VIOLENCIA




Insisto en un tema que se denuncia cada día a golpe de muertos y heridos: la violencia (violencia de género, de portero de discoteca, de conflictos armados y todo movimiento de individuo o grupo que infecta cada día una parte del mundo más cerca o más lejos de nuestra realidad circundante). Para aquellos que aún manifiestan cierta ceguera respecto al tema es necesario añadir una vez más algo evidente: toda violencia es inútil. Tal y como decía Gandhi “ojo por ojo y la humanidad se quedará ciega”. No hay arma, ni cuchillo, ni palabra hiriente, que consiga alcanzar sus objetivos. Y recordamos ahora a Unamuno: “Venceréis pero no convenceréis”.

La violencia surge no del sentimiento de superioridad de un individuo, grupo o pueblo, sino todo lo contrario, de su complejo de inferioridad, insatisfacción o necesidad. No obstante, no siempre resulta tan fácil elaborar un esquema preciso de las causas que conducen a la violencia si en este momento pensamos en pueblos hambrientos o humillados durante siglos; sin embargo vemos el absurdo que se esconde tras las limpiezas étnicas, las guerras de la diferencia, los asesinatos y atrocidades cometidos por la humanidad en nombre de la religión, la “raza”, del sinsentido en resumidas cuentas. El verdugo que asesina a la mujer que le hace sentirse amenazado en su virilidad, su estatus, intenta restablecer su poder con la sangre de la víctima. El mismo asesino que luego se autolesiona o se quita la vida porque, suponemos, eso ha de analizarlo un especialista en salud mental, comprueba la inutilidad de sus actos, de la sangre derramada. Una vez eliminada la amenaza se da cuenta que exactamente su poder radicaba en la existencia de la víctima o víctimas. Cuando el coronel no tiene ya quien le escriba deja de ser coronel… Sirva esto como ejemplo cercano y que nos hiere cada día en los medios de comunicación, sin olvidarnos de los que sufren conflictos olvidados o de actualidad, aquellos que sufren la violencia en todas sus formas, también los niños cuyos padres siguen creyendo en la brutalidad como forma de educar o quienes ven en los animales un modo de expresar su falta de integración en la sociedad y su insatisfacción personal. Siempre castigamos a los otros por nuestros propios pecados.

Dos grandes del cine como Kubrick y Michael Haneke indagaron sobre el origen y consecuencias de la violencia en dos de sus películas: “La naranja mecánica” y “Funny Games”. El grado tal de violencia en ambos casos es tan exacerbado, tan crudo, que resulta difícil mantener firme la mirada frente a los hechos que nos muestran. No sólo sufrimos la violencia ejercida como tal, los hechos puntuales, sino también la gratuidad de estos; ambos cineastas nos muestran el verdadero horror que se esconde tras todo acto violento: la indiferencia de quien lo ejecuta. Vemos con toda claridad cómo los personajes que golpean e hieren no sólo disfrutan, juegan, se entretienen con sus actos, sino que manifiestan una completa indiferencia ante sus víctimas, ante la sangre, el llanto o la desesperación. Y es justo aquí donde las imágenes de la pantalla nos resultan insoportables. Al fin, somos espectadores “directos” de lo que cada día vemos reflejado en los diversos medios de comunicación, pero ahora vemos más allá, vemos lo que éstos no se atreven a revelar: la crueldad real, el momento exacto en que quien acaba de violar, matar o torturar se sienta cómodamente a tomarse una cerveza, comer algo o dormir plácidamente. Hasta ahora seguimos protegidos por ese velo que separa al espectador del protagonista de la historia, sin darnos cuenta, y de forma bastante ingenua, que todos pertenecemos al mismo escenario y que los papeles cambian con un simple movimiento de rotación. Entonces nada ni nadie podrán protegernos.


Ana Vega

Taller de Poesía

Curso de Crítica Literaria

Curso: Curso de Crítica Literaria

Tipo de curso: Online

Fecha de inicio: 03/10/2011

Duración: 3 meses

Precio: 60€/mes

Descripción:
El curso de crítica literaria propone dotar al alumno de las herramientas precisas para abordar la reseña de textos literarios. Desde el acercamiento a la obra y su lectura crítica, pasando por la estructura que debe seguir una reseña y los elementos que debe abordar, hasta la elaboración final del comentario crítico.

El curso está dirigido a aquellos interesados en realizar crítica literaria en medios y revistas especializadas. A través del trabajo continuo y los ejercicios prácticos recomendados, el alumno sabrá al final del curso analizar de forma crítica los diferentes aspectos de un texto literario, para emitir un juicio congruente y razonado.

Programa:

  1. La crítica literaria y sus diferentes aspectos
  2. Cómo escribir una reseña
  3. Esquemas y claves.
  4. Reseñas y géneros literarios
  5. Objetividad, subjetividad y la orientación del lector
  6. El texto definitivo

Las prácticas de las distintas lecciones se basarán en la lectura de varios libros, con el fin de que el alumno realice reseñas basadas en textos reales.

Profesora: Ana Vega

En la sección Preguntas frecuentes está disponible la información sobre el funcionamiento de los cursos y talleres.


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CUATRO PUNTOS IMPORTANTES A RECORDAR SOBRE LOS DERECHOS DE AUTOR



1.- Es obligatorio que el contrato de edición se haya realizado por escrito. En este sentido, el artículo 60 de la Ley de P.I. establece con carácter imperativo la obligación de que conste por escrito y con un determinado contenido mínimo. La sanción en la que se puede incurrir si no se cumple este requisito obligatorio es la nulidad (artículo 61LPI).

2.- El editor esta obligado de conformidad con la legislación vigente en materia de Propiedad intelectual a informar anualmente de los resultados de las ventas de la obra, a través de las oportunas liquidaciones en las que se fijarán los libros que se han impreso (debe corresponderse con lo que conste en el Certificado de Impresión que se debe entregar al autor antes de que la obra salga a la venta), los que se han dedicado a promoción (suele ser un porcentaje que no pasa del 10% del total impreso), los dañados, los que están en distribución, almacén, tiendas, los que se han vendido, y en su caso los que se han devuelto. Por tanto, es obligación del editor informar como mínimo una vez al año de la evolución o marcha de la obra (artículo 64 LPI).

3.- Constituye otra obligación imperativa del editor el remunerar al autor por los derechos cedidos. Esta remuneración se pacta en el contrato y suele ser un porcentaje sobre el PVP de cada ejemplar. El porcentaje más habitual es el del 10%.

4.- Siempre el autor tiene derecho a que un numero le entreguen el editor unos ejemplares gratuitos de su obra para sus amistades o gente conocida (10, o 15 ejemplares depende de lo que se acuerde) y desde luego en todos los contratos se establece una cláusula por la cual el autor puede adquirir su obra a con una deducción sobre el precio de venta al publico.

INSTINTO



Más allá de toda lógica del corazón o el cerebro, de sus instrucciones más precisas, y en tantas ocasiones absurdas, existe un lugar intermedio, a media luz, donde se cobija el instinto. A veces el corazón engaña por pasión, por simple ceguera, por exceso de fe en lo invisible y el cerebro instaura su dictadura de emociones frías, de reglas, normas y códigos que han de seguirse al pie de la letra según todo tipo de condicionamientos sociales, afectivos, o aquellos establecidos por cobardía incluso. Justo entonces se impone el instinto en los que aún permanecen vivos bajo la piel de lobo que nos arrancaron al colocarnos las prendas que ahora lucimos con cierta inestabilidad física y sonrisa fingida. La voz que decide siempre con la sabiduría ancestral del primer hombre y la primera mujer ha de ser rescatada entonces de lo más profundo de nuestro abismo, pues ante cualquier golpe de mar o tormenta, ese faro será siempre el único que pueda guiarnos hasta tierra firme.

Ana Vega

INTERFERENCIAS



Descubro en boca de un hombre que ha practicado el canibalismo con la naturalidad con la que otros defienden el nudismo, la respuesta a todas mis preguntas: entre lo que uno piensa y lo que finalmente expresa existe un abismo.

La historia de este hombre inundó los medios de comunicación hace unos años; un hombre que mediante una página Web consigue alcanzar aquello con lo que ha soñado toda su vida: devorar a otro hombre. Él nos explica que no sólo se trata de comer carne humana –que, por cierto, según su experiencia se “parece bastante a la carne de cerdo pero más fuerte”- sino de establecer un vínculo especial con su víctima, una especie de comunión con lo que podríamos denominar su credo particular, el canibalismo. Mientras nos narra todo esto luce una estremecedora y brillante sonrisa, dientes blancos, casi perfectos. Cuenta cómo en Internet existen varias páginas dedicadas al canibalismo y cómo en ellas aparecen diversos anuncios de personas que muestran su deseo de comer carne humana, y otros de ser sacrificados (o martirizados, incluso). Es aquí donde conoce al candidato perfecto: un hombre joven y atlético que anhela ser sacrificado y devorado vivo. El hombre expresa en el anuncio su deseo de sentir dolor y que su verdugo grabe todo el proceso. Establecen contacto, fijan una fecha y llevan a cabo sus macabros deseos más íntimos. El “verdugo” (la víctima en este caso consiente) recoge a su “víctima” en la estación, lo conduce a su casa y allí prepara su vajilla más lujosa para la cena. Primero le corta el pene siguiendo las órdenes que el otro le indica, luego corta el miembro amputado en dos partes y las condimenta y prepara como es debido en el horno. Mientras, el otro se desangra y pide que le traiga su parte para degustarla. Se desangra lentamente. El anfitrión, por cortesía, le ofrece un baño de agua caliente (con lo que eso significa) para que se relaje. El proceso es largo. Finalmente el “verdugo” se coloca el delantal de carnicero y corta la carne, las piezas “más frescas” las cocina de forma inmediata y las otras las guarda en el congelador. Ambos sufren infancias no desdichadas pero sí con carencias afectivas y problemas familiares, por lo demás, los dos son seres queridos y respetados por sus vecinos y amigos. Una vez escuchado el espeluznante relato en toda su crudeza y la frase final con la que éste hombre, que ahora se encuentra en la cárcel, reconoce que le gustaría haber comido la carne de alguien a quien amase o con el que mantuviera algún vínculo sentimental, vemos claramente en este ejemplo terrible e inigualable nuestra incapacidad de elaborar un discurso acorde con nuestro pensamiento y sentimientos reales. Descubrimos, también, que a veces el lenguaje bien empleado, cuando se produce la perfecta concordancia entre lo que sentimos y luego expresamos, tiene una eficacia asombrosa, temeraria incluso. Nuestro “verdugo” expresó con claridad sus deseos y obtuvo así el objeto deseado, ya que el otro hizo lo mismo y lo expuso al mundo. Digamos que ésta es la honestidad verbal llevada al límite, pero vemos también cómo los resultados son del todo sorprendentes. Si cada día, en nuestra vida, empleásemos un cuarto de la valentía y sinceridad que estos dos hombres utilizaron para mostrarse ante ellos mismos y el resto del mundo (sin entrar en patología y evidentes trastornos de dicho individuos) y descubrir sus deseos más inconfesables, qué no conseguiríamos nosotros si nos olvidásemos de nuestra hipocresía y cinismo. Reconozcamos que en nuestra vida cotidiana nos vencen las interferencias sentimentales, de la vanidad, el ego, el miedo o la cobardía, y así, entre todos, conseguimos alzar una torre de Babel indescifrable incluso para el más perspicaz vecino, conocido, amante o amigo. He aquí dos hombres que todos calificamos como monstruos por los atroces actos cometidos, pero hemos de tener en cuenta que ellos decidieron en un momento dado elaborar un acuerdo cuyas reglas habían expresado, y determinado, desde el principio, y que por tanto, en este caso, no hubo interferencia alguna. Ambos expresaron sus deseos y éstos se cumplieron, sólo ellos saben si como bendición o maldición. Demuestran, sin embargo, que entre dos personas es posible establecer comunicación directa sin interferencia alguna.



Ana Vega

ENCANTADORES DE SERPIENTES





Dícese de aquellos individuos que depositan sus huevos en tus entrañas, y con diversas técnicas y tácticas, de lo más variopintas e inusitadas, llevan a cabo una laboriosa tela de araña que deja a sus víctimas enredadas para siempre en una jaula invisible. Padecen diversas patologías, algunas ya descritas y conocidas como la del “perro del hortelano”, que ni come ni comer deja, y otras más satánicas y ancestrales como la de ejercer su dominio y poder sobre la presa elegida a través de una sutil pero muy estudiada “invasión psicológica” que mina a la víctima en cuestión lentamente, durante años. Aunque nos alejemos pues físicamente de su lado siempre nos hallaremos en territorio comanche…

Individuos que suelen ser en el fondo recipientes vacíos que han de llenar con sangre y energía ajena sus profundidades más cóncavas, pero con una vida social agitada (evidente, por la constante búsqueda de víctimas) y economía saludable (la falta de escrúpulos siempre te lleva lejos).

Sin embargo, su propia vida se convierte en un vaso siempre vacío, hueco y frío, que lo mires por donde lo mires nunca termina de llenarse; ellos, pues, no se sitúan ni en el optimismo ni en el pesimismo sino en el realismo más conveniente a sus expectativas.

Les reconocerán por su egolatría, que han de disimular tanto, y en tantas ocasiones, que siempre se les escapará alguna sorprendente revelación en una de esas conversaciones que carecen siempre de interlocutor alguno más allá de sus propios oídos.

Suelen padecer cierta tendencia a los regalos que se empeñan en colocarte como parte del ajuar que viene con los huevos depositados con anterioridad en tu espacio vital; también sienten cierta debilidad por la frase hecha, el piropo fácil y el halago invasor -y del todo incomprensible-, pues llegado cierto punto en el que la presa se mantiene firme pueden alcanzar un elevado grado de inconsciencia a la hora de llevar a cabo sus propósitos de caza indiscriminada. Utilizarán para ello todo tipo de herramientas.

Les reconocerán fácilmente cuando intenten sacarlos de sus vidas -amputar el miembro enfermo que consigue envenenar despacio todo el cuerpo- y éstos se tomen el asunto como agravio sin precedentes en el vampirismo psicológico y se agarren a usted cual parásitos intestinales.

Al igual que las garrapatas cuanto más tiren de ellas, más se hundirán éstas en la carne. Hemos de admitir ya desde un primer momento que todo encantador de serpientes, o “gañán”, en jerga popular y muy sabia, para simplificar, acaba marchándose de nuestras vidas con un pedazo de nuestra piel o entrañas bajo el brazo.

Nadie dijo nunca que esto sería fácil…


Ana Vega

IMPUNIDAD




Ayer Eduardo Galeano reconocía en una entrevista lo que para muchos de nosotros es ya evidente: “se castiga la honestidad y se premia la mentira”. Es la tercera vez que escucho algo parecido esta semana, aplicado a diferentes aspectos, el económico, el laboral, el sentimental… El hombre quizá sea, por tanto, el único animal que nace pues con vocación de pérdida. Tal vez la humanidad se anule en cuanto el médico nos provoca el primer llanto a base de palmaditas. Pero, aunque así fuese, esto no explicaría el deterioro moral posterior de toda la especie. El ser humano es el único capaz de imaginar y llevar a cabo una barbaridad tan grande como la de aplaudir la mentira. Podría tratarse de un juego no demasiado difícil: tirar piedras contra tu propio tejado para luego recogerlas y, si es posible, tirar piedras en tejado ajeno para luego recoger más aún. Unas palabras de Marina Tsvietáieva me provocan cierto escalofrío: “Los libros me han dado más que las personas. El recuerdo de un ser humano palidece ante el recuerdo de un libro”.

Miren ustedes a su alrededor y analicen la trayectoria personal del triunfador que tengan más próximo y luego hagan lo mismo con aquel que ha peleado con todas sus fuerzas por hacerse un hueco en el mundo. Podrán calibrar entonces el alcance del caos en que ahora medimos nuestras prioridades y valores. Todos reconocemos al típico canalla listo que se las apaña siempre con mil artimañas para no pagar sus impuestos, también al que ha obtenido ingresos como goteo constante a lo largo de toda su vida por vampirizar algún anciano o víctima similar, los que aprovechan debilidades ajenas para crecer en ganancias de todo tipo, los que destruyen para construir sus palacios ( ver el caso Bush, la devastación provocada en Irak y su sonrisa eterna; ¿alguien se ha preguntado por ejemplo por qué a la hora de enfrentarse a una colonoscopia este sujeto tiene derecho a sedación mientras predica la tortura?), es decir: miles de ejemplares con los que enfrentarse cada día en la calle, los periódicos o el propio hogar.

Galeano nos da la clave de este triunfo inusitado de la mentira: la impunidad. Todos asistimos estupefactos a la mueca de burla que Berlusconi esconde entre sus blancos dientes mientras miles de ciudadanos vuelven a votarle en las urnas. La violencia de género se expande como un cáncer y en las víctimas siempre encontramos la misma súplica: justicia. Cuántos de nosotros decidimos levantarnos de la mesa ante un chiste xenófobo y cuántos hemos escuchado llorar a alguien en repetidas ocasiones, a horas intempestivas, intuyendo que algo ocurría en esa casa, y no hemos movido dedo alguno, como si al subir el volumen de nuestro televisor tapásemos nuestra vergüenza. Es tan culpable aquél que ordena y quien ejecuta dicha orden como el que calla. Todos ellos eligen finalmente en qué lado colocarse, al igual que quien decide bajar la vista cuando ve cómo un monstruo camina por encima de los huesos de alguien y frente a eso se queda callado. La impunidad alimenta al monstruo, a cualquier monstruo.


Ana Vega

ENEMIGOS





Descubro en una recopilación de cuentos de Cristina Peri Rossi una pequeña joya: “Una lección moral”. El protagonista de este cuento nos relata su aprendizaje vital en cuanto a enemigos se refiere: “Un gran paso adelante en mi formación moral (autodidacta: mis padres no eran ateos, por lo cual no me enviaron a ninguna iglesia y la miopía me exoneró del Ejército), consistió en comprender que no debía perdonar a mis enemigos, aunque no hubieran conseguido destruirme todavía. Aún más: reconocer que tenía enemigos fue una bella lección moral. Yo actuaba como si no los tuviera, y si bien eso en parte, los desanimaba, se debía, fundamentalmente, a mi profunda convicción de que no existía razón alguna para tenerlos”. En primer lugar, el mismo protagonista reconoce más tarde la falta imperdonable de respeto que supone perdonar a un enemigo, éste sentirá entonces que no ha realizado bien su trabajo. Reconocer que tienes enemigos es un gran paso, puesto que todo lo que no ves, simplemente no existe. Esto supone una conducta del todo irrespetuosa hacia el enemigo, cuando él no deja de dar saltitos para llamar tu atención. Actuar como si no tuvieras enemigos es sin duda alguna pedir a gritos la aparición de los mismos, de sentir alguna puñalada en la espalda para corroborar su existencia. Lo de que no existe razón alguna para tenerlos es otra manera, quizá la más cruel, en cuanto a ingenua (la bondad y la razón les ponen los pelos de punta), de poner de manifiesto la escasa coherencia del enemigo en sí, que actúa por impulsos ancestrales absolutamente ajenos a tus movimientos y del todo inconexos. Añadiría que incluso enfadarse es un error tremendo puesto que el enemigo se queda con la partida a medias, y en un estado de “coitus interruptus” diría yo, pues sabe que ha dañado pero no lo suficiente; el enfado es una especie de palmadita en la espalda, como una pequeña felicitación que el enemigo no estima importante, y que además, no lo olvidemos, consigue “cortarle el rollo” durante algún tiempo (qué maldad, por nuestra parte). A gran enemistad gran sonrisa, eso si es un golpe bajo. El protagonista de este cuento elabora una declaración de principios nada desdeñable que deja patente nuestro desconocimiento absoluto acerca del enemigo y sus circunstancias, tácticas, acoso y derribo y posibles efectos secundarios: “Que mi falta de presunción podía ser interpretada como la más altiva soberbia. Era compasivo con los tontos, y en lugar de incitarlos a que dejaran de serlo, procuraba ocultar mi inteligencia, lo cual, sin duda, me ganaba su desprecio. No adulaba a nadie, y eso provocaba el rencor de quienes querían sentirse halagados; me resistía a competir por el beneficio, la fama o el poder, y con ello, privaba de oportunidades de vencerme a los demás”. Conclusión: Los enemigos ven cosas, escuchan voces, que nosotros ni tan siquiera intuimos. Son seres especiales. Si tienes un enemigo, cuídalo, no le des la espalda. Él nunca lo haría.


Ana Vega

BUROCRACIA SEXUAL



Resulta que ahora las mujeres hablamos de sexo, también de política, economía, literatura, arte, viajes, documentales, cine, música, estilismo, terapias alternativas, relaciones sentimentales y sí, también de sexo. Y no sólo hablamos de ello, nos atrevemos incluso a nombrarlo en el momento y lugar que nos place con la facilidad con la que separamos las rebanadas de pan antes de preparar el sándwich. Hasta ahora (y en el momento en que escribo esto y usted lo lee) no era algo demasiado frecuente eso de que una mujer hablase de forma abierta de sus experiencias en cama propia y ajena, y mucho menos de miembros conocidos, puestos de honor de dichos miembros o, lo que es más común, su agrupación en los denominados “verdaderos ineptos en técnicas y tácticas amatorias”. El sexo tántrico ya ni mencionarlo. Curioso fenómeno, hombres a lo largo de los siglos compartiendo sus batallas sexuales, peripecias insólitas, posturas impronunciables, miembros descomunales y una serie de acontecimientos que por las medidas que todo habitáculo más o menos normal posee resultarían imposibles de llevar a cabo, años y años, por tanto, practicando el sexo en forma de verborrea dialéctica en manada y hoy llegan hasta nosotras cual folio en blanco, sin conocer apenas el camino de baldosas amarillas que han de recorrer hasta alcanzar el orgasmo de aquella que les acompaña. Y no sólo del orgasmo vive el hombre ni la mujer, todo tiene un inicio, nudo y desenlace, y uno puede perderse de forma gustosa en cualquiera de estas partes, demorarse en ellas, algo que a día de hoy los hombres en general ignoran. Cada sensación, cada mordisco, cada jadeo es un momento en el que el placer se cristaliza, se diluye plácidamente.

Las mujeres hablan de sexo, alto y claro, sin tapujos, incluso alardean de la experiencia y sabiduría que su instinto de mujer les otorga. Esto provoca el pánico inmediato del macho alfa y su posterior comportamiento neandertal al intentar de modos y maneras de lo más variopintas silenciar los secretos más íntimos protegidos por su manada hasta entonces. Y es en ese momento cuando ellos explican sus teorías: su mujer ha de una “señora” con mayúsculas ante el mundo pero en su territorio ha de transformarse en una mezcla explosiva capaz de realizar aquellas posturas con las que el porno parece desafiar la ley de la gravedad, realizar alguna que otra acrobacia, Streep tease con cierta frecuencia (no demasiada te dirán ellos porque se pierde el encanto) y estar dispuesta a perpetrar todo tipo de juegos y prácticas que ellos consideran muy placenteras para nosotras pues así lo han decidido (nos informan siempre a posteriori) pese a que la mujer en cuestión se dedique mientras el acto tiene lugar a repasar mentalmente la lista de la compra al tiempo que gime con cierto ritmo acompasado. Es aconsejable que cada gemido se acompañe de ciertas frases o palabras que ellos piensan en ese mismo instante pero no se atreven a decir, lo cual les ayuda a corroborar que estaban en lo cierto al pensar que lo que ellos creían nos volvería locas ha sido un éxito rotundo, cuando en realidad es el truco que todas conocemos para que el pistolero descargue su munición en tiempo record. Luego ellos mismos se felicitan a si mismos por la labor realizada. Como compensación nosotras obtenemos un “te amo” siempre en horizontal y un “te quiero” siempre vertical. Con el desayuno a media tarde se alcanza el grado “te quiero mucho”. Dicho grado asciende o desciende dependiendo de la urgencia o distancia del último coito. Nos preguntamos entonces si realmente la sangre que circula por sus venas puede recorrer tan rápido la distancia entre su cerebro y el pene. Dudamos.

Nosotras, mujeres, amedrentamos a los hombres cuando al borde de la cama y del precipicio sentimental levantamos la mano como en el colegio y mirando fijamente a los ojos a nuestro contrincante decimos: “Esto no me gusta”. Algunas lo empeoramos dando indicaciones, otras se atreven incluso a llevar sus manos al centro neurálgico del placer y las más arriesgadas les muestran sin tapujos lo aprendido por ellas mismas tras años de adiestramiento y práctica. Las mujeres hoy conocen sus cuerpos, disfrutan de su sexualidad, saben mover su cabeza en sentido afirmativo y negativo, es decir: son peligrosas, saben lo que quieren. Eso asusta.

Hace algún tiempo, en un descuido, cierto mail de carácter íntimo, muy íntimo, con detalles precisos acerca de momentos previos a la cópula, elementos secundarios, preferencias personales, juegos y una predilección que confieso con total falta de pudor por los condones de fresa, fue enviado por error a la persona equivocada, quedando pues a la intemperie todo aquello que tantos años había guardado en el cajón de la intimidad de una cama, de dos jugadores pues, no más. Esa burocracia sexual que implica que antes de llevar a cabo acto alguno has de solicitar instancia predeterminada para ese tipo de circunstancia y ser aprobada y sellada por algún miembro del ministerio de actividades sexuales que indica hasta que punto la mujer puede utilizar sus manos o su boca en actividades sólo lícitas cuando se silencian (pese a la demanda exacerbada de ese tipo de maniobras), o dictaminar por criterios establecidos siempre por hombres cuál es la finalidad del cuerpo femenino que muchos sitúan aún bajo las sábanas o en la cocina, esa instancia, los documentos invisibles que siempre nos exigen antes de mover pieza por ser mujer y tener coraje, se esfumaron al saltarme todo el papeleo previo e ir directa al grano, algo que los hombres mantienen como uno de sus enunciados perfectos. Instancia pues al descubierto. Más allá de la burocracia administrativa, política y sentimental, todas sabemos que antes de conquistar camas ajenas es necesario un largo proceso cuyo ring se encuentra entre las sábanas. El hombre no presenta instancia alguna, simplemente actúa, él inventó los trámites. La mujer se guía por su instinto, pero sigue, aún hoy, siendo obligada, de forma tácita, a esconder bajo su sonrisa lo que el hombre manifiesta en forma de medalla. Se lanzan mujeres a la hoguera, nunca medallas ni objetos “de valor”.


Ana Vega

OBSTINACIÓN Y SUPERVIVENCIA





Herman Hesse afirmaba en uno de sus artículos que la obstinación no era un defecto sino una virtud. Al menos cierto tipo de obstinación. Digamos que la bendita obstinación de defender nuestra forma de vida, actitudes, modos y maneras de vivirla. La obstinación, por tanto, nos llevaría a empecinarnos en defender nuestros principios (y por principios entiendo aquello que uno mismo ha creado para su uso personal, para elaborar su propia tabla, pizarra o similar de mandamientos); aquello que Rosendo llamaba “maneras de vivir…”. Esta se convertiría entonces en una herramienta clave en nuestra supervivencia como individuos únicos e irrepetibles, para marcar la diferencia. Una defensa de esa individualidad que intentan arrebatarnos por todos los medios en ésta, nuestra “sociedad del bienestar” (la mayor parte vía subliminal y no tan subliminal en algunos casos, agresiva, incluso) Por eso deberíamos comprender que la obstinación en sí no esté bien vista. Dejarse llevar siempre es más fácil que aguantar el mismo chaparrón una y otra vez. Cuando ejercemos nuestro derecho a ser individuos obstinados, a que nadie nos mueva de nuestro sitio, esto suele provocar, paradójicamente, la obstinación inmediata del otro, contraria a la que podríamos denominar “obstinación saludable”. La “obstinación nociva” consiste en derribar al contrario, en llevárnoslo a nuestro territorio y proyectar en él nuestros miedos y demás conflictos (“Quien ha rechazado a sus demonios nos marea con sus ángeles”. Henri Michaux) hasta convencerle de que sólo y exclusivamente nosotros tenemos toda la razón del mundo. Esto ya no es cuestión de supervivencia, más bien de parasitismo o algún tipo de patología. “Aquí tenía un ejemplo de mi experiencia de que el hombre sincero, que sigue sus propios pensamientos con consecuencia y constancia, y que sin embargo, al mismo tiempo, deja totalmente en paz a aquellos que son de otra opinión, se enfrenta con el desprecio y el odio, y de que hacia una persona así sólo se practica la aniquilación” (El Frío.Thomas Bernhard).



Ana Vega

"La convicción de que para tener derecho a explicar se tiene que tener un conocimiento directo, físico, emotivo, olfativo, sin filtros ni escudos protectores, sobre aquello de lo que se habla"

"Un hombre no empuña un hacha para proteger su cartera, sino en defensa de su dignidad"

"Es erróneo escribir sobre alguien con quien no se ha compartido al menos un poco de su vida"

"No hay periodismo posible al margen de la relación con los otros seres humanos. La relación con los seres humanos es el elemento imprescindible de nuestro trabajo. En nuestra profesión es indispensable tener nociones de psicología, hay que saber cómo dirigirse a los demás, cómo tratar con ellos y comprenderlos.
Creo que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hoombre, o una buena mujer: buenos seres humanos"

"El verdadero periodismo es intencional, a saber: aquel que se fija un objetivo y que intenta provocar un cambio"

"Escribía, por otro lado, también por algunas razones éticas: sobre todo porque los pobres suelen ser silenciosos. La pobreza no llora, la pobreza no tiene voz. La pobreza sufre, pero sufre en silencio. La pobreza no se rebela. Encontraréis situaciones de rebeldía sólo cuando la gente pobre albergue alguna esperanza"

"Se tendría que prestar la misma atención cuando somos testigos de alguna experiencia vivida por otra persona o cuando alguien nos habla. Si prestamos atención, es posible que esa experiencia nos sea transmitida, es posible que esa experiencia le sea transmitida al narrador, al escritor, y, luego, a través de la atención del lector, vuelva a la vida"



Ryszard Kapuscinski

Los cínicos no sirven para este oficio

GATOS


Me confieso gatófila, gatofílica (aunque suene a enfermedad venérea) o, simple y llanamente, amante de los gatos. Unos buenos amigos (excelentes y que me conocen bien) me han regalado un hermoso libro de Andrew Edney, titulado Gatos y otros felinos. Se trata de una recopilación de más de cuatrocientas obras de arte, citas literarias, y otros textos, dedicados a estos singulares seres, de los que tanto podemos aprender. Los gatos saben cómo disfrutar de la vida, exprimirla, olvidarse de ella incluso. Un gato es un ser individual, independiente, de convicciones firmes, gestos altivos y audaces, o movimientos lentos y parsimoniosos. Los gatos convierten en liturgia cualquier acto cotidiano: el aseo, la siesta, la observación, la caza y la nada más absoluta. Miren a un gato, fíjense en cómo se enrosca plácidamente y cómo duerme, no malgasta energía alguna en actividades simultáneas, cuando duerme pues duerme, cuando come pues come, y cuando simplemente observa, dedica toda su atención a captar cualquier actividad sísmica, social o del todo cotidiana que ocurra a su alrededor. El gato registra cada suceso, lo analiza y aplica lo aprendido. Su principal dedicación es, sin duda alguna: él mismo. Y nosotros aquí agotados, estresados, comiendo mientras vemos la televisión, en una mano el tenedor, en la otra el móvil, los ojos fijos en la pantalla y la cabeza en lo que queda de día y de futuro. Las neuronas corren de un lado a otro como si fueran los Hermanos Marx gritando: “Más madera, más madera”. Y aún con todas las extremidades ocupadas en algún instrumento o aparatejo, moveremos los pies bajo la mesa como si de un tic nervioso se tratase puesto que creemos que quizá así quememos las calorías que estamos ingiriendo vía cordero con patatas. Y mientras buscamos más guarnición para la ingesta masiva de calorías que provoca la ansiedad y que a diario llevamos a cabo, soltamos el tenedor y decidimos acercarnos un segundo a consultar el correo electrónico y como los pies siguen con su tic escandaloso nos tropezamos al levantarnos de la silla, el cordero se nos cae sobre la cabeza, las patatas se colocan alrededor de la mano que sujeta el móvil y nosotros lo apretamos pese a saber que el aceite derramado nos creará ciertas interferencias, aún así, preguntamos al interlocutor: ¿Sigues ahí?. El gato nos observa bajo la silla de enfrente como observa cualquier otro acontecimiento incluso más ridículo que éste. En un momento dado se estira, se vuelve a quedar quieto, nos mira fijamente y pasa a nuestro lado mirándonos con una mezcla de desdén y compasión infinita. Sí, eso sienten los gatos por nosotros, compasión por nuestra torpeza vital. Pero ellos nunca lo confesarán, saben que la mejor manera de vivir en armonía es hacerle creer al otro que es más inteligente y que casi siempre lleva la razón. Qué sabemos realmente del minino que dormita en nuestra cama y ronronea sin sentido aparente en los momentos más variopintos: nada, son absolutos desconocidos, seres superiores… “Cuando juego con mi gata, ¿quién sabe si no me utiliza ella para pasar el rato más que yo a ella?”, nos advertía Montaigne. Mucho, mucho camino por recorrer todavía nos queda a los humanos…Bellas palabras dedicadas a los felinos escribió Baudelaire: “Toman al soñar las nobles actitudes de grandes esfinges alojadas al fondo de las soledades, que parecen adormecerse en un sueño sin fin”. Y para mí, una de las lecciones primordiales que pueden enseñarnos y que deberíamos aplicar es la importancia que cobra en sus vidas el descanso, el descanso tras la batalla (que nosotros llamamos rutina, trabajo, problemas…) Leo en este precioso libro: “Los gatos, como los guerreros, deben aprovechar toda oportunidad para descansar”. Si nosotros vivimos en constante guerra con el mundo que nos rodea por qué corremos hacia el centro del huracán, en vez de pararnos a descansar tras la batalla cruenta que supone levantarse cada día. Mi gata ha comenzado a roncar…

Ana Vega


Gracias a Luis Salgado, por regalar la canción exacta o en este caso la palabra exacta necesaria para seguir adelante....







"Mi odio no tiene límites sino entre tus brazos"



"Cuando veo el rostro de una mujer transformado por el orgasmo que hemos alcanzado juntos sé que nos hemos unido. Es el vocabulario de hoy, el único lenguaje que queda" (The Favourite Game)



"Gracias por la pena que quitaste de sus ojos. Pensé que estaba ahí desde siempre. Por eso no lo intenté nunca"("Famous Blue Raincoat")


LEONARD COHEN




EL PASADO



El pasado vuelve a nuestra vida cuando menos lo esperamos. Aparece en forma de rostro conocido, de lugar, de sensación, de herida que creíamos cicatrizada, de dolor, a veces, que nos negamos a admitir como nuestro, como parte indisoluble de lo que ahora somos. “La vida me parece una relojería de memoria descompuesta”, leo en el último libro de Nuria Amat. Es una definición acertada de todo aquello que vivimos en el presente y lo que sufrimos o disfrutamos en el pasado. La precisión de reloj suizo que anuncia Amat nos confirma esa visión que algunos compartimos de la vida como artefacto extremadamente complejo en su funcionamiento y de lo más rudimentario y básico en su esqueleto. Nosotros nos encargamos de cubrir dicho esqueleto con una buena armadura o caparazón, incluso. A veces un ser humano no dista demasiado de una tortuga.

Es difícil hallar la respuesta a algunas preguntas. Aún hoy no logramos comprender el significado más estricto, si lo hubo, del dolor que sufrimos en un momento dado, o aquél que vimos cerca, que compartimos. Sin embargo, todo lo que somos hoy, lo bueno y lo malo, ha sido construido con los cimientos de los pecados cometidos y los éxitos alcanzados. Hasta lo más insignificante puede cobrar un sentido casi demencial, impensable, años después. Todo forma parte de un universo preestablecido donde el orden y el caos se alternan hasta configurar esto que llaman vida.

“La vida es una fina cadena de metal que alguien muy meticuloso se ha propuesto enredar por segmentos”, leo en la novela de Amat. Y de eso se trata: de enredarnos por segmentos. Nuestra labor sería entonces la de desenredarnos hasta que nada ni nadie nos impida movernos con total confianza y seguridad: hasta conseguir nuestro espacio. El pasado se convierte por tanto en un modo de “desanudarnos”, de tropezar, y golpearnos con los hilos que nos sujetan, hasta liberarnos. Cada golpe recibido es un nuevo segmento que se añade al anterior y que nosotros debemos distribuir con cuidado, con precaución, hasta colocarlo en el lugar exacto que le corresponde, sólo así podremos seguir nuestro camino. A cada paso, por diferentes vías, motivos, se añadirán segmentos que nos taparán la vista, engañarán, incluso, nuestro olfato, nuestro tacto, pero el trabajo consistirá de este modo en que nuestros laboriosos dedos no dejen ni por un momento de desenredarnos los nudos que nos impiden caminar tal y como nosotros deseamos. Uno aprende con cada golpe, pero el cuerpo siente el último como el primero pues aunque nos cueste admitirlo: nuestra condición humana no nos permite elaborar un caparazón tan fuerte. Ni la armadura más prodigiosa soporta el dolor con el que una mirada o una palabra golpean el corazón. Es necesario, en ocasiones, extirparnos dicha armadura para tomar aire y ver los segmentos, los nudos que aún nos retienen. “La aceptación y la lucha van juntas”, descubro de nuevo en Amat.

“Triunfamos sobre los fracasos cuando los convertimos en cosas útiles”, nos revela Alex Pattakos. Cada segmento, cada nudo que se enreda alrededor de nuestras extremidades, cada golpe que consigue cegarnos, incapacitarnos para vislumbrar con claridad el camino a seguir, ha de ser transformado, con astucia animal, a nuestro favor, como una herramienta indispensable de aprendizaje para llegar a convertirnos en quienes realmente somos, libres ya de segmentos que nos anudan al mundo como si de títeres se tratase, en ese terreno que parece vedado al ser humano: la paz.


Ana Vega

Y SI ME QUIERES, ¿PARA QUE ME QUIERES EXACTAMENTE?



Esta pregunta un tanto contradictoria refleja con exactitud el posible engaño, confusión o malentendido que se esconde tras cada palabra pronunciada, cada frase (menos probabilidades de que esto ocurra en la palabra escrita, lo escrito dicho queda). Seamos realistas: las palabras se las lleva el viento, los hechos permanecen. La semana pasada un artículo de José Antonio Marina, ese grandísimo taxidermista de las emociones y sentimientos del ser humano, nos ofreció una visión valiente y precisa acerca de eso tan abstracto, curioso, y en tantas ocasiones ridículo y casi paranormal, que llamamos amor. José Antonio Marina nos cuenta que suele dar un consejo a sus alumnos y alumnas, a sabiendas de que no lo van a seguir: “Les digo que, a pesar de ser un anticlímax, cuando reciban una declaración amorosa del tipo: ‘Te quiero con toda mi alma’, lo sensato es preguntar: ‘¿Y para qué me quieres?’”. Detengámonos un segundo a reflexionar este asunto, aparentemente sencillo. Cuando alguien nos dice “te quiero” –no “te quiero mucho”, que no es lo mismo- y en primer lugar es probable, muy probable, que esta afirmación haya salido de su boca sin que su cabeza lo haya procesado siquiera, pueda darse el caso de que quien lo dice tenga razones que él sí sabe pero nosotros desconocemos, razones ocultas, a veces buenas, maravillosas (calabazas en forma de carroza, perdices en su punto y otros cuentos) o no tan buenas (ya tengo la “perdiz” en la cazuela, me la como y se acabó la historia) o curiosas, personales e intransferibles (quien lo dice piensa: ¿qué acabo de hacer y cómo salgo de aquí? ¿Tendré que pasar por el altar? ¿Habrá perdices en el banquete?). De todas formas lo diga quien lo diga y como lo diga, un escaso 15% de la población no ha sometido dicha afirmación a consenso alguno consigo mismo. Y entonces lo que empezó con una frase se convierte en muchas ocasiones en galimatías sentimental y lingüístico. Sin embargo, si a ese “te quiero”, que se magnifica cada cinco segundos aproximadamente en el mundo, le siguiera la pregunta del interlocutor -que intenta mover algún músculo o extremidad inferior tras dicha afirmación- en un tono relajado y cordial un ¿y para qué me quieres?,entonces, y sólo entonces, ahí, comenzaríamos a entendernos. Todos nos movemos mediante códigos desconocidos para los demás, la vida consiste en ir descifrando los códigos ajenos –y los propios también-, lo que implica la construcción de una torre de Babel sentimental diaria por cabeza. Cuando alguien te dice “te quiero”, o uno mismo hincha los pulmones y expulsa una afirmación tan peliaguda debería dejar claro que un “te quiero” mal entendido deja una mancha enorme, muy difícil de eliminar, y sin embargo un “te quiero” acompañado de un complemento directo o indirecto suele ser mucho más efectivo, menos dañino y más realista, para qué engañarnos. La mayor parte de las mujeres que mueren a manos de sus parejas han escuchado en boca de sus verdugos muchas afirmaciones de ese calibre: “te quiero más que a mi vida…” José Antonio Marina recalca la necesidad de reconocer los propios sentimientos, hay gente a la que queremos para una noche, otra para dos, otra para tres, otra para cuatro, y un día nos encontramos ante alguien con quien el número de noches esperamos sea indefinido. Mientras tanto, propongo, practiquemos el “te quiero acompañar al cine” y aparquemos las perdices que tanto daño han provocado a conciencias y subconscientes varios. Tengamos en cuenta lo que nos advierte José Antonio Marina: “Los sentimientos tienen las propiedades del cristal”. El amor es un todo, un engranaje imperfecto, pero un misterioso producto que consiguen elaborar dos personas (o más, cada uno añada lo que tenga a bien) con una cantidad ilimitada de ingredientes, la mayor parte desconocidos por ambos sujetos hasta ese momento. “El amor es un deseo que va acompañado de muchos sentimientos, con frecuencia contradictorios, y que pueden estabilizarse en profundas y constantes formas de apego”, nos dice el filósofo. Éste es sin duda un buen momento para darse la vuelta con cierto garbo y preguntar a su correspondiente cónyuge, amigo, vecino, gato, perro, o tal vez hurón, tan de moda en estos tiempos, eso de “¿y para qué me quieres?”. Espero no sea demasiado tarde para ninguno de ustedes.



ANA VEGA


A LOS QUE HIEREN


(in memoriam de los muertos que pretenden permanecer en nuestras vidas)



Hay una bella canción que casi todos conocemos y que nos emociona cuando de repente nos sorprende en medio de una conversación en una cafetería cualquiera o en el lugar más disparatado: Everybody Hurts, del grupo REM. Escucho ahora el estribillo en mi cabeza.
Isabel Coixet dio el título “A los que aman” a una de sus películas más silenciosas, delicadas. Para aquellos que aman en silencio, los que aman de verdad, los que creen amar y confunden juego con entrega…
Pero no acabo de hallar ninguna recopilación de tipologías o patologías cotidianas que reflejen fielmente los distintos personajes que llevan a cabo día tras día esto del “daño gratuito”, ni de los diferentes niveles o grados de este daño. Aquéllos que hieren gustan de darse por aludidos para todo lo que les conviene a sus vidas, egos y demás cosas de vital importancia como mantener su imagen de recipiente vacío siempre llena para que nadie sospeche, a punto de reventar en su propio líquido amniótico. Aquéllos que hieren se esconden ante la verdad y evitan toda cercanía con ésta, aunque para ello utilizan lenguajes, formas y modos tan peregrinos que cualquiera puede ver desde lejos su verdadera debilidad y cobardía, ésa que tanto esconden tras un porte tan cuidadosamente estudiado. Aquéllos que hieren desconocen la libertad y el respeto, desconocen la individualidad (y ven cómo éstas ponen en peligro sus artimañas sociales). Aquéllos que hieren se sienten vacíos porque lo están y para ello tapan sus infinitos huecos una y otra vez con sustancias, seres o daños ajenos. Aquéllos que hieren cubren su inseguridad con las heridas que provocan en los otros y atacan la seguridad que ven frente a ellos con la ferocidad que les falta para enfrentarse al espejo. Aquéllos que hieren suelen engatusar con palabras para crear confusión entre la multitud o para que la presa más próxima no pueda escuchar el ruido que precede al golpe. Sus hechos les delatan siempre, pues nada tienen que ver con las palabras pronunciadas.
El miedo consigue arrancar lo peor del hombre. El miedo de un hombre débil es siempre un peligro para todo aquel que le rodea. Quien hiere con saña lo hace porque existe una necesidad de exterminar al otro, para elevarse ante él, para salvarse “contra el otro”. No me asustan los fuertes, sí los débiles, aquéllos que tras sellar puertas y ventanas se cuelan por las rendijas.
Empuñar un arma no es algo demasiado complejo, disparar tampoco, sacar las balas, arrojar el arma lejos de ti y enfrentarte al enemigo cara a cara exige coraje no armamento.
Hitler consiguió alimentar su ego con los cuerpos de miles de judíos, Pinochet decidió “ejecutar” órdenes desde su silla de despacho mientras otros soportaban las torturas y aún así defendían su libertad, Videla arrancó niños de sus hogares y destruyó una generación entera para elevarse él frente al mundo. Todos ellos fueron un día hombres de ésos a los que les gusta herir, que carecen de empatía, los que un día fueron jóvenes que tuvieron la misma visión: con mi debilidad sólo queda el exterminio del otro, el seguro, el fuerte, el que pelea con la verdad pese a estar atado de pies y manos.
Miremos a nuestro alrededor y no aceptemos patologías cuyo uniforme vemos con el alma, a los que hieren debemos cortarles el paso desde el primer momento. La vida es cruel, ya nadie recuerda el exterminio armenio. Aquéllos que se enfrentaron con sus hijos a los que les encañonaban, violaban a sus mujeres y cometían todo tipo de atrocidades, nos juzgan como tantos otros desde viejas fotografías amarillentas perdidas por diversos hogares rotos. Aquéllos que hieren seguirán intentándolo siempre, buscarán algún pequeño orificio por el que colarse. Si ahora mismo se produjese un conflicto bélico, aquí y ahora, miremos a nuestro alrededor: distinguiremos con total claridad y espanto los ojos de las culebras que permanecen agazapadas a nuestro alrededor. El que golpea, hiere o mata es quien tiene miedo no la víctima.



Ana Vega


LA EDAD DE LOS LAGARTOS

EDITORIAL ORIGAMI


ANA VEGA


Prólogo de Néstor Villazón.

Introducción de Julio Ruíz y epílogo de Xabel Vegas.




Las muñecas

de ambos brazos

llevan ya las marcas

exactas

del corte.

Ana Vega (Uviéu, 1977) é úa escritoraincansable y agayosa que, a pesar da súaedá, ten aparecido nun feixe d’antoloxíaslliterarias y colaborao núa chía depublicacióis. Á súa primeira obraindividual,El cuaderno griego(Universos,2008), ten qu’amecer agora el llibro depoemasBreve testimonio de una mirada(Amargord, 2010) y os volúmenes derelatosRealidad paralela(Groenlandia, 2010)yLlanquihue(Huerga & Fierro), todos encastellano. Fiya de franquía y de tapiego,quer reencontrarse con úa partefundamental d’ella y da súa memoria, cossitos unde foi feliz, unde vivíu de nena.Quer indagar na vinculación cua terra,cua xente que conocéu, y tamién quer trabayar con un rexistro poético que nunconocía hasta agora y que namáis xurdecondo escribe en gallego-asturiano.




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Con muito orgullo digo
ben alto:
eu veño d'úa familia de músicos ambulantes.
É a miyor descripción qu'eu podera dar
de quén soi, quén hei a ser y a que fun
algún día.


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A Xosé Miguel

Meu tatarabolo pedíu úa sola cousa antias de morrer:
úas cuyarías pra petar na mesa
y fer música.
Qué miyor xeito de tornar a escuridá.

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El único recordo que me queda de meu bolo
y al que m'agarro sempre, sempre,
é que pouco antias de morrer
empeñóuse en comprar úa acordión encarnada
y tocalla con tanta dedicación
qu'a morte case nun puido llevallo
pol xeito en que taba agarrao a ella.


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Eu sempre recordo pra salvarme del mundo
aquel momento nel qu'espertaba na casa de meus bolos,
as andolías parecían invadir el mundo entero,
y nada más abrir os oyos eu vía polla ventá os árboles
qu'el vento aballaba pouco a pouco.
Eu hei a recordar sempre a fortaleza con qu'as reices
da naranxeira da mía casa s'agarraban á terra,
ua llección que nun hei a esqueicer nunca.









TARIFAS PROFESIONALES


•Conferencias (sin derechos de publicación) 320 €
•Derechos de publicación en revista o libro colectivo 200€
•Conferencias en instituciones y empresas (sin derechos de publicación) 600 €
•Derechos de publicación 200 €
•Ponencias en jornadas y Encuentros 400 €
•Debates, coloquios y comunicaciones en mesas redondas 200 €
•Jornadas en centros de enseñanzas públicos 200 €
•Tertulias, mesas redondas y debates (radio) 200€/ hora (*)
•Tertulias, mesas redondas y debates (televisión) 480€/hora (*)
•Dirección de colecciones editoriales 2% de ventas
•Lectura y asesoramiento de libros 125€/libro
•Consultas o asesoramientos sin desplazamiento 75 € (**)
•Consultas o asesoramiento con desplazamiento 125€ (**)
•Informe sobre consulta 140€ (**)
•Informe sobre consulta con documentación 175 € (**)
•Estudios y proyectos con memoria descriptiva 260€ (**)
•Escritos en catálogos, programas de mano, exposiciones, etc, institucionales 125€/pág.
•Redacción de artículos, textos e introducciones en obras colectivas, diccionarios, enciclopedias, etc. Según especialización entre 30 y 75 € por página.
Colaboraciones esporádicas y/o urgentes en prensa periódica 125€/pág
•Jurado de premios literarios 280€ (***) (con lectura de originales 375 €. Sin lectura de originales 185€)
•Pregón de Fiesta Mayor 500€
(*) Se ha de entender por hora de emisión y no de estancia en la emisora.

(**) Esto son los mínimos. El presupuesto o facturación se ha de calcular a partir del baremo de 55€/hora.

(***) Mínimo en cualquier caso. Dada la diversidad de premios y de convocantes, recomendamos exigir una cantidad por título a leer y establecer el precio multiplicándolo por el número de obras presentadas a concurso.

Nota: todos los importes se entiendes brutos y están sujetos a la correspondiente deducción por IRPF.