LITTLE BECKY
Esta Escuela es de reciente creación, independiente y de humilde presupuesto. Abriremos nuestras puertas a partir del 1 de febrero del 2010. Juntos/as haremos que este proyecto mejore y crezca día a día, con vuestra participación y teniendo siempre en cuenta vuestras necesidades.
¡¡OS DAMOS LA BIENVENIDA!!
Pues sí, me he animado a montarme mi propia empresa: LITTLE BECKY, Escuela de Escritura Alternativa (porque otras formas de crear, fuera de lo convencional, existen)._Por ahora sólo estoy yo de profe y sin alumnos (jejeje) pero espero que sea por poco tiempo!! Así que ruego, porfaplís, máxima difusión de mi proyecto y vuestros mejores deseos para esta iniciativa. Estoy loca de ilusión y ganas para sacar esto adelante no me faltan (más bien me sobran). Además, ya me ha confirmado mi jefe que el proyecto medioambiental donde estoy currando se termina, sin renovación, en junio y que me quedaré en el absoluto paro. Así que...necesito que LITTLE BECKY triunfe y me dé todas esas satisfacciones que alimentan mi coco desde que comencé a masticar la idea._Como véis, ofrezco una alternativa real a las escuelas de escritura tradicionales. El desarrollo de los talleres serán más prácticos que teóricos e interactuando con otras vertientes artísticas (música, pintura, fotografía, ilustración, cine,...). Incluso ofreceré merienda gratis a mis alumnos/as para que se sientan como en su propia casa mientras crean sus estupendos textos (porque tendrán una estupenda profe jejeje)._
Resumo el proyecto:_Talleres alternativos:_-Poesía Alternativa.-Land Art Literario.-Mujer y Poesía.-Poesía Erótica.-Publicación y Difusión alternativa (módulo incluido, sin coste adicional, en todos los talleres)._Talleres tradicionales:_-Escritura Creativa.-Poesía.-Literatura Infantil-Juvenil._
PRECIOS TAMBIÉN MUY ALTERNATIVOS2 HORAS POR LA TARDE A LA SEMANA
Suelo
A oscuras,
jugamos
a perseguirnos.
Utilizas
la fuerza
exacta
para atraparme,
me rodeas
con un brazo
mientras con el otro
desciendes
lentamente
bajo mi ombligo.
Desabrochas, desanudas,
rompes y rasgas,
los restos caen al suelo,
y el peso se va
diluyendo.
Siento tu espalda
sobre mí,
las manos
en mi pecho
que oscila
con el ritmo
de mi respiración
entrecortada.
Entonces comienzo
a moverme,
las manos hacia atrás,
sobre ti,
palpando, buscando,
merodeando.
Tú sigues con tus vaqueros
y tus botas, y tu armadura,
yo ya sólo cuerpo,
piel que gime.
Ambas manos
ahora
sobre mi vientre
bajando
despacio
al centro.
En un solo gesto
separas
dulcemente
mis piernas
y hundes tus dedos
en mí.
Mis manos
en tu pelo,
la boca abierta
sin saliva,
como buscando algo,
mordiendo los labios
y apretando fuerte.
La cabeza ha de girarse
por puro instinto
y arrancarte a ti
todo el peso
que me impide
alcanzarte,
y una vez desnudo,
frágil pero firme y extraordinario,
arrojarme al suelo
y quedarme allí tendida,
abriendo mis piernas
hacia ti,
buscando con las manos
el lugar
que nos une.
Y cierro ahora
mi boca
con la tuya.
Acompañando a los autores estará su editor, Marcus Versus, y los poetas Leo del Mar, David González y Vicente Muñoz Álvarez
SINJANIA TALLERES DE ESCRITURA
CURSOS ON LINE
DE
GUIÓN DE CINE
DURACIÓN: 6 MESES
PRECIO: 60 EUROS AL MES
COMIENZO DE UN GRUPO NUEVO CADA MES
NO SE REQUIERE EXPERIENCIA PREVIA
MÁS INFORMACIÓN: WWW.SINJANIA.ES
Translation by Peter Imoro
He was still stunned by the blow. He turned his head and saw that his brother wasn’t moving. He called his mother. She did not respond. Mom, mom… He groaned because his whole body hurt. He tried to unbuckle his belt. Once he was free, he approached the seat in the front row. Mom… but that wasn’t his mother; he could hardly make out her face in between the hodgepodge of metal. He searched for her hand and brought it to his face. It was cold, frozen. He looked at his brother again. He was lying on the small chair motionless as if he was asleep. His shirt was stained with blood. The girl moved backwards, pushed the door again and again. She couldn’t; she did not have the strength. She pushed with her legs and her head. She fell on the asphalt and, suddenly, she felt like an adult. The highway was empty. The car no longer looked blue. Her preferred color had always been blue. She began to walk. She limped and felt a sharp pain in the head. The weather was very hot. She continued walking for a while. Suddenly, she stopped. Something was moving on the edge of the highway. He went towards there. It looked like a rat. Each time his head hurt even more. The sun prevented him from seeing what it was that was moving. A rat, he thought. He went closer. Suddenly, he remembered that animal they had found in the garden the previous week. His father had said that that wasn’t a rat but a mole. That word sounded weird to him, more like a made up word. But now he knew that that was real; that thing which was twisting around on the curb was a mole.
Buenos días, desde el universo nikosiano queríamos hacerles dos invitaciones
para el próximo fin de semana:
I- El colectivo de la Asociación Socio Cultural Radio Nikosia ha sido elegido para representar al Centro Cívico Convent de Sant Agustí en la jornada abierta “Tornem a saltar les Muralles” que se realizará en conmemoración del Any Cerdà en Barcelona. La propuesta de Nikosia ha estado vinculada a la necesidad de saltar las murallas de los prejuicios/estigmas que existen alrededor de las problemáticas mentales. Para nosotros, al mismo tiempo, esta jornada será una manera de participar de las celebraciones por el día mundial de la salud mental. Será el día domingo 18 de octubre de 11hs a 14hs y se llevará a cabo en el marco de un gran encuentro de todos los centros cívicos de la ciudad con actividades abiertas y gratuitas. Nikosia participará con una propuesta de taller abierto de artes plásticas y una serie de actos de intervención urbana a los cuales estarán todos invitados a participar. La propuesta nikosiana se centrará en la necesidad de deconstruir la muralla del estigma de lo que llaman locura. Las murallas de los psiquiátricos, hasta cierto punto, han caído; ahora queda trabajar por la deconstrucción de los muros simbólicos, los que se elevan a partir de una imagen distorsionada de la experiencia del sufrimiento mental. La idea no es enfrentarse a la ciudad como si la ciudad fuese responsable de ese estigma, sino hacerla nuestra aliada, trabajar desde la búsqueda de una complicidad aplicada que nos permita un acercamiento a la gente para desarmar colectivamente el estigma.
El estigma se materializa como una marginación que deriva en dolor real para quienes han sido diagnosticados y nuestra idea es trabajar en la comunidad con la cultura y la comunicación como una manera de trabajar en esa dimensión de la salud. Se realizarán varias acciones sorpresa simultáneas y una pintura sobre una tela/mural de grandes dimensiones. Participaran los nikosianos junto toda la ciudadanía. Estan invitados. Además habrá música, danza, teatro, y ese enorme etc...Lugar: Intersección de Rambla Catalunya y CórsegaDomingo 18 a las 11hs de la mañana. Cualquier duda o consulta contactar al info@radionikosia.org o en el Centre Civic Convent de Sant Agusti.-------------------------------------------
II- Otra invitación: Nikosia participará del Festival Ribermusica en el barrio del Born. Habrá poesía nikosiana en la herboristería de la calle Flassaders 14 a las 20:15. Habrá música en vivo. Los esperamos. Equipo NikosianoAsociación Socio Cultural Radio Nikosia www.radionikosia.org
Con la colaboración de:
Hell
Tanslation by Peter Imoro
There were two men talking by the door. They hardly noticed her. They were eating fries, drinking beer and laughing out loudly. When the doors opened, Sophia entered slowly trying to avoid being noticed. It was nine o’clock. The supermarket was empty; it was only her and the two men. She picked up a cart, although she knew that it was too big for her, but she hated those little baskets. She stopped at each one of the shelves: those for donuts, drinks, canned foods…. She went to the meat section and examined each piece of meat, sausage, everything. In the fish section, she did not notice anything. Without ever knowing why, she always felt nauseous when she saw a dead fish. An hour later, she decided to turn around and, slowly, very slowly, go to the freezers. She was still a distance away when she saw them, but she could make out their perfectly delineated pink, blue and green surroundings, their perfect symmetry and those three big stars. She parked the cart and, without realizing it, began to run. She had lost control again. One after the other, she began to pick up ice creams of varying flavors —strawberry, cream, chocolate, and chocolate with nuts, blueberry … — until her lap was full. The ice cream fell onto the floor one after the other, but she kept on and on. The forty euros she had in her pocket, the only money she had, would never suffice. Her life was reduced to forty euros in the pocket. He had taken away the kids while she was asleep. Since she began taking the pills, she had difficulty getting out of bed in the mornings; her sleep had become too heavy and dense. This would be the last time. She knew it; she would never see them again. She thought about Andrea, the small one, and all the ice cream she had succeeded in holding onto in her left hand fell down. She sat on the floor. The salesperson in charge came running and when she saw her there, on the floor, covered with some sought of thick and colored paste, she looked so pathetic to him that he decided not to pass by that place again until eleven o’clock. Sofia felt very cold. It is cold in hell, she thought. It’s all a lie, it’s all a lie, she murmured while she got up.
Quizá el diablo sea más sabio por su experiencia que por diablo y eso es algo que el paso del tiempo nos demuestra, a veces, con infinita crueldad. Por qué nos decepcionan aquellos en los que depositamos una confianza casi ciega, por qué, de repente, se transforman en otros a quienes no conocemos ni queremos conocer, por qué, finalmente, es tan fácil decepcionar al otro. Al igual que en el amor formamos parte de un círculo en constante movimiento, una ruleta rusa, en la que los papeles se intercambian una y otra vez, en ocasiones somos aquellos que hieren y en otras los heridos; algo similar ocurre con la decepción, no sólo sufrimos el papel de víctimas sino que también nos convertimos en monstruos, en quien decepciona, hiere al otro, con o sin intención alguna. Me pregunto si es posible llegar al final del camino sin haber decepcionado o defraudado a nadie, conocido o desconocido (en principio algo imposible puesto que el mismo cambio que soporta toda vida provoca una serie de mutaciones que afectarán a nuestro carácter, comportamiento, modos de ser y actitud y esto influirá en la visión positiva o negativa que los demás tienen de nosotros).
La decepción duele y duele la más reciente como la primera, y ese dolor permanece invariable siempre; difícil acostumbrarse a vivir en carne propia lo que ni tan siquiera atisbamos en el horizonte ajeno. No es necesario haber depositado una confianza excesiva en el otro, tan sólo la más lógica, la humana: esperamos de quien tenemos al lado casi de todo menos el daño gratuito. Ingenuidad quizá, puesto que es absurdo conceder a un solo ser –o varios- la confianza que no tenemos en el mundo en general, en la vida, la suerte, la justicia…
Y la decepción se produce una y otra vez. Nuestra mirada atónita ante el hecho concreto que nos hace ver ya lo evidente nos vuelve a morder con la misma fiereza que cuando éramos niños, aquellas cosas que nos costó –y cuesta- tanto entender: la maldad, la envidia, la mediocridad y sus ataques… Volvemos a sentirnos igual de ingenuos, desamparados y con cierta culpabilidad sobre nuestra espalda por habernos permitido una ceguera que ahora nos pasa factura. Nos encontramos de nuevo con el concepto de la ceguera, pero de otro modo, otro sentido: la que aún protege algunas almas. Curiosa relación y efectos: por un lado la ceguera elegida, aquella que triunfa y que alcanza el poder negándose a ver los cadáveres que el interesado pisa hasta la cumbre, y la ceguera contraria, la que consigue que el hombre vuelva a confiar, la bendita ingenuidad que conservamos aún sin desear dicha capacidad que finalmente nos daña, aquella que nos permite seguir soñando, puesto que con los ojos cerrados es más difícil ver el llanto. Insisto, curiosa relación entre la ceguera voluntaria y elegida de aquellos que se elevan sobre huesos y cadáveres hasta el lugar más alto, frente a la de los que aún podemos llegar a ver al otro más allá de la piel, su alma. Dos bandos: los que decepcionan pero su ceguera se niega a ver el daño que les conduce al triunfo y los que sufren su ceguera en forma de decepción constante por haber confiado en quien les pidió que arqueasen su espalda para así poder colocar sus botas más cómodamente sobre ella y elevarse más rápido, de un modo eficaz.
Escrito en el viento
4 de octubre, 2009.
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El texto de abajo es mi último artículo para el periódico. Estaba previsto para hoy. Era mi despedida (a la fuerza: dejan de pagar las colaboraciones; al menos, las mías). Ni siquiera han querido publicarlo. Pero, ante este tipo de manipulaciones, nos queda el poder de internet. En la red no pueden tapar todas las bocas. La mía, al menos, no.
DESPEDIDA A MEDIAS.
Detesto las despedidas. Dejan un poso de amargura, un sabor agridulce, que no conviene a nuestros paladares. De hecho, no deberíamos despedirnos nunca. De nadie. Ni siquiera de nuestros muertos: los míos, los que dejé atrás, los que se fueron, aún me visitan en mis sueños. De este periódico, donde tantos nos hemos forjado escribiendo, y que a tantos nos ha acogido, guardo en la memoria los adioses escritos de quienes dejaron su puesto, por unas u otras causas. Quizá el más emotivo, o el que yo recuerdo con más afecto, fuese el de mi antiguo director, Francisco García, en su diana titulada “Hasta siempre”. En aquel texto minimalista, como todos los suyos, escribía: “Llegó la hora del cambio de destino, que nunca se augura pero siempre llega, de la llamada a nuevas metas y horizontes; la hora del adiós que es hasta pronto o hasta siempre”. Es conveniente que no olvidemos esas palabras: “Nunca se augura pero siempre llega”. Paco apostó por mí hace ya casi diez años. Primero, como columnista semanal. Luego, diario. Creo que a él se lo debo todo; para mí supuso aliento, soporte y auxilio en los momentos bajos. Desde entonces hasta ahora, en que el camino se termina, he escrito para este periódico algo más de 3.100 artículos. Esa cifra es mi medalla, y por supuesto también lo es el apoyo de los familiares, los amigos, los compañeros de oficio y los lectores, tanto los compinches como los enemigos. La gente que me aguantó y la que no. Incluso las personas más cercanas a mi círculo me dieron alguna vez un tirón de orejas, seguramente merecido porque soy humano.
Estamos en tiempos de crisis. En tiempos oscuros. De recortes, despidos y cambios de rumbo. Hay nubarrones sobre nosotros y aún queda por llegar lo peor, la tempestad. Una vez me dijo un colega, cuando estudiábamos juntos en la universidad: “Estamos abocados al fracaso”. No se me han olvidado esas palabras, pero hoy se hacen extensibles al país. España está abocada al fracaso. Decía un personaje de “The Dark Knight”: “La noche es más oscura justo antes del amanecer. Os lo prometo, no tardará en amanecer”. Veremos. Porque a mi alrededor sólo veo gente que cae a la lona. Lo importante es que siempre nos quedan fuerzas para incorporarnos. Dicen que, cuando una puerta se abre, otra se cierra. A Zamora le restan aún energías. Es una ciudad que ha soportado de todo. Lean con atención estas palabras: “No, Zamora no se ha perdido en una hora. Pero sí se ha perdido en años y más años de cercos, de olvidos de sus posibilidades, de murallas de silencio para sus necesidades, de portillos por donde se han traicionado sus bienes y haciendas más comunes y por donde ha ido exportándose la flor de sus habitantes”. No son recientes. Las escribió el poeta zamorano Justo Alejo en el 77. Y, hoy, el cuento es el mismo.
Dije al principio que detesto las despedidas, y de ahí el título de este último artículo diario. Seguiré apareciendo por aquí, si nada lo impide, cada domingo, junto a la tribu de colaboradores dominicales. Con el texto de hoy se cierra una etapa. Casi diez años en los que he visto (con pesar) cómo algunos columnistas se iban. Una etapa plena, sin embargo. De aprendizaje. De forja en la escritura, igual que si uno asistiese con puntualidad a un gimnasio para fortalecer sus músculos. Y coincide con la reedición de mi primer libro: una década después. Como si en estos años hubiera trazado un círculo que ahora se cierra y completa. Amigos, les espero a la vuelta de la esquina, dándole a la tecla, y me despido con una cita de J.D. Salinger: “No cuenten nada a nadie. Si lo hacen, empezarán a echar de menos a todo el mundo”.
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José Ángel Barrueco.
Eran las siete en punto. Un silencio espeso y turbio inundaba toda la habitación. Se escuchaban voces en la cocina, en el pasillo; toda la familia estaba allí. Pero nadie se atrevía a entrar y ver la cara del moribundo. Adela preparó café para todos, el médico había dicho que sería cuestión de dos o tres horas más.
Alguien avisó a la hija mayor. “Parece que intenta decir algo, pero yo no logro entender nada”, le susurraron junto a la cafetera. Adela llamó a sus hermanas y entró en la habitación. Allí estaba, ya no quedaba apenas nada de aquel hombre, un cadáver atrapado entre cuatro paredes. Todo seguía igual, como a él le gustaba, la ropa en el suelo, la manta vieja y descolorida, el olor a humedad, la ventana medio rota y un frío intenso, como si ya no quedase nada vivo allí. Se acercó a la cama e intentó descifrar lo que su padre repetía una y otra vez:
-¿A qué hora es el funeral?- consiguió al fin entender Adela.
-¿Qué funeral?- intentó hacerse la sorprendida- ¿De qué hablas?
-Mi funeral. ¿A qué hora es el funeral?-repitió con mucho esfuerzo.
-Tú no te vas a morir, papá, qué tontería…Todo va a ir bien, sólo necesitas descansar- ni ella misma se creía lo que estaba diciendo.
-¿Hay suficiente dinero? ¿Hay dinero? ¿Tengo dinero?-ya sin fuerzas, inteligible.
-¿Pero dinero para qué? ¿Para qué necesitas dinero ahora?-no entendía nada.
-Para mi funeral. ¿Tengo suficiente dinero para el funeral?-y una lágrima diminuta e involuntaria casi, descendió de su ojo derecho.
Adela salió de la habitación, alzó la vista y miró a sus hermanas, una a una. Les preguntó dónde estaba la cartilla de ahorros del banco de su padre. Teresa señaló la habitación. Adela volvió a entrar, sin mirarlo, abrió el primer cajón y cogió la cartilla. Buscó atentamente. La cantidad exacta eran ciento cincuenta euros. Cerró la cartilla y escuchó una respiración extraña, brusca, lejana, todos le oyeron con claridad:
-¿A qué hora es el funeral? ¿A qué hora?-dijo cerrando los ojos.
Mi gata se llama Melissa y tiene once años. Pese a su “avanzada” edad salta, corre y se enreda en todos los puntos claves de la casa donde pudiera provocar algún tipo de conflicto entre un ovillo de lana y una silla, una mosca y una ventana, una bañera cuyo desagüe hay que investigar u otras situaciones susceptibles de una dedicación exclusiva al hecho en cuestión durante un mínimo de media hora y un máximo de dos. Además de los posibles juguetes que Melissa se va encontrando por la casa –cuyo origen en ocasiones desconocemos y que, en principio, no han sido destinados al uso felino- posee dos diminutos ratones de plástico y pelo blanco y fucsia respectivamente, de ojos negros y cola extremadamente delgada especialmente creados para el desgaste que supone vivir a merced de un felino (comprados por la incauta compañera de piso del animal). Ayer Melissa cogió, zarandeó, lanzó y jugó con el ratón más fashion de los dos, el fucsia chillón, a su antojo durante un buen rato. Inteligente y amante de sí misma, como es costumbre, ella misma se encargó de transportar su ratón de un lado a otro agarrándolo con la boca de la pequeña cola que éste luce (modo mucho más cómodo y accesible de pelearse con él que engancharlo por su diminuto cuerpo). No sé cómo ni en qué momento exacto se oyó un ruido que parecía indicar que con tanto correr, y tanto movimiento, Melissa amenazaba con regurgitar la ingesta última de sus rosquillas habituales (ratón y galletas procedentes ambos de la misma fábrica o marca registrada) Pero no, el diminuto ratón se le había quedado atascado en mitad de la boca. Como buen felino, ella misma se provocó el vómito que le salvó de una muerte tan poco heroica y más bien vulgar. Me pregunto entonces quién o quiénes regulan y comprueban si los juguetes para mascotas son aptos o no para éstos. ¿Se ocupa alguien de evitar la muerte accidental de los pequeños y curiosos animales domésticos? Cabe recordar que ellos no pueden leer las etiquetas, y aunque lo hicieran éstos no aportan ningún tipo de advertencia. Sí, confieso que Melissa es un ser lúcido, pero conserva intacta su ingenuidad más sincera, así pues se confía y, en fin, pasa lo que pasa… Aunque los peligros de nueva generación caseros (se generan cada día, en cada esquina) acechan por todas partes. Melissa ha abandonado el ratón que tan “mal trago” le hizo pasar y ha descubierto un nuevo juego. Consiste en arrastrar mi bota derecha, para ser exactos, situada debajo de la cama, sirviéndose de los cordones de la misma hasta dejarla situada justo en el centro de la habitación. Pero el juego, consiste realmente, creo yo, en esperar pacientemente a ver cómo yo tropiezo día tras día con mi propia bota mal aparcada. Me pregunto entonces, ¿quién regula esto de las botas emancipadas?
Ayer me encontré, en una de esas parcelas que el imperio chino ha creado y donde habita el reino de las mil y una cosas, una chapa con el siguiente lema: I love me. Mi conocimiento básico de este idioma no me permite elaborar una traducción fiable de dicho lema, pero mi cabeza, pensamiento y recuerdos recientes, me proporcionaron una no sé si muy acertada, pero sí espontánea, y del todo subjetiva, traducción: “me quiero”. El subconsciente siempre traduce de modo preciso nuestra realidad más inmediata. Y digo esto porque últimamente he asistido, y sido “víctima” también, de lo que podríamos llamar de algún modo como “fenómeno contagioso cuyas dimensiones alcanzan cotas inusitadas pues se expande cual virus” entre el género masculino. Sus raíces llegan al infinito. En estos últimos tiempos he visto a mi alrededor y sufrido en mis propias carnes cómo una frase amenaza nuestra salud mental de “hembras” (y que según parece pedimos a gritos); esa frase de consuelo que todo hombre parece sacarse de la misma manga donde el único as que esconde es un brazo como el mío –más grande o pequeño según el caso pero de mismo hueso- y que llena de alegría nuestras ojerosas miradas es: “tienes que quererte más”.
Tras un análisis minucioso del número de veces que dicha frase ha sido repetida por unos cuantos ejemplares de la costilla de la que dicen procedemos, en diferentes circunstancias, hacia diferentes mujeres con vidas muy distintas y estados de ánimo o proyectos vitales sin similitud alguna entre ellos, he llegado a percibir varios hechos que se producen y reproducen no en la mujer que parece necesitar consuelo siempre, y hombro ajeno, según parámetros masculinos, sino en el sujeto en cuestión que gira su cabeza del lado más paternalista que habita en él, te mira fijamente y con toda la seguridad del mundo que sólo la verdadera inseguridad esconde, te dice muy suavemente (casi siempre acompañado por un toqueteo incontrolado o caricia en el pelo; por eso una se alegra siempre de llevar gomina, medio kilo de espuma o cualquier otro repelente) y con cara que ellos creen a lo Clint Eastwood y más bien se les queda en Emilio Aragón en “Padre de familia”, cara desubicada pues: “tú lo que tienes que hacer es quererte”.
Hechos: el hombre en particular de forma instintiva levanta la cabeza, sonríe plácidamente, respira con profundidad y asiente con la cabeza ante la mujer a la que le acaba de arreglar la muñeca a la que ella misma decidió amputarle el brazo izquierdo. Hechos: la mujer en cuestión se desorienta, cree por un segundo que dicha afirmación puede alcanzar el grado de respuesta a sus preguntas, mira al hombre desconcertada y siente su inseguridad frente al dominio que éste se empeña en ejercer sobre el mundo y, por un momento, se produce la tragedia: la mujer duda de si misma. Hechos: el hombre gana la batalla, ha creado la inseguridad en el campo “enemigo” que él advierte más fuerte y sabe que sólo así puede quebrarse el muro hasta el punto de dejar la rendija justa por la que colarse ya con su personalidad real, dando rienda suelta a su egoísmo, egocentrismo y debilidad enmascarada en frases que los años avalan como perfectos para tambalear cimientos femeninos. Hechos: el hombre alcanza de nuevo la superioridad, dirige la manada, le gustaría volver a cazar mamuts (unos estudios recientes demuestran que lo que acabó con el mamut no fue el clima sino el hombre) Hechos: la mujer se siente triste, si algo conoce y ha ejercido durante años eso es el amor, a si misma, y a su entorno, la mujer que hoy día trabaja duro para vivir su vida valora su trabajo, su esfuerzo y los logros obtenidos. La mujer actual se siente segura frente al mundo entero pero sin armas ante la injusticia que se disfraza de mil modos, que se esconde tras cada puerta. La mujer no entiende que su compañero, al que desterraron del paraíso junto a ella aún no haya comprendido los mecanismos más rudimentarios de la vida. La mujer se siente pequeña cuando un hombre esconde su debilidad, inseguridad y falta de lugar en un mundo cuyas manos ya no ejercen poder alguno sobre la que antes consideraba simple títere o fuente de placer y para eso lleva a cabo juegos insólitos de doble vuelta de tuerca como el conocido juego de espejos en el que uno acusa al otro de sus propios defectos o empuña un consejo a modo de disparo. La mujer se siente pequeña no con el tono de la frase, sino porque eso le demuestra una vez más que el hombre aún sigue perdido. Aquél que se encuentra asustado o a quien le muerde el miedo ataca y luego pregunta.
Y SI ME QUIERES, ¿PARA QUE ME QUIERES EXACTAMENTE?
Esta pregunta un tanto contradictoria refleja con exactitud el posible engaño, confusión o malentendido que se esconde tras cada palabra pronunciada, cada frase (menos probabilidades de que esto ocurra en la palabra escrita, lo escrito dicho queda). Seamos realistas: las palabras se las lleva el viento, los hechos permanecen. La semana pasada un artículo de José Antonio Marina, ese grandísimo taxidermista de las emociones y sentimientos del ser humano, nos ofreció una visión valiente y precisa acerca de eso tan abstracto, curioso, y en tantas ocasiones ridículo y casi paranormal, que llamamos amor. José Antonio Marina nos cuenta que suele dar un consejo a sus alumnos y alumnas, a sabiendas de que no lo van a seguir: “Les digo que, a pesar de ser un anticlímax, cuando reciban una declaración amorosa del tipo: ‘Te quiero con toda mi alma’, lo sensato es preguntar: ‘¿Y para qué me quieres?’”. Detengámonos un segundo a reflexionar este asunto, aparentemente sencillo. Cuando alguien nos dice “te quiero” –no “te quiero mucho”, que no es lo mismo- y en primer lugar es probable, muy probable, que esta afirmación haya salido de su boca sin que su cabeza lo haya procesado siquiera, pueda darse el caso de que quien lo dice tenga razones que él sí sabe pero nosotros desconocemos, razones ocultas, a veces buenas, maravillosas (calabazas en forma de carroza, perdices en su punto y otros cuentos) o no tan buenas (ya tengo la “perdiz” en la cazuela, me la como y se acabó la historia) o curiosas, personales e intransferibles (quien lo dice piensa: ¿qué acabo de hacer y cómo salgo de aquí? ¿Tendré que pasar por el altar? ¿Habrá perdices en el banquete?). De todas formas lo diga quien lo diga y como lo diga, un escaso 15% de la población no ha sometido dicha afirmación a consenso alguno consigo mismo. Y entonces lo que empezó con una frase se convierte en muchas ocasiones en galimatías sentimental y lingüístico. Sin embargo, si a ese “te quiero”, que se magnifica cada cinco segundos aproximadamente en el mundo, le siguiera la pregunta del interlocutor -que intenta mover algún músculo o extremidad inferior tras dicha afirmación- en un tono relajado y cordial un ¿y para qué me quieres?,entonces, y sólo entonces, ahí, comenzaríamos a entendernos. Todos nos movemos mediante códigos desconocidos para los demás, la vida consiste en ir descifrando los códigos ajenos –y los propios también-, lo que implica la construcción de una torre de Babel sentimental diaria por cabeza. Cuando alguien te dice “te quiero”, o uno mismo hincha los pulmones y expulsa una afirmación tan peliaguda debería dejar claro que un “te quiero” mal entendido deja una mancha enorme, muy difícil de eliminar, y sin embargo un “te quiero” acompañado de un complemento directo o indirecto suele ser mucho más efectivo, menos dañino y más realista, para qué engañarnos. La mayor parte de las mujeres que mueren a manos de sus parejas han escuchado en boca de sus verdugos muchas afirmaciones de ese calibre: “te quiero más que a mi vida…” José Antonio Marina recalca la necesidad de reconocer los propios sentimientos, hay gente a la que queremos para una noche, otra para dos, otra para tres, otra para cuatro, y un día nos encontramos ante alguien con quien el número de noches esperamos sea indefinido. Mientras tanto, propongo, practiquemos el “te quiero acompañar al cine” y aparquemos las perdices que tanto daño han provocado a conciencias y subconscientes varios. Tengamos en cuenta lo que nos advierte José Antonio Marina: “Los sentimientos tienen las propiedades del cristal”. El amor es un todo, un engranaje imperfecto, pero un misterioso producto que consiguen elaborar dos personas (o más, cada uno añada lo que tenga a bien) con una cantidad ilimitada de ingredientes, la mayor parte desconocidos por ambos sujetos hasta ese momento. “El amor es un deseo que va acompañado de muchos sentimientos, con frecuencia contradictorios, y que pueden estabilizarse en profundas y constantes formas de apego”, nos dice el filósofo. Éste es sin duda un buen momento para darse la vuelta con cierto garbo y preguntar a su correspondiente cónyuge, amigo, vecino, gato, perro, o tal vez hurón, tan de moda en estos tiempos, eso de “¿y para qué me quieres?”. Espero no sea demasiado tarde para ninguno de ustedes.
PAPA VUELVE A CASA
Uno de los interinos del hospital encontró a la niña tendida en el suelo, en la calle, al lado de la puerta. Llevaba los pantalones manchados de sangre. No se movía. Cuando la vio, deseó que estuviese muerta, sabía que a veces es mejor no sobrevivir a ciertas cosas. Pese a todo comprobó el pulso. Estaba muerta. Fría, muy fría. La tapó con la chaqueta y la cogió en brazos. No quiso saber nada más, no necesitaba los datos de una autopsia para conocer los hechos. Se alejó del horror.
Tres días antes, María había ingresado en urgencias con múltiples magulladuras, un par de cortes en los brazos y lesiones, y desgarro brutal en vagina y recto. En la boca presentaba una especie de llagas difíciles de tratar. María tenía 5 años. Su madre dijo que una niña muy traviesa, que se había caído en la bañera. Explicó con detalle toda una cadena de insólitas circunstancias, y lo hizo con toda convicción, con la seguridad de quien habla de un animal que ya no sirve. Se movía inquieta, de un lado para otro y miraba de reojo al médico. La cama y el pequeño cuerpo que descansaba encima no existían para ella. Del padre nunca se supo nada. No apareció por el hospital. Las pruebas demostraban que aquella no era la primera vez que la niña sufría ese tipo de vejaciones. Sin embargo todo el mundo allí susurraba casi el dictamen, se murmuraba, como si nadie quisiera enfrentarse al dolor extremo, a la desesperación de una niña. Como si en el fondo todos los que pasaban por aquella habitación blanca se sintieran culpables de algo de una forma extraña. Había sangre que no le pertenecía en sus uñas. Las manos estaban agrietadas, avejentadas.
María apenas se movía en la cama, gemía de vez en cuando y daba pequeños golpecitos con la cabeza en la almohada. La enfermera decidió aumentar la dosis para aliviar su dolor sin consultar a nadie, le parecía que lo mínimo que allí se podía hacer después de todo el daño. El personal médico, todos, sintieron aquel día que el mundo entero era culpable de cada gemido de la niña, cada gota de sangre.
La enfermera jefe advirtió a su superior de que ésta no era la primera vez que la niña acudía al servicio de urgencias. La recordaba allí encogida en la silla, esperando una camilla, mientras su madre la zarandeaba. Todos sabían. Estaba claro.
La madre repitió las mismas excusas cuando le preguntaron por las otras veces.
María seguía inmóvil en la cama, con los ojos abiertos. No miraba a su alrededor, mantenía la mirada fija en la pared. No parecía una niña, tenía el gesto de una anciana cansada, de una superviviente cuyo recuerdo la ha dejado estancada en un lugar del que ya no puede ni sabe volver.
Cuando la madre bajó a la cafetería la asistente social intentó hablar con la niña. Nada, María se había quedado muda, tan sólo emitía una especie de sonidos como de animal herido. El logopeda dijo que todo era producto del pánico acumulado. El psicólogo tampoco consiguió nada. María se había quedado atrapada en el miedo.
Los médicos que la atendieron hablaron de nuevo con la madre. Intentaron localizar al padre. Ni rastro.
La asistente social fue a la comisaría. La policía dijo que eso era un asunto de servicios sociales, que si no había ningún tipo de denuncia ellos no podían hacer nada. Los servicios sociales investigarían el caso meses después, cuando encontraron un hueco entre tanto papeleo.
La enfermera jefe se sintió impotente, sintió que su trabajo no tenía sentido alguno.
María volvió con su madre a casa. La dejaron marcharse al día siguiente. Nadie lo impidió. Su carita ya no parecía decir nada, como si le hubieran robado toda la humanidad. Su mirada perdida reflejaba una ausencia total de inocencia, como si en sus ojos hubiera quedado escrito el momento exacto en que la niña fue consciente de la barbarie. María parecía tener muchos años, mucho peso, un dolor infinito a cuestas.
Al marcharse, su madre olvidó recoger su mochila. En ella las enfermeras encontraron un cuaderno lleno de dibujos. Apenas podía distinguirse figura alguna. Monstruos, curvas, líneas rotas… La mayor parte de las páginas habían sido arrancadas. En una de ellas una gota de sangre seca inundaba la mitad izquierda.
Cuando María llegó a casa con su madre, esa misma noche, papá volvió a casa. Llegó tranquilo, como siempre, nada más entrar preguntó por la niña. Descansando, dijo la madre. Él fue a la habitación y cerró la puerta. No dio portazo alguno, la cerró suavemente, como quien vuelve a la cama después de ir a por un vaso de agua. La madre siguió fregando los platos, uno tras otro, y cuando acabo, comenzó a fregarlos de nuevo. Se puso a pensar en lo que podría cocinar al día siguiente. Lasaña, pensó. Ése era el plato favorito de María. Intentó recordar cómo se preparaba la tarta aquélla que solía hacer cuando María era pequeña. Su cabeza estaba en blanco. Escuchó algo en la habitación. Cerró los ojos, los apretó.
La vecina de al lado le dijo a su marido que deberían llamar a la policía de una vez por todas, que aquello no podía seguir así. Los niños del quinto le preguntaron a su padre qué es lo que pasaba, quién gritaba así. Nada, no pasa nada, dijo el padre.
A las cinco de la mañana ya no se oía nada. En todo el edificio reinaba por fin el silencio. Una calma oscura parecía inundarlo todo.
El padre de Marta salió a la terraza a fumar un cigarro. Una buena noche, se dijo. Disfrutó esa sensación plácidamente. Luego fue a la nevera a por una cerveza. Encendió la televisión y se recostó en el sofá. Intentó encontrar la postura perfecta, no le apetecía acostarse aún. Siguió fumando.
La madre decidió acostarse. Ya no quedaba nada que limpiar en la cocina. La lasaña estaba lista, y la tarta. Se quitó el delantal. Se dirigió a su habitación. Pasó por delante de la puerta de María y vio los peluches en el suelo. Siguió caminando. Era tarde. Se puso el camisón y abrió las ventanas de par en par. Se tomó un par de pastillas y se durmió.
Tres días más tarde la enfermera jefe que había atendido tantas veces a la niña compró un peluche enorme y lo llevó al depósito de cadáveres. Debería haber hecho algo, pensó. Volvió a su trabajo. Era lunes.
ENCANTADORES DE SERPIENTES
Dícese de aquellos individuos que depositan sus huevos en tus entrañas, y con diversas técnicas y tácticas, de lo más variopintas e inusitadas, llevan a cabo una laboriosa tela de araña que deja a sus víctimas enredadas para siempre en una jaula invisible. Padecen diversas patologías, algunas ya descritas y conocidas como la del “perro del hortelano”, que ni come ni comer deja, y otras más satánicas y ancestrales como la de ejercer su dominio y poder sobre la presa elegida a través de una sutil pero muy estudiada “invasión psicológica” que mina a la víctima en cuestión lentamente, durante años. Aunque nos alejemos pues físicamente de su lado siempre nos hallaremos en territorio comanche…
Individuos que suelen ser en el fondo recipientes vacíos que han de llenar con sangre y energía ajena sus profundidades más cóncavas, pero con una vida social agitada (evidente, por la constante búsqueda de víctimas) y economía saludable (la falta de escrúpulos siempre te lleva lejos).
Sin embargo, su propia vida se convierte en un vaso siempre vacío, hueco y frío, que lo mires por donde lo mires nunca termina de llenarse; ellos, pues, no se sitúan ni en el optimismo ni en el pesimismo sino en el realismo más conveniente a sus expectativas.
Les reconocerán por su egolatría, que han de disimular tanto, y en tantas ocasiones, que siempre se les escapará alguna sorprendente revelación en una de esas conversaciones que carecen siempre de interlocutor alguno más allá de sus propios oídos.
Suelen padecer cierta tendencia a los regalos que se empeñan en colocarte como parte del ajuar que viene con los huevos depositados con anterioridad en tu espacio vital; también sienten cierta debilidad por la frase hecha, el piropo fácil y el halago invasor -y del todo incomprensible-, pues llegado cierto punto en el que la presa se mantiene firme pueden alcanzar un elevado grado de inconsciencia a la hora de llevar a cabo sus propósitos de caza indiscriminada. Utilizarán para ello todo tipo de herramientas.
Les reconocerán fácilmente cuando intenten sacarlos de sus vidas -amputar el miembro enfermo que consigue envenenar despacio todo el cuerpo- y éstos se tomen el asunto como agravio sin precedentes en el vampirismo psicológico y se agarren a usted cual parásitos intestinales.
Al igual que las garrapatas cuanto más tiren de ellas, más se hundirán éstas en la carne. Hemos de admitir ya desde un primer momento que todo encantador de serpientes, o “gañán”, en jerga popular y muy sabia, para simplificar, acaba marchándose de nuestras vidas con un pedazo de nuestra piel o entrañas bajo el brazo.
Nadie dijo nunca que esto sería fácil…
(in memoriam de los muertos que pretenden permanecer en nuestras vidas)
Hay una bella canción que casi todos conocemos y que nos emociona cuando de repente nos sorprende en medio de una conversación en una cafetería cualquiera o en el lugar más disparatado: Everybody Hurts, del grupo REM. Escucho ahora el estribillo en mi cabeza.
Isabel Coixet dio el título “A los que aman” a una de sus películas más silenciosas, delicadas. Para aquellos que aman en silencio, los que aman de verdad, los que creen amar y confunden juego con entrega…
Pero no acabo de hallar ninguna recopilación de tipologías o patologías cotidianas que reflejen fielmente los distintos personajes que llevan a cabo día tras día esto del “daño gratuito”, ni de los diferentes niveles o grados de este daño. Aquéllos que hieren gustan de darse por aludidos para todo lo que les conviene a sus vidas, egos y demás cosas de vital importancia como mantener su imagen de recipiente vacío siempre llena para que nadie sospeche, a punto de reventar en su propio líquido amniótico. Aquéllos que hieren se esconden ante la verdad y evitan toda cercanía con ésta, aunque para ello utilizan lenguajes, formas y modos tan peregrinos que cualquiera puede ver desde lejos su verdadera debilidad y cobardía, ésa que tanto esconden tras un porte tan cuidadosamente estudiado. Aquéllos que hieren desconocen la libertad y el respeto, desconocen la individualidad (y ven cómo éstas ponen en peligro sus artimañas sociales). Aquéllos que hieren se sienten vacíos porque lo están y para ello tapan sus infinitos huecos una y otra vez con sustancias, seres o daños ajenos. Aquéllos que hieren cubren su inseguridad con las heridas que provocan en los otros y atacan la seguridad que ven frente a ellos con la ferocidad que les falta para enfrentarse al espejo. Aquéllos que hieren suelen engatusar con palabras para crear confusión entre la multitud o para que la presa más próxima no pueda escuchar el ruido que precede al golpe. Sus hechos les delatan siempre, pues nada tienen que ver con las palabras pronunciadas.
El miedo consigue arrancar lo peor del hombre. El miedo de un hombre débil es siempre un peligro para todo aquel que le rodea. Quien hiere con saña lo hace porque existe una necesidad de exterminar al otro, para elevarse ante él, para salvarse “contra el otro”. No me asustan los fuertes, sí los débiles, aquéllos que tras sellar puertas y ventanas se cuelan por las rendijas.
Empuñar un arma no es algo demasiado complejo, disparar tampoco, sacar las balas, arrojar el arma lejos de ti y enfrentarte al enemigo cara a cara exige coraje no armamento.
Hitler consiguió alimentar su ego con los cuerpos de miles de judíos, Pinochet decidió “ejecutar” órdenes desde su silla de despacho mientras otros soportaban las torturas y aún así defendían su libertad, Videla arrancó niños de sus hogares y destruyó una generación entera para elevarse él frente al mundo. Todos ellos fueron un día hombres de ésos a los que les gusta herir, que carecen de empatía, los que un día fueron jóvenes que tuvieron la misma visión: con mi debilidad sólo queda el exterminio del otro, el seguro, el fuerte, el que pelea con la verdad pese a estar atado de pies y manos.
Miremos a nuestro alrededor y no aceptemos patologías cuyo uniforme vemos con el alma, a los que hieren debemos cortarles el paso desde el primer momento. La vida es cruel, ya nadie recuerda el exterminio armenio. Aquéllos que se enfrentaron con sus hijos a los que les encañonaban, violaban a sus mujeres y cometían todo tipo de atrocidades, nos juzgan como tantos otros desde viejas fotografías amarillentas perdidas por diversos hogares rotos. Aquéllos que hieren seguirán intentándolo siempre, buscarán algún pequeño orificio por el que colarse. Si ahora mismo se produjese un conflicto bélico, aquí y ahora, miremos a nuestro alrededor: distinguiremos con total claridad y espanto los ojos de las culebras que permanecen agazapadas a nuestro alrededor. El que golpea, hiere o mata es quien tiene miedo no la víctima.
y heinz acciona con ahínco su manubrio.
Por un uso público y cultural de la Fábrica de Gas de Oviedo y los chalets de la Fábrica de La Vega
Dos de los espacios más significativos y emblemáticos de nuestro pasado industrial, la Fábrica de Gas de Oviedo y los chalets de la Fábrica de La Vega, se hallan a día de hoy desprotegidos y amenazados por la especulación urbanística. Los abajo firmantes pedimos al presidente del Principado de Asturias y al alcalde de Oviedo un acuerdo que proteja ambos conjuntos arquitectónicos y los ponga al servicio de la ciudadanía, tal y como se ha hecho en otros muchos lugares de España y del resto del mundo con antiguos edificios industriales. Pedimos por lo tanto la rehabilitación de la Fábrica de Gas y su transformación en un centro cultural y artístico multidisciplinar, y locales para asociaciones, ONG´s, entidades juveniles y culturales, así como equipamientos para el barrio en el caso de los chalets de La Vega.
Universidad
Octavio Monserrat (decano de la Facultad de Geografía e Historia), Lluis Xabel Álvarez (profesor de filosofía de la Universidad de Oviedo), Benjamín Rivaya (profesor de derecho de la Universidad de Oviedo), Pilar García Cuetos (profesora de historia del arte de la Universidad de Oviedo), Aladino Fernández (profesor de geografía de la Universidad de Oviedo), Sergio Tomé (profesor de geografía de la Universidad de Oviedo), Ruben Vega (profesor de historia de la Universidad de Oviedo), Amparo Pedregal (profesora de historia de la Universidad de Oviedo), Rosa Cid (profesora de historia de la Universidad de Oviedo), Francisco Erice (profesor de historia de la Universidad de Oviedo), Jose Antonio Méndez Sanz (profesor de filosofía de la Universidad de Oviedo), Jorge Rodríguez Marqueze (profesor de filosofía de la Universidad de Oviedo), Francisco Javier Gil Martín (profesor de filosofía de la Universidad de Oviedo), Manuel Maurín (profesor de geografía de la Universidad de Oviedo), Ignacio Loy (profesor de psicología de la Universidad de Oviedo, Jorge Uria (profesor de historia contemporánea de la Universidad de Oviedo), Julia Barroso (catedrática de historia del arte de la Universidad de Oviedo)
Teatro
Boni Ortiz (crítico e investigador teatral), Roberto Corte (director, dramaturgo y crítico teatral), Rosa Garnacho (Producciones Quiquilimón), Sheila Montes, (actriz) Ana Laura Barros (Tras la Puerta Títeres), David Acera (actor), Paula Alonso (actriz y presidenta del colectivo cultural “Lata de Zinc”), Carlos Comendador (Compañía Pandemonium), La Gata Loca (actriz y cantante)
Música
Jorge Otero (Stormy Mondays), Xabel Vegas (músico), Dark laEme (músico), Igor Paskual (músico), Pablo Moro (músico), Garikoitz Gamarra (Ornamento y Delito), Roberto Berlanga (Ornamento y Delito), Rafa Caballero (Nómadas en Acción), Alfredo González (músico), Marcos Montoto (guitarrista), Carlos Martagón (ex Stukas, Koniek), Raul Viejo (músico)
Cine
Alberto Arce (documentalista) Iñaki Ibisate (documentalista)
Artes plásticas
Fernando Alba (artista), Bernardo Sanjurjo (artista), Carlos Suárez Fernández (artista), Ánxel Nava (artista y bardu errante), Carmen González (artista), David Asterisco (artista multidisciplinar), Chechu Álava (pintora), Verónica García Ardura (artista plástica y escenográfica), Matilde Huerta (profesora de la Escuela de Arte de Oviedo), Consuelo Vallina (artista)
Literatura
Sofía Castañón (poeta), Manolo D. Abad (escritor y crítico musical), Ana Vega (escritora), Rubén Darío Rodríguez (poeta), Juan Antonio de Blas (novelista y guionista de cómic), Pablo Texón (poeta)
Periodismo
Xuan Cándano (periodista, director de la revista ATLÁNTICA XXII), Beatriz R. Viado (periodista, directora del semanariu LES NOTICIES), Pepe Colubi (periodista y escritor), Pedro Menéndez (periodista), Javier Cuevas (periodista), Leticia Blas (periodista), Iván García (periodista)
Psicología y psiquiatría
Guillermo Rendueles (psiquiatra y escritor), Maria Jesús Fernández del Llano (psicóloga infantil), Ignaciu Llope (psiquiatra y escritor), Juan Pastor (profesor de psicología de la Universidad de Oviedo)
Asociacionismo cultural
Lola Lucio y Juan Benito Argüelles (fundadores de Tribuna Ciudadana)
Colectivos
Foro de Urbanismo Crítico de Oviedo, Asociación de Artistas Visuales de Asturias, Asturias Acoge, Ecologistas en Acción de Asturias, Asociación de Vecinos del Oviedo Antiguo, Cambalache, Xente Gai Astur, Asamblea de Ciudadanos por la Izquierda, Organización Local de Oviedo del Partido Comunista de Asturias, Los Verdes d´Asturies, Izquierda Unida de Oviedo, Ye Too Ponese, NOSEPARA, Colectivo Cultural “Lata de Zinc”, La Escandalera
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