ENEMIGOS





Descubro en una recopilación de cuentos de Cristina Peri Rossi una pequeña joya: “Una lección moral”. El protagonista de este cuento nos relata su aprendizaje vital en cuanto a enemigos se refiere: “Un gran paso adelante en mi formación moral (autodidacta: mis padres no eran ateos, por lo cual no me enviaron a ninguna iglesia y la miopía me exoneró del Ejército), consistió en comprender que no debía perdonar a mis enemigos, aunque no hubieran conseguido destruirme todavía. Aún más: reconocer que tenía enemigos fue una bella lección moral. Yo actuaba como si no los tuviera, y si bien eso en parte, los desanimaba, se debía, fundamentalmente, a mi profunda convicción de que no existía razón alguna para tenerlos”. En primer lugar, el mismo protagonista reconoce más tarde la falta imperdonable de respeto que supone perdonar a un enemigo, éste sentirá entonces que no ha realizado bien su trabajo. Reconocer que tienes enemigos es un gran paso, puesto que todo lo que no ves, simplemente no existe. Esto supone una conducta del todo irrespetuosa hacia el enemigo, cuando él no deja de dar saltitos para llamar tu atención. Actuar como si no tuvieras enemigos es sin duda alguna pedir a gritos la aparición de los mismos, de sentir alguna puñalada en la espalda para corroborar su existencia. Lo de que no existe razón alguna para tenerlos es otra manera, quizá la más cruel, en cuanto a ingenua (la bondad y la razón les ponen los pelos de punta), de poner de manifiesto la escasa coherencia del enemigo en sí, que actúa por impulsos ancestrales absolutamente ajenos a tus movimientos y del todo inconexos. Añadiría que incluso enfadarse es un error tremendo puesto que el enemigo se queda con la partida a medias, y en un estado de “coitus interruptus” diría yo, pues sabe que ha dañado pero no lo suficiente; el enfado es una especie de palmadita en la espalda, como una pequeña felicitación que el enemigo no estima importante, y que además, no lo olvidemos, consigue “cortarle el rollo” durante algún tiempo (qué maldad, por nuestra parte). A gran enemistad gran sonrisa, eso si es un golpe bajo. El protagonista de este cuento elabora una declaración de principios nada desdeñable que deja patente nuestro desconocimiento absoluto acerca del enemigo y sus circunstancias, tácticas, acoso y derribo y posibles efectos secundarios: “Que mi falta de presunción podía ser interpretada como la más altiva soberbia. Era compasivo con los tontos, y en lugar de incitarlos a que dejaran de serlo, procuraba ocultar mi inteligencia, lo cual, sin duda, me ganaba su desprecio. No adulaba a nadie, y eso provocaba el rencor de quienes querían sentirse halagados; me resistía a competir por el beneficio, la fama o el poder, y con ello, privaba de oportunidades de vencerme a los demás”. Conclusión: Los enemigos ven cosas, escuchan voces, que nosotros ni tan siquiera intuimos. Son seres especiales. Si tienes un enemigo, cuídalo, no le des la espalda. Él nunca lo haría.


Ana Vega