caso excepcional, aislado. Todo ocurre realmente porque se permite, y si se
permite es que no importa realmente. El holocausto fue creado por el ser
humano, se permitió, miles y miles de seres permitieron y disfrutaron con la
barbarie. Seguimos viviendo un holocausto diario en pequeñas y grandes dosis,
dependiendo del país en el que hemos tenido la suerte de nacer. Pero aún así la
barbarie se reproduce cada día, ¿ven mucha preocupación real por ello? ¿ven
mucha acción real hacia ello? Si ni tan siquiera estamos capacitados para no ya
evitar -pues es imposible- pero sí aliviar, coger la mano, del ser que sufre al
lado, cómo vamos a hablar de otras políticas de bienestar alguno... No vemos o
no queremos ver lo que tenemos enfrente. Nada como la enfermedad para situarte
en el lugar más duro pero más preciso y afilar tu criterio hasta tal punto que
la comunicación con el resto de la humanidad se vuelve imposible. Por eso tras
ciertos traumas se pierde la voz, el infierno queda encerrado dentro. Que no me
vengan con chorradas, permitimos, no nos importa en absoluto lo que ocurra más
allá de nuestra cuenta corriente. Socialmente sí mostramos nuestra preocupación
con campañas, eventos, fiestas, siempre símbolos alegres frente a ese silencio
que provoca el trauma, como si al amplificar el sonido de la fiesta no
lográsemos encadenar aún más a quien sufre.
Felices los normales, esos seres extraños.
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante,
Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,
Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,
Los satisfechos, los gordos, los lindos,
Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,
Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,
Los flautistas acompañados por ratones,
Los vendedores y sus compradores,
Los caballeros ligeramente sobrehumanos,
Los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,
Los delicados, los sensatos, los finos,
Los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.
Felices las aves, el estiércol, las piedras.
Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,
Las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan
Y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos
Que sus padres y más delincuentes que sus hijos
Y más devorados por amores calcinantes.
Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.
Roberto Fernández Retamar
Felices aquellos y aquellas que se creen libres de la muerte y la enfermedad pues tarde o temprano serán alcanzados por ella. Que no nos comprendan entonces pues será tarde.